COMPARTIENDO DIÁLOGOS CONMIGO MISMO

 

CON LA MISMA ACTITUD DE JESÚS

 

(Inmóviles en la fe, móviles en la escucha: es el instante de Dios)

 

 

 

 

 

Víctor Corcoba Herrero, Escritor | 04.04.2020


 

 

I.- DEJAR ESPACIO A DIOS

Abrámonos a ese camino de silencio y de soledad,
cerrémonos a este mundano vivir de invencibles,
vaciémonos de este ciego despertar endiosado,
quitémonos por siempre las corazas y las caretas,
pongámonos en los brazos de Jesús, ¡abracémosle!

Hagamos sin desfallecer el camino de la humildad,
formemos un solo cuerpo con el espíritu de la cruz,
concibamos la vida como una donación de servicio,
y una entrega ante los duros y dolorosos momentos,
necesariamente purgantes para limpiar las manchas.

A Dios se le deja espacio manteniendo la serenidad,
conservando el enardecimiento de los ramos de olivo,
amparando su gran desvelo como horizonte existencial,
defendiendo la bondad contra el espíritu de la maldad,
usando el callar como valor y su palabra como guía.

 

II.- EL OLVIDO DE UNO MISMO

Uno tiene que olvidarse para poder entrar en el gozo,
dejar de lado el egoísmo, tomar el pulso del amanecer,
acordarse de sí, de dónde viene y hacia dónde camina,
perderse y hallarse en reposo, con Jesús dentro de sí,
su fuente de amor es nuestro verdadero abrigo de vida.

Jamás nadie podrá detener su entrada en nuestro vivir,
como tampoco podremos amar con el frenesí del amor,
si antes no nos dejamos querer como nuestro Redentor,
pues entregado a nosotros, se deja humillar en la Pasión:
es vendido por unas monedas, traicionado por un beso.

Ahí queda para nuestra historia su inmortal expresión,
siempre viva y ejemplarizante, a la búsqueda del alma,
para que abandonemos el espíritu de la indiferencia,
moremos en la visión franca, en el buen tino del timbre,
que es lo que nos vierte y revierte a ser eternos y tiernos.

 

III.- EL SIGILO DE MARÍA

A los pies de la Cruz, la madre guarda absoluto silencio,
mientras su hijo agoniza y se encomienda al Padre,
es un enmudecer templado, sin ruido ni rencor alguno,
lo transcendente es mantener por siempre la calma,
para colmarse de versos y verse en la pureza del sol.

La quietud de María, con el alma traspasada de dolor,
es una actitud que nos eleva a una altura espiritual,
colmada de mística, comprimida de simbolismo,
doliente con los que lloran por nuestras miserias,
y fuerte a la vez, pues con ella germina la esperanza.

El hijo de Dios en los brazos de su mamá nos redime,
es como la ola de un mar que atraviesa nuestra mirada,
el viento que resucita ese sacrifico que nos exonera,
la luz que nos salva en medio de las cruces de cada día,
con su sí en la Anunciación, con su paz en el Calvario.

 

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
04 de abril de 2020