Colaboraciones

 

Dos formas de concebir la existencia humana: la autónoma y la heterónoma

 

 

 

10 mayo, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

El apartamiento de la sociedad occidental con respecto a Dios y a sus fundamentos cristianos no ha podido sino traer fatales consecuencias, entre otros aspectos para la justicia y la armonía sociales.

Para K. von Vogelsang (Liegnitz, actual Legnica, 1818–Viena, 1890), «el liberalismo puede caracterizarse como el principio del individualismo autónomo puesto en oposición con el de la sociedad heterónoma, es decir, de una sociedad que se siente dependiente de Dios y consciente del deber de la obediencia para con Él en todos sus órganos históricos. Se comprende desde entonces que, apenas elevado al poder el principio liberal, una nueva concepción de la religión, del Estado, de la sociedad y de la economía política, se impusiera como base a la legislación y a la administración pública. La antigua concepción cristiana e histórica de las relaciones de los hombres con Dios y entre sí había sido además quebrantada hasta en sus fundamentos en la época del Renacimiento y de la extensión del Derecho Romano. Era inevitable que el trabajo intensivo del liberalismo debiera conducirle a un punto donde entrara por sus consecuencias mismas en una lucha a muerte contra el cristianismo. Así es como se arrebataron a la Iglesia sus derechos de sociedad perfecta y se la colocó bajo la dependencia del Estado» (Vogelsang, Karl von, Moral y Economía Sociales. Extractos de sus obras, traducidos del alemán, trad. de Ventura Pascual y Beltrán, Madrid, Librería Católica, 1900, pp. 13-14. Con respecto a la alusión negativa que hace al Derecho Romano, hay que tener en cuenta el germanismo que impregnaba tanto a Vogelsang como a Mons. Ketteler, el auténtico creador del catolicismo social en Alemania. En cuanto al Renacimiento, debemos considerar que el Estado ateocrático ya hundía realmente sus raíces en Felipe IV el Hermoso de Francia y que halló una plasmación doctrinal en El Príncipe de Maquiavelo, pero que no fue un modelo extendido a todo el ámbito de la Cristiandad europea; desde luego, el caso español muestra un Estado que no es teocrático ni mucho menos aún ateocrático, sino un Estado católico fuerte pero de fundamentos sociales, de tal manera que armonizó el Medievo con la Modernidad).

Tal vez lo que más resalta en estas palabras es la oposición existente entre dos formas de concebir la existencia humana: la heterónoma, que le hace dependiente de su Creador, pero sin que por ello se niegue la dignidad del hombre; y la autónoma, que afirma la absoluta independencia del hombre, para que este elabore un nuevo proyecto de sí mismo, sin referencia alguna a Dios y ni siquiera a la Naturaleza, lo cual en realidad es un utopismo que sólo puede terminar en la autonegación y la autodestrucción del hombre, tal como lo han demostrado hasta la saciedad este tipo de tentativas. No debemos olvidar el nefasto papel de Kant, y lo traemos aquí a colación porque fue él precisamente quien desarrolló en gran medida el concepto de una «moral autónoma» en contraposición a la «moral heterónoma».

Desde luego, la tendencia en un sentido de independencia con respecto de Dios y del orden social natural no puede sino ir creciendo en la dirección de una degradación progresiva, y por eso el liberalismo había de conducir al socialismo, tanto por sus propios planteamientos doctrinales, como por las injusticias sociales a que dio lugar la economía liberal capitalista. Por eso, dice asimismo Vogelsang: «El Estado sin Dios, tal como lo creó el Renacimiento, tal como lo desarrolló el alejamiento creciente del cristianismo, tal, en fin, como lo muestra el tiempo presente bajo mil formas y en todas sus consecuencias; ese Estado sin Dios, decimos, esa sociedad que se jacta de no obedecer a las leyes de la revelación natural y positiva, sino únicamente a las leyes que ella se impone, ha dado origen, por el mismo encadenamiento de consecuencias, al socialismo materialista. Estremece el pensar que dondequiera que la socialdemocracia penetra en las clases obreras, en Inglaterra como en Francia y Alemania, lleva consigo la semilla del ateísmo. El cristianismo desterrado sucesivamente del Estado, de la vida comunal, de la existencia cotidiana, de las relaciones económicas, del taller y aun de la escuela, busca un último refugio en el corazón del individuo. Pero el individuo se refugia detrás de las puertas de las iglesias, al lado de su Dios, del Dios Señor del Cielo y de la Tierra, sin hallarse allí mismo a cubierto del espíritu del mundo» (Vogelsang, K., op. cit., p. 14).

El Estado del hombre autónomo, el Estado que prescinde de Dios y de la Ley Natural y de la Ley Revelada, el Estado que exalta la autoridad humana sin referencia a ninguna otra superior, sólo podía llevar, ciertamente, al más absoluto Estado sin Dios y a la teoría que negase abiertamente la existencia de Dios: el socialismo materialista, el marxismo.