Colaboraciones

 

El cisma es un hecho

 

 

 

23 junio, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

 

El arzobispo de Burgos, Mons. Mario Iceta, ha declarado la excomunión latae sententiae de las diez clarisas de Belorado que han afirmado haberse separado «libre, voluntaria y decididamente» de la Iglesia católica y su «Latrocinio Vaticano II». Además, se decreta su expulsión de la vida consagrada. Por tanto, han dejado de ser monjas. La Federación de Clarisas Nuestra Señora de Aránzazu enviará a
Belorado monjas de otros monasterios para atender a las cinco ancianas que no han sido excomulgadas.

Las diez monjas tildan de herejes a todos los Papas posteriores a Pío XII y rinden pleitesía a un falso obispo excomulgado en 2019, relacionado con el Palmar de Troya.

Puede ser de interés citar la opinión de Bayle, un escritor libre de la sospecha de parcialidad y de juicio tolerante: «No conozco», escribe, «un crimen más grave que el de desgarrar el cuerpo místico de Jesucristo, Su Iglesia, que Él compró con Su propia sangre, la madre que nos engendró para Dios, la que nos nutrió con la leche de la comprensión, la que nos guía a la vida eterna» (Supplement to Philosophical Comment, prefacio).

El cisma separa de la Iglesia. Sin embargo, no hay cisma que no invente una herejía para justificar su alejamiento de la Iglesia.

Los cismáticos se apartan de la caridad fraterna, aunque creen lo que nosotros creemos. Práctica e históricamente, herejía y cisma casi siempre van de la mano; el cisma conduce casi invariablemente a la negativa de la primacía papal.

Llega a ser cismático cualquiera que, aunque desee permanecer siendo cristiano, se rebele contra la autoridad legítima, sin llegar al rechazo de la Cristiandad como un todo, lo que constituye el delito de apostasía.

El gran campeón africano de la unidad eclesiástica fue San Cipriano, contra los cismáticos de Roma y de Cartago. Él concibió esta unidad como descansando en la autoridad de los obispos, en su mutua unión y en la preeminencia del Romano Pontífice: «Dios es uno, Cristo es uno, una es la Iglesia y una la sede fundada sobre Pedro por la palabra del Señor» (Epist.).

Escritores más contemporáneos en la Iglesia Latina, Hilario, Victorino, san Ambrosio, el Ambrosiaster, san Jerónimo, hablan de manera similar y bastante explícita. Todos consideran a Pedro como el fundamento de la Iglesia, el Príncipe de los Apóstoles, que fue constituido cabeza perpetua para cortar cualquier intento de cisma. «Donde está Pedro», concluye San Ambrosio, «allí está la Iglesia; donde está la Iglesia no hay muerte sino vida eterna» (In Ps.).