Tribunas
11/11/2025
Respetar la vida humana desde su concepción. El aborto, el mayor y más grave mal
Juan Moya
Doctor en Medicina y en Derecho Canónico
Bebé en una ecografía por ultasonido.

En el Sinaí, Dios nos dio, para todo el mundo y hasta el fin de la historia, los Diez Mandamiento, resumen de la Ley Natural, válidos para todos los hombres de todos los tiempos. En ellos radica la dignidad del ser humano, las normas esenciales por las que debe organizarse la vida de los pueblos y el reconocimiento de Dios como Creador y Legislador supremo.
El quinto Mandamiento es "no matarás" (Ex 20,13). La Sagrada Escritura precisa lo que este Mandamiento prohíbe: "no quites la vida del inocente y justo" (Ex 23,7). Y Jesucristo, siglos después, recordando estos Mandamientos, añadirá: "aquel que mate será reo ante el tribunal" (Mt 5,22), el tribunal de Dios.
A todos nos duelen los muertos a causa de las guerras, como las de nuestros días en Gaza, Ucrania.... Y en general, las causadas por iras, odio o venganza. Mucho más nos debe doler la muerte injustificada de un inocente. Y es evidente que la muerte más injusta es la del más inocente: el concebido no nacido. Y cuando estas muertes son millones a nivel mundial, el mal, la tragedia, la injusticia, no tiene comparación posible.
Según datos publicados, en el 2024 el número de abortos en el mundo fue 45 millones, cuarenta y cinco. Casi otros tantos el año anterior, y será aún algo más en el 2025, por la tendencia creciente comprobada. Esa cifra supone más del 40 % de las muertes de todo el planeta. En España, los abortos en 2024 fueron más de 100.000.
Semejante catástrofe, que no es inevitable ni puede tener justificación alguna, demuestra una grave irresponsabilidad moral en todos los que permiten, aprueban o ejecutan los abortos, especialmente legisladores, gobernantes, médicos y enfermeras, y las mujeres que libremente se someten a él. Cada uno tendrá que dar cuenta a Dios de la responsabilidad que tenga en esos abortos. El valor sagrado de la vida humana no es negociable a cambio de votos; ni su interrupción debe ser objeto de lucro para centros privados. Ni hay justificación demográfica, ni falta de alimentos para todos: las informaciones catastrofistas no son objetivas.
No son ciertas las teorías de aquellos que para "normalizar" el aborto socialmente, pretenden hacer creer que el embrión no es un ser humano, o no hay en él vida humana. La ciencia biológica más elemental enseña que desde el momento en que se unen las dos células sexuales (el espermatozoide y el óvulo), hay una vida nueva, distinta a la de los padres, un ser vivo nuevo, varón o hembra desde la concepción, con todos los requisitos necesarios para desarrollarse en el seno materno y nacer a los nueve meses. Así lo afirmaba, entre tantos otros, Jérôme Lejeune, el padre de la genética moderna.
Sería también un error grave -siguiendo algunas legislaciones, que solo consideran "persona" al nacido y no al "nasciturus"- justificar el aborto, apoyados en que el no nacido no sería "persona". Puede ser discutible la necesidad de haber nacido para ser considerado "persona" jurídicamente -sujeto de derechos-, pero no es opinión, sino evidencia biológica que el concebido aún no nacido es un ser humano, con derecho a ser respetado como cualquier otro ser vivo ya nacido.
Los médicos que no quieren practicar abortos -la gran mayoría, aunque haya otros que sí los practican- tienen todo el derecho a negarse a esta práctica ajena a la Medicina, y no deben sufrir por eso discriminación alguna: lo contrario sería un abuso injusto y no reconocer la libertad de conciencia.
Las mujeres que abortan muchas dejarían de hacerlo si estuvieran bien atendidas y se facilitara la existencia de instituciones sociales adecuadas para acoger y cuidar a estos niños, y la adopción del hijo no querido. También es deseable que las que se van a someter a un aborto puedan recibir la información adecuada de los posible riesgos, tanto en la extracción del niño como los sentimientos de culpabilidad y arrepentimiento que pueden sobrevenir después del aborto. En cualquier intervención quirúrgica se informa al paciente; no tendría razón de ser negar ese derecho a la que va a abortar.
La mayor parte de los abortos provienen de embarazos no deseados. La solución para evitarlos está al alcance de toda mujer que quiera vivir responsablemente su sexualidad. La verdadera solución no está en acudir a la anticoncepción, sino en ser capaz de evitar las relaciones sexuales al margen del matrimonio. Esto no es una utopía: muchas mujeres lo viven, y son felices. Lo aconsejable y lo correcto no depende de estadísticas, sino de principios válidos para todos los tiempos; en este caso el sexto mandamiento.
Dentro de los embarazos no deseados están los ocasionados por violaciones. Aún en estos casos lamentables no puede estar justificado el aborto. Como decía, atender bien a esas mujeres -físicamente, psicológicamente y espiritualmente- y disponer de medios para la atención de esos nacimientos, facilitaría que el niño pueda nacer.
Si se entiende el valor absoluto de la vida humana desde su concepción, ninguna circunstancia puede justificar matar al hijo recién concebido. Se debe respetar el valor básico y esencial del derecho a vivir del "nasciturus", como el primer principio moral de la convivencia humana.
Además, se debe fomentar la natalidad, proteger a las familias numerosas y formar a la juventud en valores morales esenciales para que puedan ser buenos ciudadanos y buenos profesionales.
Los sistemas legislativos se deben regir por el respeto a la vida humana y el amor a la verdad: la verdad del ser humano, que comienza a ser desde su concepción.
Se necesitan hombres y mujeres íntegros, valientes, con buena formación moral, en todos los frentes y por supuesto en la vida pública especialmente, que sepan defender soluciones eficaces para difundir la cultura de la vida, y hacer un mundo más justo, más humano, Y desde luego que no haya médicos que se presten a desnaturalizar su profesión, que consiste esencialmente en cuidar la vida humana. Todo hombre o mujer de buena voluntad debe hacer suyo este ideal.
Juan Moya