Tribunas

La Iglesia, las grietas y el 20N

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Una "gran grieta" transformará el Valle de los Caídos: un espacio para el diálogo y la pluralidad.
Europa Press.

 

 

 

 

El proyecto de resignificación de El Valle de los Caídos tiene como eje central una grieta. Tan lamentables como simbólicos me parecen los muros como las grietas.

Estamos en el tiempo de las grietas en la arquitectura histórica, en la arquitectura material también de los edificios eclesiales. No quiero entrar a la Iglesia, al templo, a lo sagrado, por una grieta. Quiero entrar por la herida de un corazón desgarrado. La grieta de la naturaleza fue reconstruida por el costado abierto de la redención. La grieta en nuestra historia se agranda por la resignificación, que es como la forma divulgativa de la deconstrucción de Deleuze.

Comienza la Asamblea Plenaria de unos obispos que miran a un lado y a otro del edificio de la calle Añastro para ver dónde está la grieta que significa “dificultad o desacuerdo que amenaza la solidez o unidad de algo”. Atentos a los agazapados contemporizadores del buenismo eclesial sin problemas.

Escrutan los obispos la grieta en la historia reciente de la Iglesia, en la libertad de la Iglesia frene a los poderes de un Estado gobernado por quienes en lo único que aceptan del Séneca del socialismo histórico, Alfonso Guerra, es aquel “dictum” suyo, aquella sentencia implacable que decía que la Iglesia es un tigre de papel. Tristes tigres de consuelos inaplazables.

Llega el 20N ahora en manos de quien advirtió que iba a levantar muros en la política española, que es como decir a agrandar las grietas del tejido social, y los obispos deben hablar de puentes, de los “meeting point” del presente no sólo eclesial, que es como un ejercido de memoria auténtica, no de la que justifica la manipulación de la historia.

Llega el 20 N y le coge a la Conferencia Episcopal releyendo la historia no desde la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los resignificados, sino desde la iglesia de los Jerónimos, la auténtica sede episcopal de esta semana.

¿Cómo no se les ha ocurrido organizar una misa en recuerdo de aquella que bendijo el proceso de Transición política? La Iglesia que había hecho la transición antes de la Transición entonces era punta de lanza, era vector de encuentro, era actor de relevancias.

Hay que volver en estos días a la homilía del cardenal Tarancón, que lo fue también de Fernando Sebastián, y de don Olegario, y de un periodista, porque siempre en la iglesia detrás de la palabra hay un periodista, para bien o para mal. El de aquella época y para bien se llamaba Luis Apostua.

La Iglesia no celebra el 20N sino el 27N, día en el que la coronación lo fue de todos los españoles y de todas las Españas.

“Tomáis las riendas del Estado en una hora de tránsito, después de muchos años en que una figura excepcional, ya histórica, asumió el poder de forma y en circunstancias extraordinarias”, dijo al principio don Vicente Enrique y Tarancón.

Y continuó: “La Iglesia nunca determinará qué autoridades deben gobernarnos, pero sí exigirá a todas que estén al servicio de la comunidad entera; que protejan y promuevan el ejercicio de la adecuada libertad de todos y la necesaria participación común en los problemas comunes y en las decisiones de gobierno; que tengan la justicia como meta y como norma, y que caminen decididamente hacia una equitativa distribución de los bienes de la tierra. Todo esto, que es consecuencia del Evangelio, la Iglesia lo predicará, y lo gritará si es necesario, por fidelidad a ese Evangelio y por fidelidad a la Patria en la que realiza su misión”.

Hay que esperar al 27N, que no es la fecha de la parusía de nuestra contingencia histórica sino del abrazo de servicio de la Iglesia al régimen de disfunción política que nos ocupa.

Allí estuvo, está y estará la Iglesia.

 

 

José Francisco Serrano Oceja