Colaboraciones
Las ideas de Gramsci (y IV)
23 junio, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez
Dos estructuras se tenían que destruir, según la estrategia de Gramsci, para instalar el comunismo en los países latinos. La familia cristiana y la Iglesia católica.
Además de ridiculizar a la Iglesia desde fuera: infiltrarse, para destruirla desde dentro.
Hubo una importante infiltración de comunistas en la Iglesia, principalmente (aunque no solamente) a través de la Compañía de Jesús. Jóvenes comunistas que entraron como novicios, se convirtieron en teólogos, luego sacerdotes y algunos llegaron a ser obispos y hasta cardenales.
¿Por qué seleccionaron a la Cía. de Jesús para infiltrarse? Porque los jesuitas eran los hombres fuertes del Papa, los más bien preparados, los más santos, sabios e inteligentes, asesores espirituales y formadores de otras muchas órdenes y congregaciones, maestros en las universidades católicas y en los seminarios, el ejército del Papa, indefectiblemente fieles a él por su cuarto voto. Si se quería influir dentro de la Iglesia, había que ser jesuita.
Pronto surgieron brotes comunistas dentro de la misma Iglesia: los sacerdotes obreros en Francia, las comunidades de base, la llamada teología de la liberación, la teología indigenista y muchos otros movimientos que, disfrazados de justicia social y modernismo, pretendían únicamente horizontalizar la fe, hacerla inmanente y no trascendente, sacar a Dios de la vida de la Iglesia y reventarla así desde dentro, para poder adueñarse de la mente del pueblo, de acuerdo con la estrategia de Gramsci.
Mientras estos movimientos se desarrollaban en el campo apostólico, también surgieron brotes de disidencia en el campo teológico y doctrinal. El P. Karl Rahner y sus cristianos anónimos, el P. Teilhard de Chardin y su visión errónea de la evolución y la gracia, el P. Anthony De Mello con su Cristo cósmico, el P. Roger Haight, el P. Leonardo Boff y su idea de la religión universal, el P. Jacques Dupuis, el P. Juan Luis Segundo y muchos otros, en su mayoría jesuitas, metieron en sus escritos y en sus clases una serie de confusiones y errores teológicos que eliminaban por completo al Dios Verdadero de la teología cristiana. El P. Horacio Bojorge, también jesuita (pero de los de verdad, un santo y sabio sacerdote, además de excelente escritor), llama a estas doctrinas, las «Teologías Deicidas».
Han dejado tras de sí un ejército de sacerdotes, religiosas y laicos adoctrinados, convencidos con sus errores y sumamente confundidos. Muchos de ellos ni siquiera se han dado cuenta de que trabajan para una estrategia, pues lo que predican es simplemente lo que aprendieron en el seminario, lo que les dijo su director espiritual o su párroco. Siguen transmitiendo los errores y siguen destruyendo, sacando a Dios de la vida de la Iglesia, sin ni siquiera darse cuenta.
Han creado, a lo largo de estos años, «un magisterio paralelo», una religión sin Dios, ¡vaya incongruencia!, dentro de la misma Iglesia católica.
Les enumeramos algunos de los síntomas para que ustedes los reconozcan: textos de religión sin Dios; una espiritualidad sin Dios; sacramentos sin Dios; una moral sin Dios; seminarios y conventos sin Dios; discursos y homilías vacías de Dios; misiones sin Dios; apostolados sin Dios.
Este es el estado de una buena parte de la Iglesia hoy en día. Una Iglesia sin Dios, desde la que se predica un cristianismo sin Dios, un Evangelio sin Dios y se vive como si Dios no existiera.
Por supuesto, aunque estas cosas sucedan dentro de la Iglesia, no lograrán jamás acabar con ella, pues sabemos bien que Jesucristo ha vencido al mundo y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
¿Qué debemos hacer los cristianos ante este ataque frontal y estratégico, ante esta buscada destrucción de la sociedad cristiana?
Simplemente frustrarles su plan, no dejar que se apoderen de nuestras mentes: abrir los ojos; no trabajar para ellos; transformar las misiones y apostolados sin Dios; mantenernos muy cerca de Dios; volvernos impermeables ante las críticas; hablar de Dios; unir fuerzas.
Ya Jesús les había advertido a sus discípulos cuando los «motivaba» para la misión, con palabras que decían algo parecido a esto: «Los mando como ovejas en medio de lobos. Se burlarán de ustedes, seréis perseguidos y os odiarán. Dirán contra vosotros todo género de mal por mi causa. Los entregarán a los tribunales y los azotarán. Seréis odiados y menospreciados…».