Colaboraciones

 

Sobre los colegios católicos

 

 

 

05 junio, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

 

Se habla mucho en los colegios católicos de «educación integral», que es el eufemismo que se emplea para referirse a que también se atiende a los aspectos espirituales o religiosos de los alumnos y que se note poco. Se hacen referencia en sus proyectos educativos a la «educación en la interioridad o en la transcendencia» para referirse a la educación religiosa, a las actividades pastorales o a las catequesis de primera comunión o de confirmación en aquellos colegios a los que el obispo les permite desarrollar ese tipo de labor.

La «transcendencia» en la que muchos de los colegios católicos españoles quieren educar a sus alumnos consiste en «suscitar vivencias que lleven a la experiencia del Absoluto», pero en muchos casos (en demasiados casos), ni media palabra de Jesucristo. Esa transcendencia puede referirse a Buda, a Krishna, a Shiva, a Yahveh. Como decía un pintoresco personaje de una popular serie de televisión, «algo hay: llámalo dios, llámalo energía, o un principio cósmico; pero algo hay».

No decimos que estas ocurrencias posmodernas y tan «new age» sean las que se ofrecen en todos los colegios católicos. No. Hay ocurrencias peores. Y también hay colegios católicos fieles al Evangelio, a la Tradición Apostólica y al Magisterio de la Iglesia: lamentablemente, pocos. Cada vez menos.

Hay colegios confesionales en los que los alumnos van a misa al principio de curso y al final (y gracias). La mayoría de los colegios católicos en poco (o en nada) se diferencian de los institutos públicos o de los colegios laicos. De muchos de nuestros colegios nominalmente católicos es más fácil que surjan militantes de izquierda o de la derecha pagana y relativista que católicos practicantes: mucha multiculturalidad, mucha solidaridad con los más pobres, mucha tolerancia, mucha ONG, mucho respeto a la naturaleza y mucha concienciación medioambiental; mucha preocupación por la justicia social, muchas jornadas de la paz y la no violencia, mucho Gandhi. Y poco o nada de Jesucristo.

Se puede iniciar a los niños en la meditación para que lleguen a la experiencia del absoluto, pero no se puede enseñar a los niños a rezar el rosario, ni se les enseña a adorar al Santísimo, realmente presente en cuerpo, alma y divinidad en la Hostia consagrada. Eso, no. Eso es oscurantismo medieval y fomentar las supersticiones sin fundamento científico. Se puede ofrecer una educación afectivo sexual liberal y progresista, pero no se habla del amor auténtico —que no es sólo sentimiento, sino que integra también a la inteligencia que toma decisiones y a la voluntad que compromete a la fidelidad— con vocación de eternidad (o se habla muy poco), ni se puede enseñar el verdadero sentido cristiano del sacramento del matrimonio, en el que Dios une «hasta que la muerte los separe» a los esposos. Y cuando a algún obispo o a algún sacerdote se le ocurre predicar en un colegio la verdad de la Iglesia, se monta un escándalo de padre y muy señor mío.