Colaboraciones
Sobre la mujer (III)
17 mayo, 2023 | Javier Úbeda Ibáñez
La mujer es ante todo una persona humana, creada por Dios, espiritual y destinada a la vida inmortal. Va en contra de su dignidad y destino convertirla en objeto de placer, esclava del capricho, de su vanidad, de la moda o figura meramente decorativa de la casa.
La mujer es persona en cuanto mujer y sólo se realiza como persona en la medida en que se realiza como mujer. La cultura moderna demuestra que la disociación de ambos elementos genera en la persona una represión que termina por desequilibrarla y que es fuente de desestabilización familiar.
Dios ha capacitado a la mujer a través de su naturaleza femenina para su pleno desarrollo y realización como ser humano. El cuerpo y el alma femeninos están hechos naturalmente para la misión sagrada y específica de transmitir la vida. Nulificar o negar esta dimensión produce una especie de muerte psicológica de su esencia femenina.
Cristo ha redimido la imagen de Dios en el hombre que había quedado rota desde el principio, y ha curado con su amor absoluto las heridas dejadas por el pecado, de manera que ahora la mujer es capaz de expresarse y realizarse por el camino de un amor oblativo y sacrificial, verdadera fuente de vida y fecundidad. La Iglesia, con el Evangelio, cree que el amor oblativo, lejos de extinguir a la mujer, la dilata en su existencia.
A través de la condición femenina se percibe un especial reflejo del Espíritu de Dios y su virtud como fuerza de amor, como centro de comunión, como regazo de vida, como aliento de esperanza, como certeza de que la vida triunfa sobre la muerte, así como el espíritu prevalece sobre la materia.
La mujer forma parte esencial del Cuerpo Místico de Cristo en virtud de su feminidad, la cual refleja la naturaleza esponsal de dicho Cuerpo con respecto a su Cabeza, Cristo. La Iglesia es la esposa de Cristo. Al querer retratar a la Iglesia debemos mirar a la mujer de donde sacaremos la fuente de ternura femenina para aplicarla analógicamente a la Iglesia de Cristo.
En la historia de la Salvación la mujer ocupa un lugar irremplazable. En el tiempo que le toca vivir, ella es un anillo nuevo e irrepetible en esa larga cadena de mujeres que la han precedido como cooperadoras de la evangelización, desde aquel pequeño grupo que acompañaba y servía a Jesús. La primera de todas fue su Madre Santísima. Por tanto, el «Vayan y anuncien» de Jesús, también va dirigido a las mujeres, a todo cristiano, hombre o mujer.
En el tiempo de la Iglesia que le toca vivir, a la mujer cristiana le compete velar para que la Iglesia persevere en la fidelidad a su Esposo Divino, a través del mantenimiento no adulterado de su fe, y de un constante rejuvenecimiento y acrecentamiento de su maternidad espiritual sobre la humanidad redimida. Lo cual quiere decir que en la génesis y expansión del evangelio en cada tiempo y en cada cultura, la mujer debe marchar a la cabeza de los evangelizadores, a ejemplo de la Santísima Virgen y de María Magdalena. ¡Qué predilección y qué confianza la del Señor!