Cartas al Director

No les cerremos la puerta

 

 

“No hay nada más triste en este mundo que despertarse la mañana de Navidad y encontrarse lejos de sus raíces”
Anónimo

 

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 23.12.2013 


En esta época maravillosa del año en la que las uvas han madurado y el sol regresa haciendo que los días empiecen a alargarse, desde hace dos mil años, los cristianos celebramos la Navidad.

En Navidad es el tiempo en el que María nos hace el regalo de su divino Hijo. El sublime canto a la vida, sentido último y luminoso de nuestra existencia en este mundo.

En todo el mundo cristiano, la Navidad es un suceso extraordinario pleno de acontecimientos que todo el mundo comparte.

Los historiadores más acreditados afirman que el papa Julio I pidió en el 350 que el nacimiento de Cristo fuera celebrado el 25 de diciembre, lo que finalmente el papa Liberio decretó en el año 354. La primera mención de un banquete de Navidad en tal fecha en Constantinopla, data de 379, bajo Gregorio Nacianceno. La fiesta fue introducida en Antioquía hacia 380.

Sin embargo a falta de una mayor documentación, lo que verdaderamente importa es el espíritu con que celebremos la venida de Jesús.

Es natural que el mundo cristiano se alboroce con tan fausta conmemoración y las ciudades se llenen de luces y guirnaldas de colores que anuncien la buena nueva y nos hagamos regalos para demostrarnos nuestro amor.

Antiguamente la chiquillería cantaba villancicos por las calles pidiendo el aguinaldo, al compás del quejumbroso sonido de las zambombas y el estridente sacudir de las panderetas.

Pero la Navidad es mucho más que todo eso. No es solo comer y festejar. Precisamente en los momentos en que vivimos, pensemos que hay muchos Jesús que han llegado como lo hicieron José y María llamando a nuestras puertas. Unos porque el egoísmo de unos pocos desalmados, amparados por una posición privilegiada y amparados no pocas veces en las leyes de los hombres, se han quedado sin trabajo, sin recursos y hasta sin hogar, teniendo que malvivir de la caridad ajena.

Otros porque les dieron esperanzas para que buscando un horizonte mejor que el que tenían para sus vidas, vinieran desde lugares remotos, abandonando la tierra que les vio nacer y dejando allí a sus seres queridos, sin saber si un día los podrán a volver a ver. Han venido en busca de un techo que les cobije y buscando el pan con que alimentarse, haciendo la mayoría los trabajos más humildes y que nosotros, los que nos quejamos de ha desaparecido el mal llamado estado de bienestar, nos negamos a hacer.

No les llamemos extranjeros porque tengan otro color de piel, otra religión, otras tradiciones u otras lenguas. No les cerremos nuestras puertas, para que al igual que José y María tengan que dormir en mitad de nuestras calles. Al fin y al cabo, si les miramos a los ojos, en ellos veremos la angustia, el pánico, la incertidumbre, el desamparo y el miedo ancestral acumulado durante siglos y nos daremos cuenta de que son seres humanos, que al igual que nosotros, no aspiran a otra cosa que a ver un día el amanecer de un horizonte más esperanzador en el que puedan encontrar unas migajas de felicidad. Ese y no otro, es el espíritu de la Navidad.

César Valdeolmillos Alonso