Cartas al Director

Duros de mollera

 

“Dejar de luchar,
por culpa de la corrupción que hay en tu alrededor,
es como cortarte el cuello porque hay barro afuera”.
(
Nicolae Iorga,
Historiador rumano)

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 04.11.2014


Disociar la moral de la política es tanto como abrir la caja de Pandora. La política sin moral, es crear un monstruo con inmenso poder capaz dar rienda suelta a todos los males del mundo.

No es posible el florecimiento de la paz, el progreso y la concordia, si estas no son alimentadas por la semilla de unos valores éticos concordantes con la razón de ser y vocación del ser humano.

Pero esos valores, a los que antes denominábamos moral, hace tiempo que se perdieron en España y se sustituyeron por un obsesivo y mal entendido “Estado de bienestar” que una parte de la casta política concibe como un ciego y lujurioso afán de concentración de riqueza, conseguida por procedimientos ilegítimos y de la que se beneficia a costa del empobrecimiento de todos nosotros.

Este atesoramiento adulterino de riqueza, como el cáncer que es, ha ido extendiendo sus metástasis y mostrando sus malignas consecuencias, casi siempre ignoradas, cuando no negadas por aquellos poderes que podrían y deberían haberlas evitado. Acres disputas en el interior de la élite por obtener mayores porciones del botín; desaforada ambición; corrupción generalizada, para obtener a través del robo, el atropello y la extorsión, aquello que no podía obtenerse “legalmente”.

Como es lógico, este incalificable comportamiento, ha producido un sentimiento de indignación generalizada; el rechazo y repulsa, masiva y creciente, contra la élite hegemónica; estado de opinión de consecuencias imprevisibles y con seguridad indeseadas por la mayoría de los españoles.

Los partidos mayoritarios, cegados por la ambición arrolladora de poder y su irracional deseo de culpar al oponente como único y exclusivo responsable de los males que nos acaecen, pueden dar lugar a que se produzcan situaciones políticas, sociales y económicas arriesgadamente peligrosas y muy difícilmente reversibles. Es urgente y moralmente obligado, que los partidos mayoritarios hasta ahora dejen de tirarse piedras mutuamente y se sienten a dialogar con decidida voluntad política para erradicar y prevenir la corrupción de la acción política y del resto de las instituciones del Estado afectadas por esta pandemia.

Pero como nos decía Ortega y Gasset, Europa —y con ella España— se ha quedado sin moral.

Hoy la aspiración que impera en la sociedad, es vivir sin supeditarse a moral ninguna.

En realidad me parece una ingenuidad reprochar su falta de moral a los cientos o miles de imputados que por medio de sofisticados o groseros procedimientos, nos han estado robando durante años, al tiempo que para mayor escarnio, algunos de ellos formaban parte de destacadas tertulias en importantes medios de comunicación, para acusar al oponente de las mismas o similares inmoralidades que ellos estaban cometiendo.

Reprocharles su comportamiento es una actitud lógica, pero ingenua e inoperante, porque quien así ha obrado, no es que sea un inmoral; es alguien que vive al margen de cualquier moral que no sea el enriquecerse por cualquier medio y por tanto, la acción que le podamos censurar, no le afectará en absoluto e incluso, en algún caso, hasta puede que le alague ya que la pena por los frutos de la inmoralidad ha llegado a resultar tan barata que cualquiera puede alardear de ejercitarla.

A pesar de ello, creer en las promesas de regeneración de los nuevos salvadores, podría resultar una candidez extremadamente peligrosa y de efectos probablemente irreversibles.

Hace 85 años, Ortega decía en “La rebelión de las masas”: “No creáis una palabra cuando oigáis a los jóvenes hablar de la “nueva moral”. Niego rotundamente que exista hoy en ningún rincón del Continente grupo alguno informado por un nuevo ethos que tenga visos de una moral. Cuando se habla de la nueva, no se hace sino cometer una inmoralidad más y buscar el medio más cómodo para meter contrabando.

Ochenta y cinco años de rotunda experiencia sobre la falsedad de los fundamentalismos materialistas, vaciedades idealistas, criminales ismos de uno u otro color, exacerbados nacionalismos, utopías con el terror como moneda de cambio… todo ello protagonizado por un ser humano duro de mollera para reconocer los errores de que hizo norma de vida.

César Valdeolmillos Alonso