Colaboraciones

 

Ciencia y fe (I)

 

 

 

08 julio, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

 

Para Albert Einstein, «ciencia sin religión está coja, religión sin ciencia está ciega».

Para un materialista su punto de partida es irrenunciable: sólo existe la materia tal como la entiende nuestra física (que es una abstracción); por tanto, la explicación de toda la historia del mundo y de todo lo que existe, incluyendo las leyes biológicas, la inteligencia y la libertad, sólo puede ser «física». No puede escapar de este círculo, porque no quiere escapar. Sabe que hoy no lo puede demostrar, pero «piensa» que llegará un día en que lo podrá demostrar. No se trata de una deducción racional que puede cambiar si cambian los datos, estamos tratando con una «fe» en la «física» que prefiere esperar a que cambien los datos. Un materialista podrá objetar: «Pero los cristianos también tienen fe». Y es verdad. Pero los cristianos no confunden la fe con la ciencia. La ciencia no es el campo de la fe, sino de los datos y las pruebas.

El universo, desde el Big Bang hasta el ser humano, es como un cuento de hadas. Para los cristianos, manifestación del poder creador de Dios que se sirve de todas las causas que quiere. Para un no creyente, proceso fantástico dominado por fuerzas irracionales con sorprendentes resultados (las matemáticas, las leyes físicas, las estructuras reales, la inteligencia). Es como un milagro (visto a cámara lenta o rápida). Y es más fácil creer en un milagro con Dios que sin Él.

«Al final, se presenta esta alternativa: ¿Qué hay en el origen? O la Razón creadora, el Espíritu creador que lo realiza todo y deja que se desarrolle, o la Irracionalidad que, sin pensar y sin darse cuenta,
produce un cosmos ordenado matemáticamente, y también el hombre con su razón. Pero entonces, la razón humana sería un azar de la Evolución y, en el fondo, irracional» (Benedicto XVI, 2006).

La ciencia y la fe se complementan muchísimo y una lleva a la otra. Al contrario de lo que se cree popularmente, no son enemigas sino más bien, ¡son perfectamente compatibles! Como dijo el Papa San
Juan Pablo II en una de sus cartas encíclicas más famosas:

«La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad» (Fides et ratio, 1998).

Numerosas personas creen que la ciencia y la fe no son compatibles, que las ideas religiosas constituyen un lastre para el progreso científico. Sin embargo, personalidades de prestigio como el sociólogo norteamericano Rodney Stark desmienten tal afirmación y por el contrario demuestran que la revolución científica que ha acontecido en los últimos siglos en Europa ha sido fruto del cristianismo.

«Ciencia y fe —según monseñor Zimowski— a su modo viven hoy la tensión hacia aquella que Pablo VI llamó la `civilización del amor´ en la que se encuentre espacio y tiempo para el bien, para la verdad, para la pacífica convivencia. Y están llamadas a ofrecer su efectiva contribución, al servicio de la humanidad, en la concordia, en el diálogo, en mutuo apoyo. Ciencia y fe pueden y deben convertirse en aliadas, después de que demasiadas veces han vivido una postura de distancia, de desconfianza, o incluso de contraposición».

Esta postura de alianza, explicó el arzobispo, «debe realizar cuatro tipos de servicio: al hombre, a la verdad, a la vida y de la una (ciencia) a la otra (fe): “Ciencia y fe sobre todo deben servir al hombre. No son experiencias autorreferenciales, sino abiertas. Por ejemplo, una ciencia que no se propusiera enriquecer a la humanidad y, sobre todo, servir a los más débiles, sería una actividad monstruosa, temible, expuesta al riesgo de convertirse en sierva del poder. Del mismo modo, una fe cristiana que olvidara que Dios se ha revelado, se ha hecho carne, ha muerto y ha resucitado por nosotros los hombres y por nuestra salvación, sería una experiencia ofensiva respecto a Dios, antes que a los hombres”» (arzobispo Zygmunt Zimowski).

La fe —según la encíclica de Juan Pablo II Fides et ratio— «ayuda a realizar el paso, tan necesario como urgente, del fenómeno al fundamento. No es posible detenerse en la sola experiencia; incluso cuando esta expresa y hace manifiesta la interioridad del hombre y su espiritualidad, es necesario que la reflexión especulativa alcance la sustancia espiritual y el fundamento que la sostiene». La ciencia y la fe deben tener como referente principal al hombre, su dignidad, su bienestar, su realización: «Son como dos raíles, ciertamente distintos e inconfundibles el uno del otro, caminando sobre los cuales se procede hacia un futuro de luz, de bien, de solidaridad para la humanidad». Por esto, nadie debe sentirse excluido del cuidado debido a su persona y a su salud, en el respeto de la igual dignidad de cada uno.

Como decía hace unos años el Papa Benedicto XVI en una hermosa reflexión: «los científicos e investigadores no necesitan renunciar a su fe ni a su razón; más bien ambas deben ser valoradas en recíproca fecundidad».

Nos vamos a fijar en un discurso (1907) de Pío XII en la Academia Pontificia de Ciencias: «La ciencia moderna descubre a Dios detrás de cada nueva puerta que abre». ¡Precioso!

Para el filósofo alemán Max Scheler, «El hombre, o cree en Dios o se crea un ídolo». Ese ídolo será la política, o el Estado, o la raza, o el dinero o una mujer. Pero el hombre tiene que creer en algo. Añade Max Scheler: «El hombre necesita algo que adorar. El hombre es esencialmente religioso. Por eso para que el hombre crea en Dios, hay primero que derribar el ídolo que él se ha levantado en lugar de Dios». Max Planck, Premio Nobel de Física, dijo: «Jamás puede haber oposición entre la religión y la ciencia, porque una es complemento de la otra». Es interesante que un hombre de ciencia hable así; la religión no se opone a la ciencia.

Es más, la religión, la fe, ayuda a la ciencia. Porque como no puede haber oposición entre fe y ciencia, cuando la ciencia tiene en cuenta la fe, tiene la suerte de no desviarse por caminos equivocados. Es como las vías del tren que lo conducen por su camino. Le ayudan. Le impiden salirse del camino. Eso no es obstaculizar, es facilitar el camino. El tren, fuera de la vía no da un paso.