A LA LUZ DE LAS PARÁBOLAS DE JESÚS

LA PARÁBOLA DE LA RED BARREDERA

 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor | 30.06.2016


La Palabra:

                Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red barredera,  que echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo los echan fuera. Así será a la consumación del mundo: saldrán los ángeles y separarán a los malos de los justos y los arrojarán al horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. (Evangelio de San Mateo 13, 47-50).

 

La Reflexión:

                En esta parábola se nos ofrece una enseñanza sobre el reino de los cielos, a través de una red barredera , que se lanza a todos por igual a la contrición. Los buenos peces son las personas justas que viven en coherencia con el evangelio de Cristo, en armonía con el orbe. Será bueno que reflexionemos sobre esto, ya que...

Tan importante como conocer es reconocerse.
De nada sirve endiosarse en este mundo de nadie.
El intelecto no es nada sin el vestido de la humildad.
El humilde conocimiento de uno mismo nos acerca a Dios.
Porque al Creador se llega por el camino del arrepentimiento.
Arrepentirse, por tanto, es un modo de quererse y una manera de amar.

                Está visto que el reino de los cielos es el reino de Dios, pues se hace presente en la persona misma de Jesús. Se comprende, en consecuencia, que cuando los ángeles separen a los malos de los justos y los arrojen al horno del fuego,  se produzca la angustia y el crujir de dientes. Por tanto...

Cristo ha venido para revelar este reino de luz.
En cada lugar de la tierra florece ese verso de paz.
También, en cada uno de nosotros, germina una sonrisa.
Sonreír nos ilumina el alma y, un alma encendida, vierte amor.
No dejemos que las angustias nos roben la esperanza del camino.
Porque el camino puede ser triste, pero tras él, siempre resucita el verbo.

                También nosotros debemos hallar esa dimensión celeste de la verdad del Reino de Dios. No desfallezcamos de implorar ese "venga tu reino" del padrenuestro. Indudablemente, Jesús ha cimentado su Iglesia sobre los doce Apóstoles, de los que la mayoría eran pescadores. La imagen de la red les era familiar. El objetivo de Cristo era hacerlos pescadores de hombres. De igual modo, nuestra Iglesia de hoy es una malla, una tela ensamblada por el Espíritu, entretejida por la misión apostólica, operante por la unidad en la fe. Así, bajo este concepto clave del mar con su red, tal vez podamos tomar otro estilo de vida...

El mar, la mar, a la que cantaron tantos poetas.
Con sus olas tejiendo alas de horizontes sobre la red.
Y la red, siempre a punto, para recoger tantos sueños echados.
Y como estrella de ese mar, ahí está la Madre de Dios, eternamente.
Cristianizada como faro de humanidad, en arca viviente de la Alianza.
Por la que Dios tomó presencia, se hizo uno de nosotros, vino a nosotros.

                Cuánta misericordia la de nuestro Creador. No permitamos que esta red de vida se destroce. Matrimonio y familia son hoy, pues, más importantes que nunca: célula germinal para la renovación de la sociedad; fuente de energía por la que la vida se hace más humana y, tomando de nuevo la imagen, red que da firmeza y unidad, emergiendo de las corrientes del abismo. Sin duda, hoy más que nunca requerimos...

Un amor auténtico, sin fecha de caducidad.
Pobre de aquel que repudia el amor de su vida.
El amor que lo es, persevera, retorna y pide perdón.
Pobre de aquel que no perdona e indiferente olvida amar.
Amar nos resucita, nos revive, y aún en las cruces es hermoso.
Sí, hallar en los ojos alegres de los otros, nuestra propia felicidad.

                Por desgracia, vivimos en un mundo que todo lo divorcia, que no entiende de amor, nada más que de intereses.  Ojalá se realizase en nosotros la parábola de la red barredera, y descubriéramos en la familia el auténtico amor que unifica, que nos trasciende y que nos da seguridad. A veces se nos olvida que la voz del Señor siempre es esperanza...

También en la siembra de las cruces, germina la luz.
Una luz que es amor sin condiciones ni condicionantes.
Porque amar no es únicamente querer, es también vislumbrar.
Hacerse querer, comprendiendo, hasta alcanzar el abrazo del alma.
Porque abrazando el amor, se entienden todos los abecedarios del mundo.
Al fin, somos más que una palabra, un vehemente deseo hambriento de abrigo.

                Y es que en el fondo, esta parábola de la red barredera, muestra el valor incomparable del reino de Dios. Las dificultades todas se traspasan con amor; precisamente, el castigo es la frustración en el amor. Pensemos, pues, por donde nos quiere llevar el Señor y cómo vamos nosotros caminando. No olvidemos que somos hijos del amor, y al amor hemos de regresar al final del camino. Trabajar por ello. Ahora vienen a mi memoria, unas palabras del Papa Francisco, cuajadas precisamente de amor, a unas parejas de novios que se preparaban para el matrimonio. "Y así, no lo sé, pienso en ti que un día irás por las calles de tu pueblo y la gente dirá: «Mira aquella hermosa mujer, ¡qué fuerte!...». «Con el marido que tiene, se comprende». Y también a ti: «Mira aquél, cómo es». «Con la esposa que tiene, se comprende». Es esto, llegar a esto: hacernos crecer juntos, el uno al otro. Y los hijos tendrán esta herencia de haber tenido un papá y una mamá que crecieron juntos, haciéndose —el uno al otro— más hombre y más mujer". ¡Cuánta verdad en ello y cuánta bondad en el decir!.

 

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
30 de junio de 201
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