Fe y Obras

Cuerpo de Cristo

 

 

04.06.2015 | por Eleuterio Fernández Guzmán


“Mi carne es verdadera comida,
y mi Sangre verdadera bebida;
el que come mi Carne, y bebe mi Sangre,
en Mí mora, y Yo en él.”
(Jn 6, 56-57)

Esto, dicho por Jesucristo y recogido por el discípulo amado, nos muestra, a la perfección, lo que significa, para un discípulo del Hijo de Dios, considerar su Cuerpo como parte esencial de nuestra fe.

Hace muchos siglos desde que el Papa Urbano IV, el 8 de septiembre de 1264, instituyera, a través de la bula “Transiturus”, la celebración de la solemnidad del Corpus Christi para el jueves después del domingo de la Santísima Trinidad. Por el devenir de los tiempos ha acabado celebrándose, la tal Solemnidad, el domingo siguiente al de la citada Santísima Trinidad.

Dice Cristo que su carne es, en sí misma, “verdadera comida”. Esto, así dicho, podía resultar, como para muchos resultó, una forma de hablar bastante dura. Sin embargo, con el paso del tiempo, poco, acabó entendiéndose que se refería a la institución de la Santa Misa en la que, junto con el vino que se transforma en su sangre, el pan se transforma en su cuerpo y es, así, verdadera comida.

Precisamente refiriéndose a esto, el emérito Santo Padre Benedicto XVI, en la homilía de la celebración del día de Corpus Christi de 2009 dijo sobre las palabras de Jesucristo “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre” que “Nos llevan espiritualmente al Cenáculo, nos hacen revivir el clima espiritual de aquella noche cuando, al celebrar la Pascua con los suyos, el Señor, en el misterio, anticipó el sacrificio que se consumaría el día después sobre la cruz. La institución de la Eucaristía se nos presenta de este modo como anticipación y aceptación por parte de Jesús de su muerte. Escribe san Efrén de Siria: "Durante la cena, Jesús se inmoló así mismo; en la cruz Él fue inmolado por los otros" (Cf. Himno sobre la crucifixión 3,1)”.

Pero también se denomina, a la Iglesia, Cuerpo de Cristo y, a este respecto, el número 789 del Catecismo de la Iglesia Católica dice que “La comparación de la Iglesia con el cuerpo arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la Iglesia y Cristo. No está solamente reunida en torno a El: siempre está unificada en El, en su Cuerpo. Tres aspectos de la Iglesia-Cuerpo de Cristo se han de resaltar más específicamente: la unidad de todos los miembros entre sí por su unión con Cristo; Cristo Cabeza del Cuerpo; la Iglesia, Esposa de Cristo”.

Todo lo que dice este número del CIC ilumina acerca del papel que la Esposa de Cristo tiene, con relación al mundo que le ha tocado vivir y, sobre todo, con lo que supone, para la misma, ser Cuerpo de Cristo, que llevar a cabo. Así, como bien dice el CIC citado todos los miembros de la Iglesia católica somos, a la vez, uno y, por eso mismo, no podemos hacer nuestro camino separándolo del resto de fieles que se dicen discípulos de Cristo y se consideran piedras vidas de la Esposa de Cristo.

A este respecto dice, un poco después de lo citado arriba, el CIC (número 791) que “La unidad del cuerpo no ha abolido la diversidad de los miembros: "En la construcción del cuerpo de Cristo existe una diversidad de miembros y de funciones. Es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y las necesidades de los ministerios, distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia". La unidad del Cuerpo místico produce y estimula entre los fieles la caridad: "Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él" (LG 7). En fin, la unidad del Cuerpo místico sale victoriosa de todas las divisiones humanas: "En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Ga 3, 27-28)”.

Pero también tenemos a Cristo como principal instrumento, valga esta expresión, espiritual de su Esposa. Así, siendo cabeza del Cuerpo dirige nuestro vivir y nuestra acción en la vida. Ser como Cristo, entonces, debería ser el cotidiano proceder de quien se considere discípulo suyo; amar como Cristo el ejemplo a imitar; entregarse como lo hizo el Hijo de Dios tendría que ser el espejo donde cada cual se mirara.

Así es el Cuerpo de Cristo y así tenemos que ser sus hermanos en la fe: seguidores fieles que conocen a Quien pertenecen y de Quien dependen.

Somos, pues, como miembros de la Iglesia católica, Cuerpo de Cristo. No hagamos, pues, por desmerecer de tan importante regalo de Dios.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net