Fe y Obras

Del Domingo de Ramos

 

 

11.04.2014 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Cuando, cada año, llega un domingo tan especial como es el llamado de Ramos, nos vienen al corazón y a la mente unos momentos muy importantes para la historia de cada uno de nosotros y, en general, para toda la humanidad.

En aquel momento, un hombre entraba en Jerusalén. Lo hacía de una forma poco ostentosa pues entraba en un pobre jumento que no decía mucho, precisamente, de que su reino fuera de este mundo y mostrara, así, su gran poder. Y lo hacía así porque su poder era muy otro y tenía poco que ver con mundanidades y sí con grandes alturas espirituales.

Nada de armas, nada de caballos. Tan sólo los ¡Hosannas! de aquellos que lo recibían como Rey, pero como un tipo de Rey muy distinto a los que se estaba acostumbrado por entonces.

El caso es que Jesús ya llevaba unos cuantos años predicando, enseñando la Palabra de Dios y demostrando, por activa y por pasiva, que el poder que demostraba tener (curar ciegos de nacimiento o resucitar muertos) no era propio de un hombre cualquiera sino, como poco, de alguien que tenía una relación muy especial con el Creador y que nosotros sabemos (Él también) que era Dios hecho hombre.

Por eso el tiempo que ahora comenzamos, otra semana que es, verdaderamente, Santa, para los discípulos de Cristo, nos ha de servir para traer al presente lo que entonces sucedió. Lo hemos de hacer, en primer lugar, porque es gozoso recordar la entrega de nuestro hermano Jesús y, en segundo lugar, porque aquello supuso algo más que un hecho detenido en el tiempo como si no afectara más desde entonces.

El Domingo de Ramos es, verdaderamente, un domingo gozoso y glorioso. Es bien cierto que no es el de Resurrección pero no es menos importante porque fue el primero de los dos primeros días de aquellas semanas que tanto nos dicen a cada uno de nosotros.

Es un tradición muy buena, tal día, bendecir los ramos de olivo, de palmera o de otro tipo de planta similar. Lo hacemos, sin duda, para recordar lo que fue y, en cierto modo, para poder dar la bienvenida a Jesús como hicieran aquellos otros nosotros. También es tradición dejar, durante todo el año, los ramos bendecidos en nuestras casas para tener, claro está, tal bendición bien cerca de nuestros corazones.

Traemos, por tanto, aquí y ahora mismo, una oración para poner las palmas benditas en el hogar que dice tal que así:

“Bendice Señor nuestro hogar.
Que tu Hijo Jesús y la Virgen María reinen en él.
Por tu intercesión danos paz, amor y respeto,
para que respetándonos y amándonos
los sepamos honrar en nuestra vida familiar,
Sé tú, el Rey en nuestro hogar.
Amén.”

Pidamos a Dios que este Domingo de Ramos sea, para nosotros, un verdadero recomenzar en nuestra fe, que sepamos aceptar a Cristo en nuestras vidas como Él quiere ser aceptado y que, por mucho que nos pueda costar hacer eso, sepamos perdonar como perdonó el Mesías, días después, a los que lo estaban matando.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net