Cartas al Director

¿Dónde estaban?

 

“Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella”
Joan Baez

 

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 08.05.2014


Al final de la película “La caída del imperio romano”, una voz en off dice: “Así cayó el imperio romano. Porque una sociedad sólo cae cuando se ha destruido a sí misma interiormente”. En efecto, cuando una sociedad ha perdido sus valores y hace gala precisamente de una ausencia total de los mismos, camina inevitablemente hacia su autodestrucción.

La inmensa corrupción política que ha tenido lugar en Andalucía desde 1990 a 2013, representada según todo el arco parlamentario andaluz —a excepción del PSOE, naturalmente— por los expresidentes de la Junta, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, está constituyendo un muro, hasta ahora insalvable, para que Susana Díaz pueda ser proclamada presidenta de la comunidad.

Por la magnitud de los hechos investigados en la causa incoada por la jueza Mercedes Alaya, diríase que una fiebre de desgracia e indignidad, se apoderó de la comunidad. Formalmente Andalucía tiene una democracia, sí, pero presuntamente corrompida por elementos dirigentes que han ostentado el poder por más tiempo de lo que duró la dictadura franquista.

No resulta fácil ni agradable, decir la verdad. Pero si se ha de producir algún tipo de regeneración en esa querida parte de España, ha de contarse, cualquiera que sea el dolor que ello nos pueda producir.

Para entender el fenómeno andaluz, hemos de remontarnos a los años setenta, Cuando salimos de la noche oscura del franquismo, por encima de todo, el andaluz, acostumbrado secularmente a pasar hambre, a ser explotado por su clase dirigente y a sufrir todo tipo de humillaciones, tenía, y sigue teniendo miedo; miedo del pasado, miedo al presente y miedo al futuro. Yo diría que desde que Andalucía perdió su esplendor, el andaluz tiene miedo incluso de sí mismo.

En los albores de la tan esperada democracia, el partido gobernante de la UCD, también frustró sus ilusionadas esperanzas de obtener la autonomía que a otros se les había regalado, diciéndole que el del 28 de febrero, no era su referéndum.

El vacío que esta miope actitud produjo en sus corazones, lo aprovechó el partido socialista, prometiéndoles el paraíso, acudiendo a los tópicos más burdos y grotescos, a base de reabrir las ancestrales heridas de los más desfavorecidos.

Tras este triste episodio, el andaluz grabó en su mente la imagen de que la derecha era la encarnación de los que secularmente habían dispuesto de su vida y hacienda, mientras que los socialistas, que alimentaban sentimientos de desagravio con frases como que “No descansarían hasta conseguir que el médico llevase alpargatas”, se erigieron en su ángel redentor.

Solo entendiendo este sentimiento de frustración y desesperada esperanza, puede comprenderse lo que el socialismo significó para los andaluces,

Y la Andalucía esperanzada, depositó en los socialistas una confianza plena. Pensó que ellos eran quienes habrían de devolverle su dignidad.

Cuando consigamos acabar con los ricos, acabará también vuestra miseria, se les decía. Era la vieja, la viejísima historia del cordero propiciatorio. ¿Qué pasó con los que sabían que esas palabras eran mentira? Peor que mentira. Eran simplemente el trampolín que les impulsaría hacia la conquista del poder. La derecha callaba acomplejada. Otros, conocedores de la realidad, aprovecharon la inigualable ocasión que se les presentaba para alcanzar puestos de relevancia, que de otro modo, jamás hubieran sido capaces de obtener.

El sentimiento nacido de aquel histórico 28 de febrero impregnó las conciencias de Andalucía con la fuerza del torrente que ha desbordado sus cauces y los socialistas se encontraron con un poder, que se les derramaba entre las manos, mucho más allá de lo que habían sido sus más desenfrenados sueños.

Y Andalucía sustituyó a sus dueños. Como en la historia del Conde de Lampedusa, algo cambió para que todo siguiese igual y el señorito del Cortijo se alió con los inquilinos del Palacio de San Telmo.

La entrega del pueblo andaluz a los socialistas fue tan incondicional, que podían hacer y deshacer a su antojo sin que nadie les pidiese cuentas. Sin saberlo, se acababa de plantar la semilla de la corrupción que comenzó dando como fruto el más desmedido nepotismo, el más obsceno enchufismo, la concesión de ayudas, subvenciones y otras asistencias de muy difícil justificación a correligionarios, colegas, amiguetes y entidades afines. Nadie había capaz de poner freno al desbocado proceder. La puerta a la implantación del más descarado sectarismo se abrió de par en par con la más absoluta impunidad.

