Fe y Obras

Ecumenismo

 

 

17.01.2014 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Estamos a punto de celebrar una semana muy especial. Cuando lo que pasa es que los cristianos estamos separados desde hace muchos siglos no podemos negar que la unidad de nosotros es importante. Es más, es lo que supone responder sí a lo que dijo Cristo acerca de tal unidad en la Última Cena dirigiéndose al Padre (recordemos aquello de “para que sean uno como Tú yo somos uno”) pues sabía lo que iba a pasar, casi de inmediato y, luego, a lo largo del tiempo.

Nos referimos a la Semana de Oración por la unidad de los cristianos.

Pero más que conocida y sufrida, por triste, es la separación que, entre los discípulos de Cristo, existe. Desde siglos muy lejanos, cuando se produjo la que hoy denominamos ortodoxa o, más recientemente, cuando el protestantismo difundió sus ideas por Europa y, luego, por el mundo, sufre el Cuerpo de Cristo este mal, al parecer, irrevocable.

Remontémonos, sin embargo.

Fue en 1908 cuando el fundador de la “Society of the Atonement (comunidad de hermanos y hermanas del Atonement), el padre Paul Wattson (anglicano) tuvo la buena idea de llevar a cabo un octavario de oración que tuviera como objetivo la unidad de los cristianos. Hace, por tanto, más de un siglo desde entonces.

Sin embargo, desde que se celebró el Concilio Vaticano II la Iglesia católica, lo ecuménico, el ecumenismo ha venido a ser una realidad que, poco a poco, se va abriendo paso entre la incomprensión de unos, siendo el Decreto sobre el Ecumenismo (Unitatis Redintegratio) el ejemplo más palmario de lo aquí expuesto.

Y esto muy bien se puede apreciar en el primer punto del Proemio del Decreto:

“Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los fines principales que se ha propuesto el Sacrosanto Concilio Vaticano II, puesto que única es la Iglesia fundada por Cristo Señor, aun cuando son muchas las comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la herencia de Jesucristo. Los discípulos del Señor, como si Cristo mismo estuviera dividido. División que abiertamente repugna a la voluntad de Cristo y es piedra de escándalo para el mundo y obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio por todo el mundo”.

Por lo dicho arriba no es de extrañar que la distancia establecida entre los discípulos de Cristo sólo puede ser contraria a la voluntad del hijo de Dios y que, por lo tanto, quien se considere hermano de Jesucristo y, además, tenga la posibilidad de hacer algo más que no sea el simple poner sobre la mesa la situación en la que está la cristiandad, pues haga todo lo que pueda.

¿Qué hacer, pues, para que no pueda dar la impresión de que Cristo está dividido (cf 1Cor 1, 1-17)?

Pues, por ejemplo, esto:

-Analizar los motivos históricos verdaderos que llevaron a tomar determinadas decisiones.

-Necesario diálogo teológico sin caer en dejaciones a favor de quien se ha separado de la fe verdadera.

-Purificación de la memoria como hizo, por ejemplo, el beato Juan Pablo II a lo largo de su pontificado y se ha seguido haciendo desde entonces.

Además, el Decreto citado arriba recoge lo que, también, son instrumentos válidos para el conveniente desarrollo del ecumenismo. Y lo hace en su punto:

“Esta conversión del corazón y santidad de vida, juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico.”

Por lo tanto, también se requiere conversión del corazón y santidad de vida porque sólo basándose en un cambio en el Templo del Espíritu Santo y adoptando una decidida vida de acuerdo a la voluntad de Dios será posible la tan ansiada unidad de los cristianos.

Vemos, pues, que es muy importante llevar a cabo lo que, verdaderamente, es una profesión de fe cristiana además de no olvidar la oración, pedir a Dios que la unidad se haga posible pues depende, tanto, del Señor…

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net