Colaboraciones

 

Sobre la mujer (I)

 

 

 

16 mayo, 2023 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

Dios, que tiene todas las disposiciones a su deseo y voluntad, dispuso de una Mujer para poner a su Hijo en este mundo. MÁXIMO PRIVILEGIO PARA TODAS LAS MUJERES.

Si Dios, que puede hacerlo en infinidad de formas según su deseo, eligió una Mujer para ser Madre de su Hijo, cuánto orgullo de toda mujer y cuánto respeto y cariño a la mujer que tiene el privilegio de poder ser madre.

¿En qué se distingue la teología feminista de la teología de la mujer?

La teología de la mujer se construye «desde arriba», considera a la mujer desde la Revelación. Atiende ante todo a la gran tradición de la Iglesia.

La teología feminista, en cambio, va «desde abajo». No hace a un lado la Revelación, pero la considera como un lugar teológico secundario. Es más bien una sociología religiosa, cuando no un puro análisis psicológico de las vivencias y sentimientos femeninos. No es teología en sentido puro. Con frecuencia, además, tiene carácter reivindicativo y polémico.

La teología feminista parte de un proyecto más amplio que es la «teoría feminista»; esta surge de la conciencia y de la política y acción social feministas; reconoce una opresión de las mujeres y las alienta a señalar esa opresión y a ponderar sus orígenes.

Un santo del siglo XX afirmó: «Más recia la mujer que el hombre, y más fiel a la hora del dolor. ¡María de Magdala y María Cleofas y Salomé! Con un grupo de mujeres valientes como esas, bien unidas a la Virgen Dolorosa, ¡qué labor de almas se haría en el mundo!» (San Josemaría, Camino).

La Iglesia revolucionó el papel de la mujer, dejando clara su igualdad con el varón: «Porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay diferencia entre judío y griego, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer, porque todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús».

Las mujeres entregaron sus vidas con valentía en aquellos tiempos en que sólo los varones eran considerados capaces de acciones heroicas. Y fueron reconocidas al grado de que sus nombres fueron incluidos en el Canon Romano de la Misa, y continúan repitiéndose en el siglo XXI: Felicidad, Perpetua, Águeda, Lucía, Inés, Cecilia, Anastasia. Incluso a Santa Perpetua se le reconocen algunos de los primeros escritos jamás atribuidos a una mujer. En ninguna otra cultura o religión fueron las mujeres tan elevadas, respetadas y honradas.

En todas las edades, la Iglesia ha defendido esta enseñanza de Cristo: «Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre». La elevación de las mujeres fue aún más allá, ya que la Iglesia demandó su libertad, de manera que la mujer no era ya una pieza de propiedad o de intercambio, sino que el consentimiento libre de ella era irreductiblemente importante para la validez del matrimonio.

La dignidad de la mujer fue aún más lejos. La Iglesia defendió su derecho, así como el de los varones, a escoger un tipo de vida más perfecto y rehusarse enteramente al matrimonio. No podían ser forzadas a casarse. Esta fue una verdadera revolución social. Por primera vez las mujeres tuvieron derecho de autodeterminación, enraizado en su libertad cristiana. Ellas podían rehusarse al matrimonio, entrar en un convento y, cada vez más, poder educarse. Algunas aún fueron poderosas líderes en la Iglesia.

En cada era, la Iglesia Romana ha sostenido la dignidad de la mujer, lo sagrado del matrimonio y la inviolabilidad de la vida y de la familia. Con la Iglesia católica las mujeres experimentaron la liberación de su persona. La Iglesia católica debería ser reconocida como liberadora de la mujer, no como su opresora. Aún hoy, después de 2.000 años, cuando en algunos ámbitos la Iglesia es vista como opresora de las mujeres, esta continúa defendiendo su feminidad y su dignidad, tanto en el matrimonio, como en la moral sexual y en la vida pública. Por el contrario, una teología cristiana feminista intenta articular el testimonio cristiano de fe desde la perspectiva de las mujeres, como grupo oprimido.

Todos sabemos que la mujer no es más mujer porque acepte la cosmovisión masculina. Lo es porque reconoce y acoge su diferencia, la fecundidad y la maternidad.