Tribunas
17/11/2025
Elogio de la sencillez
Ernesto Juliá
Familias en una puesta de sol en el mar.

Virtud rara, que queremos apreciar en los demás, pero quizá no estamos convencidos de que también es muy buena para nosotros. Algunos, por la experiencia de vida acumulada, alimentan una cierta desconfianza ante lo natural, lo sencillo; y ante el temor de ser engañados, al encontrarse con una persona sencilla, se esfuerzan solamente en tratar de averiguar qué esconde.
Es posible que un buen número de personas consideren la sencillez como algo inútil para la lucha por la vida con la que nos enfrentamos cada mañana. Yo debo confesar que me conmuevo cada vez que me encuentro con una persona sencilla “natural o espontánea, de carácter no complicado, exenta de reserva o artificio”, como la define el Diccionario; y de frente a esos otros seres humanos, también sencillos que –y sigue el Diccionario- “en el trato con otras, no toman actitud de personas de superior categoría, inteligencia, saber, etc., aunque los tenga”.
El hombre sencillo goza de la bondad de los demás, se alegra con la alegría de los que le rodean, y goza del sexto sentido de descubrir la belleza y la bondad a su alrededor. Yo lo veo como si estuviera siempre al lado de Dios, agradeciéndole la creación.
Un atardecer a orillas del mar, una puesta del sol contemplada desde lo alto de un monte, una conversación serena con un amigo..., el hombre sencillo los degusta en todos sus detalles. Su sencillez abre el horizonte de su espíritu a la grandeza de Dios, del mundo, de toda la creación; la grandeza de la amistad, la grandeza de la compañía de una persona querida y de la maravilla del amor que se encierra en un corazón agradecido; la grandeza de un espíritu que se alegra con la alegría de quienes le rodean...
En este redescubrir, la inteligencia del sencillo encuentra un lugar para cada cosa en el orden del universo. Se goza conquistando la luna; y no es menor su gozo sonriendo con un recién nacido, ayudando a atravesar la calle a una anciana algo desvalida, consolando a un nieto que sufre el primer fracaso profesional de su vida, alegrándose con un vecino ante el premio de la lotería, ...
No sé si estaremos todavía demasiado influidos por los miserables sueños de grandeza de Nietzsche, con su superhombre a cuestas; un superhombre raquítico de inteligencia y con los pies de barro, fruto de una imaginación evasiva. O quizá es el innato sentido de la tragedia, lo que nos impide descubrir el valor y el sabor de las cosas corrientes, y lleva al hombre a sueños inalcanzables, sueño estériles e inútiles, tan distintos de las verdaderas y grandes ambiciones humanas, y nos lleva a pasar por la vida sin gozar de la sencillez de tantas maravillas.
La Escritura lo expresa de forma gráfica al mostrarnos al profeta Elías aprendiendo a la descubrir a Dios, no en la tormenta, ni en el granizo, ni en los grandes vientos, ni en el temblor de la tierra, ni en el fuego; sino en “un suave soplo de viento”, Lo más ordinario y común, donde nadie se lo podía esperar. Cristo agradece, y premia, a quien da un vaso de agua a un sediento.
El hombre sencillo saborea, tiene paladar para catar el gusto de las cosas, se goza en agradecer –dar las gracias es también privilegio de inteligentes-, y en recibir ese pequeño premio de la vida que es la sencillez de la sonrisa. Juan Ramón Jiménez lo expresa en prosa poética: “¡Qué sonreír el de la chiquilla!... Con su llorosa alegría me ofreció dos escogidas naranjas. Las tomé agradecido, y le di una al borriquillo débil, como dulce consuelo, otra a Platero, como premio áureo”.
No es añoranza de otros tiempos pasados, mejores, infantiles. La sencillez es puerta hacia la comprensión de un futuro que comienza en cada instante. Ese futuro al que el sencillo va con los brazos abiertos. A veces pienso que el sencillo esconde un tesoro: la eternidad del Amor de Dios.
Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com