Tribunas
12/11/2025
Mapa de la Vida Eterna
Jesús Ortiz
Imagen de una estatua que representa a San Pedro
con las llaves del cielo. En la Basílica de San Pedro.

No estamos hechos para la muerte sino para la vida. El cristiano vive de esperanza y la comunica de palabra y de obra, porque sabe que Dios está a favor del hombre: sobre esto reflexionamos en el mes de noviembre. Sin embargo abundan hoy espectáculos y fiestas extrañas, como Halloween, que asustan o frivolizan con la muerte sin atender al mañana, la vida eterna a la que estamos llamados.
Culto a los difuntos
Desde la época de las cavernas los hombres han dado culto a los muertos suponiendo que viven de alguna manera misteriosa más allá de la muerte. Algunas pinturas rupestres, las pirámides y los enterramientos en todas las culturas nos testimonian que es muy razonable, podríamos decir casi como un instinto, admitir la pervivencia personal en la otra vida.
La superficialidad es una tentación permanente del ser humano que hace broma de los temas más importantes. No olvidemos que la "broma" era un molusco que se adhiere al casco de las carabelas y retrasaba la navegación, pudiendo arruinar la nave. Los jóvenes y mayores también, buscan emociones fuertes con zombis y vampiros, a modo de pasatiempo, quizá para experimentar emociones. Pero el más allá no es algo indefinido ni un juego para un católico porque sabe algo sobre los “novísimos” siempre actuales: los últimos acontecimientos de la vida cara al encuentro con Dios y la eternidad feliz. En concreto creemos en la existencia del Juicio de Dios, personal y final, en la resurrección de la carne, en el Cielo y el purgatorio, y también en el inferno.
Realidades últimas
En un libro titulado “Mapa de la vida eterna” abordo la esperanza cristiana y las realidades de la vida eterna, muerte, juicio, cielo, purgatorio, infierno, subrayando que la Iglesia no ha modificado sus enseñanzas [1]. Todo es acorde con la dignidad de los hombres y las mujeres llamados todos a participar en la vida divina, en el Cielo, y también de las batallas para vencer al mal con el bien.
Tanto el Catecismo actual como los últimos papas hasta León XIV, Francisco, Benedicto XVI, Juan Pablo II y Pablo VI han subrayado que el Cielo es real y el infierno desgraciadamente también. Lo que matizan es que la fe personal madura no se enreda en imaginar esa realidad como un lugar al modo de la tierra. El Cielo es vivir en Dios y con Dios, es amar y sentirse amados ya sin riesgos. El infierno es vivir en el fracaso personal definitivo. Los ángeles existen también realmente pero la fe no se queda en imaginarlos como cabecitas con alas tocando instrumentos. Son representaciones sencillas del arte cristiano que invitan a profundizar en la pura espiritualidad de estos seres celestiales que tanto nos ayudan.
Paraísos humanos
Muchos se preguntan si los hombres pueden encontrar su paraíso al margen de Dios, y cuál es el mejor camino para conseguirlo. Como se recordará Benedicto XVI escribió la encíclica sobre la esperanza mostrando que los hombres no pueden vivir sólo de las pequeñas esperanzas terrenas pues necesitan la esperanza, con mayúscula, segura que sólo viene de Dios [2]. La historia está plagada de intentos humanos de hacer paraísos mundanos al margen de Dios. La torre de Babel, el nazismo, el comunismo -también en sus versiones actuales- son ideologías engañosas que captan a millones de hombres y mujeres pervirtiendo sus ideales de justicia. Pero todos esos paraísos han acabado por anegar el mundo con riadas de sangre. En cambio, el paraíso -el Cielo- es felicitad total y simultánea como don de Dios a quienes luchan por hacer el bien en esta tierra.
Hay un contraste entre los antepasados que se pasaron la vida preparándose para la muerte, mientras que hoy la máxima aspiración es morir rápido y sin enterarse. La muerte es un dato que invita a marchar con las maletas bien hechas. Como decía antes, la enseñanza más actual de la Iglesia evita hablar de un lugar de felicidad o de tormento, de arpas o de fuego, aunque sí invita a examinar que nuestras obras sean plenas a los ojos de Dios. Y como cometemos pecados y errores conviene reconocerlos y rectificar mediante el sacramento de la Penitencia.
Hacia la vida eterna
Aunque la práctica de la Confesión sacramental ha desaparecido en algunos sectores también es verdad que se observa un avance notable en la práctica habitual de la Confesión sacramental, que reconcilia con Dios y con los demás. Y muchos son jóvenes que buscan la amistad con Jesucristo y buena formación. Cosa distinta es que nadie quiere sufrir inútilmente y esto depende en parte de la medicina y sus cuidados paliativos, y más aún de la vida interior de la fe de los enfermos. Es admirable la labor de tantas instituciones de la Iglesia que atienden a enfermos con amor maternal, como las religiosas misioneras de la Beata Teresa de Calcuta.
Me parece que hay miedo a la muerte en proporción directa a la falta de fe o de buena formación cristiana; en cambio la fe en la vida eterna, encara con paz la enfermedad y la muerte. Por eso los sacerdotes atienden con solicitud a las familias en las exequias por un difunto, viendo una buena oportunidad de evangelizar, es decir, de comunicar esperanza cierta y paz ante el dolor por la muerte. Unas exequias bien celebradas, rezando con paz, están en las antípodas de esos actos sociales tan formales y oscuros más propios de películas de Hollywood.
También los pequeños pueden entender la vida después de la muerte. Los niños son un regalo de Dios a cada familia y al mundo, como esponjas que retienen todo lo bueno que ven en sus padres y en los mayores. Cuando rezan con ellos por los enfermos y los parientes que mueren lo hacen con mucha autenticidad y sin miedo. Son ocasiones de hablarles del Cielo, de Dios Padre, de la Virgen y de los ángeles. Los niños admiten con naturalidad que los abuelos, padres o hermanos fallecidos nos esperan junto a Dios. Y desde la tierra les ayudamos en el momento de la muerte para que lleguen pronto al Cielo con el alma limpia.
Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico
[1] Jesús Ortiz, Mapa de la vida eterna. Eunsa, 2012. 133 págs.-
[2] Benedicto XVI, Enc. Spes Salvi. 2007.