Tribunas
16/06/2025
Monseñor Argüello y las nuevas elecciones generales
José Francisco Serrano Oceja
Llevamos unos días fagocitados por las informaciones sobre los escándalos de corrupción del PSOE, y de algo más que el PSOE. Una conversación nacional centrada en la quiebra moral de la política del gobierno socialista, que está afectando decisivamente al sistema del 78.
Cuando se separa la política de su raíz, de su impulso, de su espasmo moral, la gestión de lo público se convierte en puro intercambio, mercadeo y juego de intereses, y se deslegitima todo ejercicio práctico de la política.
El primero de ellos, el del poder entendido como la permanencia para alterar el orden de la realidad, por lo tanto, la ideología.
No sabemos qué va a pasar en los próximos meses en España. Lo que sí sabemos es que, tarde o temprano, será necesario recomponer el tejido institucional a través de un nuevo pacto implícito entre la ciudadanía y la política y entre los actores políticos, con el concurso de la sociedad.
De ahí que en las últimas horas me haya preguntado qué es lo que está haciendo la Iglesia, y qué es lo que puede hacer en este sentido, y cómo la Iglesia puede erigirse en un interlocutor hábil de esta conversación nacional.
Vamos, una onda reflexiva de Gaudium et Spes 76: “Es de justicia que pueda la Iglesia en todo momento y en todas partes predicar la fe con auténtica libertad, enseñar su doctrina social, ejercer su misión entre los hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas, utilizando todos y solos aquellos medios que sean conformes al Evangelio y al bien de todos según la diversidad de tiempos y de situaciones”.
No se trata sólo de que hablen los obispos, que probablemente también. Hemos vivido unos cuantos años en los que las declaraciones públicas de la Conferencia Episcopal, o de sus líderes, sobre la situación política de España estaban sometidas a una especie de regla del silencio, entre otras razones, por la falsa lógica de que dado que la Iglesia no se identifica con ningún partido político, y eso es cierto, intervenir públicamente sobre lo que afecta al bien común inmediatamente se iba a relacionar con una posición partidista.
Esto de que las declaraciones de la CEE, o de sus líderes, se identifiquen con una posición partidista depende de muchos factores.
Uno de ellos, la profundidad y el rigor, también contextual, en la argumentación, que debe nacer siempre de los criterios marcados en el párrafo del Vaticano II anteriormente citado. Por lo tanto, depende de las premisas o principios de los que se parta y de los matices a la hora de presentar la posición pública.
Es cierto que una cuestión es la formulación de la doctrina teórica y otra la aplicación práctica, como ocurre con la ética. Pero, coincidencia de juicio o síntesis no significa que se compartan ni la base, ni los medios, ni mucho menos los fines, de las posiciones.
Por otra parte, la Iglesia está en la refriega de la historia, no como una formación política, sino como un actor social que, por su propia naturaleza, demanda, como consecuencia de estar formada por personas, ciudadanos, y por su contribución la bien general de la sociedad, libertad para hablar.
No vaya a ser que en estos momentos en los que operan sistemas de reducción significativa de la libertad se le permita a la Iglesia sólo hablar cuando lo que va a decir coincida con lo que piensan los que tienen en sus manos los instrumentos del Estado.
Dicho lo cual, ayer domingo, en el diario ABC, monseñor Luis Argüello, Presidente de la Conferencia Episcopal Española, sobre la situación de la política y sobre la semana que hemos vivido, respondió lo siguiente a las preguntas de mis apreciados colegas Montse Serrador y Joserra Navarro:
—"¿Cómo vivió el terremoto político de esta semana? ¿a qué reflexión llega?
—Veíamos al presidente del Gobierno pidiendo perdón, que es un gesto humanamente reconocible, pero políticamente es irrelevante en el sentido de cómo el perdón debe traducirse en otro tipo de medidas. Lo más sorprendente de la situación que estamos viviendo en estos días es que han sido los dos últimos secretarios de organización de un partido político, con lo cual la significación institucional va más allá de lo personal. Por eso, aunque la petición de perdón siempre es un hecho valioso, hay una dimensión institucional que precisa ser abordada y que debe ser coherente con la misma petición de perdón. Y, sobre todo, hay que buscar salidas a lo que parece claro que es una situación de bloqueo institucional, parlamentario y en el propio poder ejecutivo. Yo creo que esto pide una salida y en democracia pareciera que la salida más evidente es dar voz a los propios ciudadanos.
—¿Elecciones en definitiva?
—Sí".
Nada más que añadir.
José Francisco Serrano Oceja