Fe y Obras

Tiempo de espera; tiempo de esperanza

 

 

27.11.2015 | por Eleuterio Fernández Guzmán


En realidad, el tiempo no es muy extenso. Apenas unas semanas, cuatro, en las que se muestra hasta qué punto somos capaces de manifestar una fe que, en el mundo de hoy, está zaherida por los poderes mundanos y, tantas veces, por los propios creyentes católicos.

El tiempo, pues, transcurrirá desde que el domingo 29 de noviembre hasta poco menos de cuatro semanas después llegue la Nochebuena y celebremos que el Hijo de Dios ha vuelto a nacer. No es que no nazca cada día en nuestros corazones sino que tenemos por tal día uno que lo es de celebración. Y es que el ser humano necesita de recuerdos para poder vivir y, en este caso, actualizar nuestra fe.

Nosotros sabemos, porque lo hemos aprendido a través de nuestra creencia católica, que esperamos al Hijo de  Dios. Eso, sin duda alguna, ha de tener repercusiones en nuestra vida, en nuestra existencia, pues, como hijos del Todopoderoso.

Este tiempo, corto pero profundo, ha de suponer una cierta limpieza de nuestra alma. No es, claro, como el tiempo de Cuaresma. Bueno, no lo es en el sentido que cada uno de estos tiempos litúrgicos tiene (en uno esperamos el nacimiento de Cristo; en otro la muerte y Resurrección) pero sí lo es porque ambos tienen como centro al Emmanuel. Por eso ahora también debemos querer que, cuando nazca, podamos ofrecerle una ofrenda: nuestra riqueza de un alma no sucia, no manchada con las cosas del mundo y de la carnalidad.

Nosotros, por tanto, hermanos de Aquel del que ya mismo empezamos a recordar su primera venida al mundo, no podemos hacer otra cosa que no sea tener en cuenta lo que eso supone.

Por ejemplo, si viene entre nosotros el Enviado de Dios, debemos saber (porque lo sabemos) qué es lo quiere de nosotros. Y es que el hecho de que hayan pasado más de dos mil años desde que sucediera aquello de Belén nos viene muy bien. No ignoramos nada de lo que luego pasó, lo que dijo e hizo Jesús en su predicación pública ni dejamos de saber cómo murió y qué Pasión tuvo.

Por tanto, conocemos Quién nace el día que, tradicionalmente, celebramos como tal nacimiento.

Pero tampoco podemos olvidar que eso ha de verse reflejado en nuestra relación con el prójimo, con nuestro prójimo. Como nace Cristo no nos vale creer que Él se portó muy bien con los que creían ser sus enemigos y quedarnos ahí. No. Su ejemplo es el de quien sabe y conoce la voluntad de Dios (era Dios mismo hecho hombre) y de quien quiere que sus discípulos hagan lo mismo.

Esperamos, pues. Y esperamos con esperanza porque de otra forma no se puede recibir a Cristo.

Es esperanza porque ponemos en su corazón el nuestro y sabemos, sólo por eso, que será bien recibido y que tendrá el calor del Espíritu Santo (algo así a como lo recibió, en el seno de Isabel, su primo Juan, cuando fue visitada por la Virgen María)

Pero también es esperanza porque sabemos, porque lo dijo Él, que se iba al Cielo a prepararnos estancias para que, cuando Dios nos llamara, pudiéramos habitar en ellas. Y eso ilumina nuestra vida a partir de su nacimiento. Nace, pues, y se siembra nuestra salvación eterna.

Decimos, por tanto, que esperamos el nacimiento de quien sería llamado Jesús, Dios entre nosotros. Y es que es Dios y está, aun está y así será hasta que vuelva para juzgar a vivos y a muertos, entre nosotros.

Y, por cierto, no olvidemos que estas semanas, no llegan a cuatro, son muy especiales para Dios, nuestro Padre. Y es que vino al mundo y se hizo hombre. Y habitó entre nosotros.

Amén.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net