ALGO MÁS QUE PALABRAS
TODO LO QUE SOMOS ES EL RESULTADO DE LOS DOMINADORES PARA DESGRACIA NUESTRA
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor | 12.05.2014
Coincidiendo con el mes del día internacional de la familia (15 de mayo), y teniendo en cuenta que es el vínculo que aglutina a las sociedades, conocedor de que la misma familia humana padece dificultades crónicas y atroces, más que en un mundo cambiante, en un mundo de dominadores, se me ocurre recapacitar sobre la base del pensamiento libre, reconociendo que es en la igualdad entre mujeres y hombres, y en la libertad de acción, como se ayuda a crear sociedades más comprensivas y asociadas. Desde luego, no es de recibo vivir bajo el signo de la indiferencia. Hemos de superar el virus de la resignación, implicándonos (y aplicándonos) responsablemente, puesto que todo tiene curación, es cuestión de querer hacer algo por el bienestar de nuestros semejantes.
Por desgracia, vivimos en una patología permanente. Somos una generación que apuesta poco por la mente abierta, que permanece con el corazón cerrado en un horizonte que nos insta a una exploración liberadora. Hemos venido a caminar cada uno por sí mismo, a crecer con el camino, a abrirnos a las novedades. No podemos encerrarnos egoístamente y no propiciar libertad de miras, libertad de movimiento, o lo que es lo mismo, libertad de pensamiento. Hemos vuelto a caer en tantas dictaduras, que resulta bochornoso que los mismos dirigentes cultiven ideologías tajantes, propias de una aptitud terca. Efectivamente, hay muchos caminos para llegar a la cúspide. Por principio, falta comprensión y diálogo en los tentáculos del pensamiento único, que actualmente impone (jamás propone) el mundo de las finanzas. No hay posibilidad de razonamiento, sin duda no les interesa, porque lo que suele ofertarse es un intercambio de favores e intereses para resolver los conflictos generados por la misma clase pudiente, como pudiera ser reequilibrar el crecimiento y aminorar las desigualdades.
Por otra parte, somos una generación que escucha poco. Apenas tenemos tiempo para oírnos a nosotros mismos. Vivimos en una máscara continua de absurdos, donde el poder maneja los abecedarios con sus períodos y sus palancas de tensión, sin respetar para nada la variada constelación que conforma la familia humana. Si no se piensa de una manera determinada, la impuesta por el territorio de los que mueven los hilos del poder económico, eres considerado como un ser estrafalario, y por ende, formas parte del mundo de los excluidos. O sea de los que no tienen voz, ni capacidad para pensar, ni ya mismo derecho a una vida digna. Es la idolatría de los poderosos los que dictan las leyes, el propio pensamiento, ellos piensan así, y piden que se actúe así y punto en boca. No hay manera de entrar en el debate. Todo está camuflado por la mentira. Y así, resulta imposible, avivar ninguna alianza. La gente que toma el poder, decide, se equivoque o no, pero ella resuelve por todos.
El fantasma de la hipocresía alienta esta caprichosa enfermedad. Los poderosos no sólo piensan por los demás, también se han creído que son perfectos, hasta el extremo que referencian la ética como una formalidad inherente a ellos mismos, en lugar de despojarse de arrogancia para poder liberar a multitudes de familias oprimidas. Prestar apoyo verdadero es más importante que nunca, ya sea para la persona joven que busca un empleo (que es un derecho y un deber) para reconducir su propia familia, como para los abuelos a los que se les niega asistencia social. Podemos extender la esperanza de vida, pero será un verdadero infierno sino les prestamos una atención adecuada. Se debe, pues, acrecentar oportunidades para todas las personas de todas las edades, que revitalicen a toda una comunidad. Todos somos necesarios e imprescindibles, sabiendo que únicamente hay una fuerza propulsora: el deseo (sin ambiciones exageradas).
Estaría bien, que reflexionásemos sobre iniciativas diversas que nos acercasen mucho más unos a otros, en pos de la creación de un mundo más compasivo y hermanado. Colectividad que no sabe pensar por sí misma, difícilmente puede salir adelante. Más allá de los obstáculos, germina el compromiso de la persona como sujeto pensante. Evidentemente, el pensamiento mueve montañas, porque al final todo se clarifica. Tenemos que abrirnos al entendimiento para superar tantas contrariedades y dejarnos transformar por otras fuerzas más libertadoras. Ahí está el mundo de las finanzas deshumanizando, oprimiendo (y reprimiendo) a la ciudadanía. Tampoco se puede vivir en el mundo de la apariencia. A la vida hay que darle sentido humano, renovación de pensamiento, para poder discernir la realidad, y que ese entorno real, promocione en verdad una existencia de dignidad para todos. Hoy no existe esa dignificación como desvelo. Todavía existen multitudes de ciudadanos totalmente excluidos de los beneficios del progreso y relegados a ser personas abandonadas. ¿Habrá injusticia mayor?. Prolifera tanta incoherencia entre lo que se dice y lo que se hace, que hemos dado normalidad a la cultura de la exclusión, hasta convertirla en una mentalidad pasivamente aceptada.
No hay mayor mentira que la verdad mal entendida. Por consiguiente, la familia humana debe reaccionar más allá de las diferencias de culturas y opiniones políticas. Para fraternizarse hace falta acaparar menos y repartir más. Nos falta además ese sentido colectivo, de verdadera conciencia social. La misma solidaridad entre generaciones, en demasiadas ocasiones, es verdaderamente nula. Creo que nos falta convicción en la búsqueda y trabajar al unísono por la especie. Economía que trabaja por hacer más ricos a los ricos, en vez de hacer menos míseros a los pobres, no merece la pena que exista. El caso de un grupo de pescadores del sur de la India, convertidos en esclavos de una deuda que nunca podían pagar y que, muchas veces, pasaba de padres a hijos, es la situación de muchas familias actuales. Organizados en una cooperativa y, ayudados por las Naciones Unidas, ahora se han deshecho de ella y pueden vivir desahogadamente. Este es un claro testimonio que nos insta a trabajar unidos, con una mayor cooperación, que ha de pasar por garantizar recursos suficientes para los países menos adelantados.
Cuando las personas sean el elemento central del desarrollo, será cuando comencemos a salir de este caos que nos enferma. Contrariamente a lo que se pregona, cada día son más las familias sin oportunidades de realización, que no pueden expresar sus inquietudes y mucho menos adoptar decisiones de cambio en sus vidas. Se encuentran atrapadas por las deudas, con una pobreza galopante, y lo que es peor, con el entusiasmo perdido. Junto a estos desajustes enfermizos hemos de reconocer que sufrimos un profundo raquitismo en valores morales, es el efecto de una cultura altiva, poco dialogante, y por ende, nada crítica con las situaciones injustas. Por ello, deberíamos conciliar otros propósitos, lo que requiere de un alto grado de generosidad, puesto que hemos de disolver la cultura actual del derroche para unos y de la miseria para otros, concentrando el esfuerzo en el conjunto de la propia especie humana. Hasta ahora, todo lo que somos es el resultado de los dominadores para desgracia nuestra. Nos han dirigido a su antojo y a su capital de intereses. En consecuencia, ha llegado el momento de los cambios, es la hora de las rupturas. Necesitamos renacer, aunque sea de las cenizas.
Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
12 de mayo de 2014