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De libertades y alguna virtud

Los derechos humanos no se consiguen para siempre

 

Francisco Rodríguez Barragán | 03.07.2017


 

Los importantes principios de libertad, igualdad y no discriminación no podemos decir que una vez declarados ya están conseguidos para siempre. Hay siempre un tejer y destejer como la tela de Penélope.

Con respecto a la libertad,  los que la administran desde el poder, tienden siempre a regularla, reglamentarla, hasta dejarla prácticamente irreconocible. Puedes ser libre para unas cosas y no para otras, eres libre para opinar siempre que lo hagas en el sentido políticamente correcto y en caso contrario serás sancionado y perseguido como por ejemplo la ideología de género. No serás libre para educar a tus hijos según tus valores, pues la educación está en manos de los poderes que nos gobiernan.

Somos iguales nos dicen,  aunque unos más que otros. No es la igualdad lo común sino la desigualdad. Depende si eres rico o pobre, si tienes trabajo o no, si vives en un barrio o en otro. Quizás la única igualdad está en el valor del voto, aunque una vez hayas votado lo que ocurra después no estará a nuestro alcance. El gobierno que salga del parlamento decidirá lo que puedes cobrar, lo que tienes que pagar, lo que tienes que estudiar, lo que es bueno o malo, ¿iguales? ¿libres?

Hay una libertad que los políticos están dispuestos a promover: la libertad sexual, sin frenos ni limitaciones. Para ello nos dicen que hay que respetar la orientación sexual de todos, ¿cualquier orientación sexual? El incesto, la pedofilia, la zoofilia o la pornografía son también orientaciones sexuales que, por el momento, parecen inaceptables ¿por cuánto tiempo? Algún país europeo quiere despenalizar la pederastia. Si las nuevas generaciones son educadas en la ideología de género ¿dónde podremos llegar?

Si recordamos que la sexualidad debe estar sometida a la razón y al dominio de sí mismo, que la sexualidad tiene como excelso objetivo trasmitir la vida y que ello solo es posible dentro de la complementariedad hombre/mujer, capaces de formar una familia, que no hay en realidad otros modelos de familia, seguramente seremos tachados de retrógrados y seremos perseguidos.

Más todavía si recordamos una palabra hoy prohibida o descatalogada: castidad. (¿Pero de qué habla? Eso es cosa de monjas.) Pues no, no es cosa de monjas, sino de toda persona capaz de someter a la razón sus pasiones, y el sexo es una de las fuentes más potente para producirlas.

Vivir en castidad es obligación tanto del homosexual como del heterosexual, del casado como del soltero. Dentro de la castidad las relaciones con los demás son claras, afectuosas y limpias. Sin castidad es una especie de cacería, de ojeo de las piezas que puedo conseguir para satisfacer mi apetito de placer. Sin castidad los matrimonios no duran y los noviazgos no pasan de aventuras de cama.

El sexo es un regalo para donarlo de forma exclusiva a la persona que amamos, que nos complementa y que es retribuido con la donación de nuevas vidas. Esas vidas que ahora se impiden y que están produciendo el envejecimiento y la disminución de la población. Hay que sentir el orgullo de ser casto, de ser padre, de ser madres, de ser familia.

Es posible que esto no sea del agrado de los nuevos inquisidores ¡Qué le vamos a hacer!

 

Francisco Rodríguez Barragán