Fe y Obras

 

Rosario siempre eterno

 

 

 

08.10.2020 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

 

El año, digamos, espiritual, tiene unos momentos que consideramos especiales como es, precisamente, el mes de octubre que está dedicado, muy especialmente, al Santo Rosario. Y es que tal oración es expresión de lo mejor que tiene el creyente católico.

Decir Santo Rosario es decir vida. Y es la que lo es del Hijo de Dios y, muy especialmente, la de su Madre, la Santísima, Inmaculada y Mediadora Virgen María.

Los creyentes católicos estamos más que seguros que es una oración, el Santo Rosario, que salva de muchos malos momentos y que nos llena el corazón de gozo y dicha en aquellos episodios de la vida de Jesucristo que tenemos por ciertos, verdaderos y aleccionadores.

El Santo Rosario ha sido, a lo largo de los siglos, un refugio más que gozoso en aquello que creemos es lo mejor de nuestra fe. Por eso ni el mundo con sus mundanidades y con sus llamadas al vacío ha podido con él y no ha sido posible que desapareciera de la práctica devota de los hijos de Dios.

 

Santo Rosario, santo ser de Dios,
entre nosotros llegado
por bien del alma,
por necesidad de amor,
por creer.

Santo Rosario, cuentas que pasan
y que llenan el corazón de luz,
de esperanza, de porvenir en la fe.

Santo Rosario, sembrador de gozo
en tierra fértil, lluvia de promesas
cumplidas por Dios.

Santo Rosario, vertebra con tus oraciones
nuestro ser de hijos,
haznos libres en un mundo de abismo.

Santo Rosario, verdadero afán
de quien ama al Padre, de quien quiere al Hijo,
de quien escucha al Santo Espíritu.

Santo Rosario, que nosotros, que queremos,
seamos capaces de ser contigo,
de existir contigo, de habitar contigo.

 

Nosotros, en realidad, cuando pensamos en el Santo Rosario y en lo que algunos tienen por oración repetitiva (como si el amor no fuera insistente en el pedir) estamos de acuerdo en sostener que nos sirve y nos vale para caminar por el mundo y hacernos, con él, una coraza contra las asechanzas del Demonio al que, sabemos, no gusta para nada esta santa oración. Y por eso nos llenamos de gozo al repetir sus Ave Marías y los episodios de la vida de nuestro hermano Jesucristo.

Sin duda, nosotros, que estamos seguros de lo que supone, de lo que ha supuesto y supondrá esta oración podemos decir, sin temor a equivocarnos, que fue un regalo de Dios dado a su descendencia porque quería que siempre tuviéramos presente qué fue de su Hijo, así, en comprimido, como en poco pero siendo mucho.

 

Santo Rosario, faro en la tiniebla,
haz de nosotros unos hijos dignos
de un tal Padre, de un tan gran Señor,

Amén.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net