Cartas al Director
Cualquiera puede ser presidente del Gobierno
“Las elecciones pertenecen al pueblo. Es su decisión.
Si deciden darle la espalda al fuego y quemarse,
entonces tendrán que sentarse sobre sus ampollas”
Abraham Lincoln
César Valdeolmillos Alonso | 11.11.2024
Ser presidente del Gobierno de una nación, no solo implica asumir responsabilidades muy graves y complejas, sino que requiere una sólida capacidad de liderazgo y una lúcida visión estratégica. Además, es esencial contar con un profundo conocimiento de la Historia y una clara visión de futuro para afrontar los desafíos que implica dirigir un país.
Gracias a aquella lección aprendida, que llevó a cambios importantes en la gestión del río y la planificación urbana, en esta ocasión, la capital valenciana no ha visto cómo se repetía su Historia.
Lo cierto es que resulta muy difícil aceptar impasiblemente lo que en España está ocurriendo desde hace dos semanas.
Ni me corresponde, ni deseo, entrar a analizar quien es el responsable de lo que está sucediendo en las zonas castigadas por la gota fría, porque tal y como reza el proverbio: “Entre todos la mataron y ella sola se murió”. Tiempo habrá para investigar la deuda contraída por cada uno de los que han tenido competencias en este desastre. No obstante, es un hecho que en cualquier entidad de relevancia, existe siempre un supremo responsable encargado de estudiar, analizar, coordinar y tomar decisiones. En momentos de adversidad extrema, sobre él recae la máxima responsabilidad, siendo imperativo que asuma plenamente sus obligaciones, sin que éticamente sea admitido que trate de transferir su responsabilidad a personas o instituciones de menor jerarquía.
Ante la actuación del Gobierno en relación con el desastre, ¿Cabría conjeturar que el presidente vio una oportunidad de oro para desacreditar al PP y presentarlo como el único responsable de la catástrofe que estaba ocurriendo en Valencia? ¿Y podría ser que, al igual que Zapatero le dijo en su día a Gabilondo: “Nos conviene que haya tensión”, decidiera repetir la estrategia?
Conociendo las maniobras políticas del PSOE, ¿Sería de extrañar que en esta ocasión hubiesen decidido dejar que se agravase la situación, y en vez de abordar de inmediato el problema en la sesión de control al Gobierno, decidiesen obviarlo y centrar su atención en el asalto a RTVE para que toda la gravedad del desastre recayese sobre su adversario político?
Los verdaderos líderes —no los aventureros oportunistas que han logrado el poder apoyándose en aquellos que están empeñados en destruir España— anteponen siempre el bienestar y la seguridad de la población por encima de su interés político.
En España lo mejor son los españoles. Siempre ha sido así. En los trances más críticos, los políticos recurren a invocar ampulosos principios de solidaridad, igualdad, justicia social o el bien común del pueblo, mientras lo utilizan en su propio beneficio y lo prostituyen. En tiempos de aflicción, con un cubo y una pala, el español, los hace realidad.
Cuando España toda llora con las víctimas; cuando los cadáveres flotaban por las calles o los barrancos; cuando un padre de familia ve arruinado el esfuerzo de toda una vida; cuando una madre no tiene que darle de comer a su hijo, o cuando un niño vaga aterrorizado por la calle buscando amparo, es desgarrador comprobar que quien tiene la capacidad del poder, y el deber de aliviar tanta miseria, exhibe una frialdad tan despiadada, tan exenta de toda humanidad, que se atreve a decir: “Si necesitan ayuda… ¡Que la pidan!”
En ese momento, y por conmiseración, solo cabe pensar que la medicina no le está haciendo efecto.
Marlaska rechazó la ayuda ofrecida por Francia; los policías, guardiaciviles y militares que por humanidad querían ayudar, tuvieron que hacerlo anónimamente y vestidos de paisanos porque no tenían permiso para auxiliar a sus conciudadanos; los bomberos franceses que vinieron por su cuenta, no podían creer que no hubiera siquiera un policía municipal en aquellas zonas en las que solo podía contemplarse la acción destructora de los elementos.
