Tribunas

¿Vuelve la Secretaría de Estado?

 

 

José Francisco Serrano Oceja


El Papa León XIV cuando era prefecto
del Dicasterio para los Obispos, con el Papa Francisco.

 

 

 

 

No quiero yo decir, no se me ocurriría, que la secretaría de Estado del Vaticano, la secretaría del Papa, se hubiera ido de vacaciones o hubiera emigrado.

Una estructura de servicio en la Iglesia, pero también de procedimientos en el sentido weberiano de la configuración de la organización estatal, necesaria, como todo lo humano de purificación, cuyo movimiento como tal es lento por la prueba de la historia. Como los grandes buques cuya ciaboga debe hacerse poco a poco so pena del riesgo de que se parta el eje.

Como todo aparato de Estado en el que trabajan no pocas personas, en torno a 200, de entre las que se dicen, -las cifras no parecen muy precisas-, que hay un centenar de laicos, 55 mujeres, de las cuales 25 religiosas, en la que existe un riesgo de funcionarización, que por otra parte se mitiga con los mecanismos procedimentales.

Lo que más me ha llamado siempre la atención de la secretaría del Estado del Vaticano es su capacidad de permeabilizar su cultura institucional desde esa visión católica, universal, al servicio del Papa y, por ende, de la Iglesia toda. De ahí su influencia también en las formas de trabajo de las “curias” de las Conferencias Episcopales o diocesanas, de las que habría que hablar no poco.

El Papa Francisco sabía de la eficacia de la secretaría de Estado, pero también de sus límites. En el pontificado anterior, más que en otros pontificados, se fue configurando, al menos en la percepción eclesial, lo que vulgarmente se llamaba el mundo de Santa Marta. Paradójica situación, en diversos asuntos, de la existencia de dos líneas paralelas. Una duplicidad que al fin y al cabo remitía a un centro que ejercía de centro.

Esto hizo que determinados procesos adquirieran cierta complejidad y que, en no pocas ocasiones, se pudiera caer en el riesgo de las contradicciones.

Da la impresión de que el encuentro de León XIV con los superiores y oficiales de la Secretaría de Estado inaugura un tiempo nuevo de trabajo, en el que todo el mundo, el papa y sus colaboradores, saben a qué atenerse.

León XIV, con esa inevitable mentalidad canónica, matemática diría, que trasluce, sabe que lo procesal es un mecanismo, por un lado, para garantizar derechos y evitar dislates o exclusiones y, por otro, para preservar el orden. Decían los jesuitas aquello de que guarda el orden y el orden te guardará.

Ahora, el Papa ha dicho que “estamos encarnados en el tiempo y en la historia, porque si Dios ha elegido el camino humano y el lenguaje de los hombres, también la Iglesia está llamada a seguir esta senda, de manera que la alegría del Evangelio pueda alcanzar a todos y sea transmitida a las culturas y a los lenguajes actuales. Y, al mismo tiempo, tratamos de mantener siempre una mirada católica, universal, que nos permita valorar las diversas culturas y sensibilidades. De este modo podremos ser un centro promotor, comprometido en la construcción de la comunión entre la Iglesia de Roma y las Iglesias locales, así como con las relaciones de amistad dentro de la comunidad internacional”.

El servicio de la Secretaría a la reconstrucción del tejido de la comunión, en ciertas geografías desgarrado, es una tarea de servicio que sin duda el pueblo fiel agradecerá. Una tarea, sin personalismos, en el silencio fecundo del trabajo bien hecho, en la justicia que significa dar a cada uno lo suyo, o como diría un gallego, “a vaquiña por lo que vale”, que contribuirá a esa normalidad sin mas sobresaltos que los propios de la historia, en la que estamos.

 

 

José Francisco Serrano Oceja