Colaboraciones

 

Desobediencia religiosa

 

 

 

09 junio, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

 

Este ha sido el distintivo de las órdenes religiosas más importantes de la Iglesia: obediencia al Papa, sumisión a sus criterios, realización de sus deseos. Un historial lleno de heroísmo, sin tacha, una estela de mártires, misioneros y hombres enamorados.

El católico cree firmemente que el Papa es Vicario de Jesucristo, sucesor de Pedro en el primado apostólico, encargado por Jesucristo de guiar a su pueblo, dotado con el carisma de la infalibilidad cuando se pronuncia solemnemente en materia de fe y costumbres. Sabe que el Papa tiene una especial asistencia del Espíritu Santo y que debe obedecerle porque es el “Dulce Cristo en la tierra”.

Hoy, un buen número de miembros de diversas congregaciones, contaminados por la doctrina del magisterio paralelo, se rebela contra la autoridad del Vicario de Jesucristo en los más variados campos. Hay sacerdotes… que defienden prácticamente varias doctrinas contrarias a la fe.

Por todos lados crean confusión y se desvían del Magisterio del Papa sacudiéndose el cayado del Vicario de Jesucristo.

¿Por qué este cambio? ¿Qué fuerzas misteriosas ha producido esta violenta galerna que va dando la vuelta a muchas de las embarcaciones más sólidas de nuestra Iglesia?

Pensamos que la desobediencia religiosa es el paso absurdo de quienes se olvidan de Dios y vienen a ponerse entre las garras del diablo.

Al final, todo se reduce a esto: Amar o no amar. He aquí el dilema.

«Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada. Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría. El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca. Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimiento se acabará. Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos; más, cuando venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios. En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor» (primera carta de san Pablo a los corintios, 1 Corintios 13:1-7).