La oportunidad para batir al presidente de la comunidad valenciana, había que aprovecharla al precio que fuese.
Con el COVID, 150.000 muertos y negocios no aclarados con las mascarillas. Con la DANA, lo que haga falta. Como en la guerra, la muerte, la desgracia y la desesperación de muchos, es siempre buen negocio para unos pocos.
Ante el abandono y falta de las iniciativas necesarias para paliar los efectos del desastre, el Rey no tuvo otro medio de alzar su voz, que ofrecer a las víctimas a sus escoltas y miembros de la Guardia Real, que desde el miércoles 31 están ayudando en las tareas de rescate y apoyo en las zonas afectadas.
Como resultado, los efectivos militares permanecieron en sus cuarteles, y ni la Policía Nacional, ni la Guardia Civil, pudieron actuar en los momentos más críticos de la catástrofe.
En contraste, miembros de la Reserva de la Guardia Civil Española tomaron la iniciativa de organizarse voluntariamente y coordinarse con los ayuntamientos para distribuir asistencia eficazmente desde el inicio.
Además, dispone de un regimiento de Caballería con dispositivos capaces de acceder a cualquier lugar, apartar vehículos y despejar vías, lo que habría facilitado enormemente las labores de salvamento.
El batallón de Policía Militar, por su parte, posee la capacidad adecuada para realizar labores de seguridad ciudadana, gestión de tráfico y patrullajes, misión esencial para evitar los saqueos que se han estado produciendo. También cuenta con aljibes potabilizados que podrían haber suministrado agua a la población desabastecida, un recurso vital especialmente en los primeros días de la catástrofe.
Desde el primer momento, miles de soldados han estado deseosos y dispuestos a ayudar y ser útiles a sus compatriotas, demostrando que el ejército es una fuerza preparada, no solo para la defensa, sino también para ser un pilar de apoyo en los momentos críticos.
El 18 de junio de 2004, el gobierno de Zapatero derogó el Plan Hidrológico Nacional propuesto por José María Aznar, que incluía la construcción de la presa de Cheste, diseñada para controlar los caudales de las cuencas altas de los barrancos de El Poyo, La Caleta y el Pozalet, reduciendo así el riesgo de inundaciones durante lluvias intensas. La derogación, influenciada por las presiones políticas de los nacionalistas catalanes y el sectarismo socialista, eliminó una medida preventiva clave contra desastres naturales.
Por su parte, la Confederación Hidrográfica del Júcar redactó el Plan Sur, que proponía desviar el barranco del Poyo hacia el nuevo cauce del Turia para evitar futuras catástrofes. Este proyecto, con un presupuesto de solo 211 millones de euros, también fue detenido debido a la oposición de los socialistas y Compromís.
Imaginar el rostro detrás de cada número nos obliga a sentir el verdadero drama del desastre. Detrás de cada estadística hay un ser humano cuya vida ha sido abruptamente rota, dejando tras de sí el vacío los proyectos que ya no se culminarán; de las risas que no resonarán jamás, y los sueños que se han desvanecido como el eco en la distancia.
Tras los muertos y desaparecidos solo queda el silencio. Un silencio que rasga el alma cuando se escucha:
“Si necesitan ayuda… ¡Que la pidan!”
Ya no la necesitan. Solo queda el abrumador recuerdo que hace que nuestros ojos se nublen de lágrimas y nuestro corazón se encoja de angustia al pensar en el alcance del sufrimiento y el dolor que se ha causado. Un recuerdo que solo se ha visto aliviado por las imágenes de los miles de voluntarios, que con lo que tenían a la mano, se lanzaron a los caminos de barro para ayudar a quienes solo les quedaba el cielo por techo.
Cualquiera… no puede ser Presidente del Gobierno.
Después de lo visto y escuchado, solo cabe pensar que lo peor queda por venir.
César Valdeolmillos Alonso