La semilla plantada en su momento, generosamente regada durante años con el dinero de los propios andaluces y a costa sus tan necesitadas inversiones y servicios, se convirtió en el frondoso árbol de cuyas ramas pendía la más abyecta de las corrupciones.

Los altos cargos imputados pretenden que los magistrados y los españoles creamos que ellos no sabían nada de lo que estaba ocurriendo.

¿Dónde estaban entonces? ¿Dónde estaban cuando se empezó a atropellar la Ley hasta el extremo de que la Intervención General de la Junta tuvo que hacer hasta 15 advertencias de ilegalidad?

¿Dónde estaban cuando los medios de comunicación destapaban escándalo tras escándalo?

¿Dónde estaban cuando detrás de cada escándalo se descubría que había la mano oculta que cobraba una comisión?

¿Dónde estaban mientras los sindicatos se lucraban con la tragedia de aquellos trabajadores de empresas subvencionadas que hacían ERES irregulares en cuyas listas se incluían a personas que jamás habían pertenecido a su plantilla?

¿Dónde estaban mientras se cometía el inmenso fraude de los cursos de formación en los que la Jueza Alaya ha encontrado indicios fundamentados de todo tipo de defraudaciones e irregularidades?

Los imputados dicen que siempre obraron con absoluto respeto a la Ley y que lo ignoraban todo.

¿Estaban sordos? ¿Mudos? ¿Ciegos?

Los imputados dicen que todo eso es obra aislada de elementos incontrolados. Y eso ¿Acaso justificaría su supuesta inocuidad en todo lo ocurrido?

¿Es que por ventura su falta de control y vigilancia les hace menos culpables? Puede que no conocieran los detalles. Pero si no lo sabían, era solamente porque les convenía no conocerlos.

No. Lo cierto es que lo que en una democracia occidental avanzada puede ser un hecho aislado, en Andalucía se convirtió en una forma de vida.

Los vergonzosos actos presuntamente protagonizados por altos cargos de la Junta de Andalucía, no constituyen el punto más grave de los hechos que figuran en el sumario. Lo grave es el hecho de haber tomado parte conscientemente en un sistema de tremenda degeneración e injusticia, impuesto desde altas instancias, con absoluto desprecio de todos los principios morales, éticos y legales, reconocidos en cualquier democracia avanzada.

Hay quien podría argumentar que no son solo los imputados los que deberían compartir la responsabilidad de lo sucedido en Andalucía. Y habría verdad en ello. Porque quien realmente pide justicia ante la Justicia, es el pueblo andaluz.

Puesto que los hoy imputados —salvo que se demuestre lo contrario— ninguno fue forzado a cometer los hechos que  se les imputan, cualquier Tribunal afirmaría que son responsables de sus actos. Hombres que investidos con la responsabilidad que a ellos había entregado el pueblo para que les condujeran hacia un más prometedor horizonte, defraudaron su confianza, despojándoles de lo que les pertenecía. Hombres que tomaron parte en la promulgación de leyes y decretos cuyo propósito era el saqueo de aquellos a quienes decían defender. Hombres que ocupando cargos relevantes tomaron parte activa en el cumplimiento de aquellas leyes que transgredían las propias leyes andaluzas.

El Derecho Penal en toda nación civilizada se basa en el  principio común de que cualquier persona que induce a otra a cometer un delito; cualquier persona que provee a otra de medios para poder transgredir la Ley; cualquier persona que  es cómplice de infringir las normas establecidas, es culpable.

La razón de ser de todo gobernante es trabajar para hacer realidad la causa que defiende, cuando defender una causa es lo más difícil. El hecho más infame que puede cometer es traicionar la confianza que en sus manos han puesto los ciudadanos, saqueándoles sus propios bolsillos en beneficio de intereses espurios.

¿Execrable todo ello? Sí. ¿Inconcebible? Sí. Pero a todo esto y a lo que ha ocurrido en el resto del país se llegó el día en el que los partidos políticos españoles se conjuraron para repartirse la Justicia, la verdad y el respeto que merece el ser humano.

César Valdeolmillos Alonso