Colaboraciones
Sobre la mujer (IV)
17 mayo, 2023 | Javier Úbeda Ibáñez
Jesús comprende la vocación peculiar de la mujer a la vida y al amor, capaz de suscitar en ella los más nobles sentimientos e ideales. Por eso siempre apela a lo mejor que hay en la mujer: su anhelo de un amor que le permita realiza su vocación sobrenatural y eterna. Jesús no echa en cara a la mujer su vida ni su pecado, sino que la conduce de la mano misericordiosamente, para que ella reconozca su situación y su error, y vuelva a la vida nueva.
Jesús da a entender que sólo el amor de la madre, la pureza del alma virgen y la capacidad de sufrimiento del corazón femenino fueron capaces de compartir la inmensidad del sufrimiento del Hijo de Dios. Serán las mujeres quienes aprovecharán los pocos minutos de luz que quedan para embalsamar su cuerpo y perfumarlo, según la costumbre judía. Luego velarán con amor intrépido, ante la mirada insidiosa de los guardias, el cuerpo de su Maestro amado. Después de haber guardado el reposo sabático, irán muy de mañana el primer día de la semana a la tumba de Jesús con la ilusión de poder concluir ese piadoso acto de amor. Como recompensa, Jesús resucitado se les aparecerá a ellas antes que a ningún otro discípulo y antes que a los mismos apóstoles. Jesús les confiará la tarea de anunciar a los demás la buena noticia de su resurrección, a pesar de la mentalidad judía, que no concedía ningún valor al testimonio de una mujer.
Por su apertura al amor y su fina sensibilidad la mujer está especialmente capacitada para comprender el mensaje de Jesús. Por ello, el Maestro no duda en revelarles verdades profundísimas sobre el misterio del Padre y su propio misterio: a la mujer samaritana le declara sin ambages que Dios es Espíritu y que no debemos adorarlo en Jerusalén o en un monte sino «en espíritu y en verdad». Él mismo se presenta a ella como el Mesías prometido. A Marta, la hermana de Lázaro, le dice que Él es la resurrección y la vida. A María Magdalena le da a entender que su Padre Celestial es también Padre de todos los hombres. Las mujeres comprenden el lenguaje del amor, que es el núcleo del mensaje de Cristo.
Jesús no desconoce la realidad del pecado en la adúltera, en la samaritana, en María Magdalena. Pero sabe que ellas pueden alcanzar la redención de sus faltas, porque pueden amar mucho. Jesús trata a la mujer como mujer. Ni privilegia su trato ni lo rechaza. Ve en ella un reflejo espléndido del amor del Padre, una creatura llamada a la alta vocación de madre, de esposa, de hija. Cristo lega a todos los hombres un magnífico ejemplo del trato que merece la mujer; su finura, su respeto, su delicadeza, su miramiento, su amor puro y desinteresado son un modelo perfecto del comportamiento que el hombre debe adoptar con la mujer.
El Papa Francisco, en su exhortación apostólica Evangelii gaudium, 103, dice: «La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones. Por ejemplo, la especial atención femenina hacia los otros, que se expresa de un modo particular, aunque no exclusivo, en la maternidad».
Y en el 104: «En la Iglesia las funciones no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros. De hecho, una mujer, María, es más importante que los obispos […]. Aquí hay un gran desafío para los pastores y para los teólogos, que podrían ayudar a reconocer mejor lo que esto implica con respecto al posible lugar de la mujer allí donde se toman decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia» (Evangelii gaudium).
Debemos cambiar nuestras actitudes para dar a la mujer el lugar que Dios quiere para ella tanto en la familia y en la comunidad, como en la estructura y vida de la Iglesia.