Fe y Obras

La voz contra-cultural de la Iglesia católica

 

 

23.10.2014 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Cuando San Juan Pablo II acuñó la expresión “cultura de la muerte” frente a “cultura de la vida” sabía que estaba diciendo una gran verdad. También sabía, seguramente, que no todo el mundo iba a entender que a lo que se tenía por normal alguien, por muy Papa que fuera, lo motejara de cultura y, además, de muerte porque quería decir que asesinar, en muchos y concretos casos, se había convertido en, eso, una “cultura”, una forma de comportamiento ordinario y, al fin al cabo, aceptado.

El caso es que la Esposa de Cristo sólo puede hacer, exactamente, eso y otra forma de proceder no están ni entre sus funciones ni entre sus santas obligaciones.

Nos referimos a ser instrumento contra-cultural.

En realidad, cuando la cultura existente provoca la aceptación, por ejemplo, del aborto, como bien e, incluso, como “derecho” social no otra cosa se puede hacer que no sea manifestarse en contra de eso y ser, por eso mismo, contra-cultural.

Ser contra-cultural supone ponerse frente al sistema, ser anti-sistema… pero de verdad y no de forma folclórica como muchos entienden tal posicionamiento.

La Iglesia católica, desde que apareció traída por la mano y el corazón de Cristo, ha de defender una doctrina en la cual la vida del ser humano, desde que es concebido y hasta que muere de forma natural, es lo más importante. Es más, sin el derecho a la vida el resto de derechos no es que no tengan importancia sino que no tienen sujeto activo en el cual recaer o hacerse efectivos.

Ser contra-cultural supone, además, defender lo defendible y, dado como están las cosas, ser, seguramente, mártires en un mundo, y de un mundo, donde no gusta nada de nada que se digan las cosas como son y no se siga la corriente de muerte que invade todos los rincones de nuestra existencia. Ser contra-cultural es, también, ser francos con lo que se cree cuando la cultura existente es tan aberrante como la que hoy día nos toca sufrir.

Ser contra-cultura, por decirlo pronto, es, también, ser fiel a Dios y a la misión que ha encomendado a su descendencia.

No extrañe, por tanto, que el obispo de Providence, EEUU, Mons. Thomas Tobin, haya dicho que “la Iglesia corre el peligro de perder su voz valiente, contra-cultural y profética”. Y no debe extrañarnos nada de nada porque la labor de nuestros pastores ha de ser, precisamente, la de denunciar lo denunciable. Otra cosa no podemos ni debemos esperar.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net