Colaboraciones

 

«Catolicismo liberal» y modernismo

 

 

 

08 julio, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

 

Esto es el liberalismo: idolatrar la libertad por encima de Dios actualizando el pecado original que provocó la caída del hombre a golpe del grito luciferino de «non serviam». Con esto destierran toda ley divina positiva y natural, y pretenden hacer al hombre como Dios, por encima de Dios, con los efectos perversos que ello conlleva en cualquier orden social o personal en que se instala.

El Papa Pío IX sobre el liberalismo católico expresó la condena Magisterial, e incluso afirmó que «lo condenaría cuarenta veces más si fuera necesario», es decir, las que hicieran falta. Y estas voces de reprobación se han seguido extendiendo en otros Pontificados como en el de Pío X, el de Pío XI, el de Pablo VI e incluso el de Juan Pablo II.

El Papa León XIII calificó al liberalismo y sus seguidores con el grave apelativo de «imitadores de Lucifer». En su encíclica de 1888 contra el liberalismo dice: «Son ya muchos los que, imitando a Lucifer, del cual es aquella criminal expresión ‘No serviré’, entienden por libertad lo que es una pura y absurda licencia».

La respuesta de Roma fue contraria a las aspiraciones del catolicismo liberal. La carta encíclica Mirari vos (1832) de Gregorio XVI condenó: la igualdad de trato a todas las creencias, que conducía al indiferentismo religioso; la separación completa entre Iglesia y Estado, la libertad de conciencia…

El error del «liberalismo católico», es de antigua data. Con diversidad de matices y tendencias, puede rastrearse su origen en el pensamiento de Lamennais y probablemente su representante mayor en el siglo XX haya sido Jacques Maritain. La oposición entre las tesis de este liberalismo con la Fe católica fue expuesta por la mayoría de los Papas, sobre todo a partir de Gregorio XVI.

Como saben los entendidos, en su naturaleza más íntima, el liberalismo católico es, por un lado, un naturalismo o seminaturalismo político que promueve un laicismo «moderado», según aquel apotegma clásico convertido por ellos en «ideal» o «tesis»: La Iglesia libre en el Estado libre. Es decir, la renuncia a la doctrina del Estado católico, convirtiendo en una norma «de máxima» la hipótesis del Estado laico «aconfesional», respetuoso de la ley natural y de la libertad de la Iglesia.

Junto con esto, caracteriza al liberalismo católico un intento de superar el individualismo y el utilitarismo de los liberales ilustrados mediante una antropología «personalista» que desnaturaliza la naturaleza del bien común.

El «catolicismo liberal», corriente filosófico-teológica, dio origen al «modernismo» del cual salió la llamada «nouvelle théologie».

«Mirando a mi alrededor estoy obligado a admitir que la corriente modernista está destruida, sus fuerzas están por ahora agotadas. Debemos esperar el tiempo en que, por medio de un trabajo silencioso y secreto, habremos conseguido transbordar a la causa de la libertad una más amplia parte de los fieles». Así se lamentaba el jesuita inglés George Tyrrel (hereje y gnóstico, 1861-1909) después de la condenación de la herejía modernista (citado en E. Rivière, Modernismo, Dictionnaire de Théologie Catholique, Vol. CC, col. 2042).

Incubado en ambientes intelectuales de «vanguardia», bajo formas variadas y no siempre de acuerdo entre ellas, hacia fines del siglo XIX, el modernismo quería producir profundas reformas en la doctrina y en la estructura de la Iglesia, con el pretexto de adaptarla al «espíritu de los tiempos». Según Alfred Loisy (1857-1940), principal exponente de la corriente, «los modernistas forman un grupo bastante definido de hombres de pensamiento, unidos por el común deseo de adaptar el catolicismo a las necesidades intelectuales, morales y sociales de nuestros días» (Alfred Loisy, Simples Réflexions sur le Decret du Saint Office Lamentabili Sane Exitu, et sur l´Encyclique Pascendi Dominici Gregis, p. 13, in Arthur Vermeersch, «Modernism», Catholic Encyclopedi, Caxton Publishing, Londres, 1911, Vol. X, pág. 416). Especificando la magnitud de esta adaptación, afirmaba que el objetivo era «cambiar la Iglesia, su constitución, su doctrina y sus ritos» (In Vicente Maumus, Les Modernistas, Beauchesne, París, 1909, pág. 9).

La adaptación querida por los modernistas no era de hecho ni superficial ni saludable. Esta habría alcanzado los mismos fundamentos de la Iglesia, comportando en la práctica su destrucción: «¡El viejo edificio eclesiástico deberá derrumbarse!», proclamaba Loisy (carta al P. Marcel Hébert, in Alec Vidler, The Modernist Movement in Roman Church. Its origins and outcome, Gordon Press, New York, 1976, pág. 78).

La misión de los modernistas, según Tyrell, era la de «golpear y golpear la vieja carcasa de la Iglesia Romana (carta del 28 de noviembre de 1907, ibid., pág. 78). Por esto, en el acto de condena, San Pío X definió esta corriente como «la síntesis de todas las herejías», especificando además: «Si alguien se hubiera propuesto reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron contra la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que han hecho los modernistas […]». «Los modernistas han aplicado la segur, no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas» (S. Pío X, Pascendi Dominici Gregis, 1907).

A diferencia de tantas herejías del pasado, el modernismo no combatía a la Iglesia desde el exterior, sino que trabajaba desde el interior, alcanzando a influir hasta en ambientes altamente colocados. Es siempre San Pío X quien denuncia que: «Los autores del error ya no deben buscarse entre los enemigos declarados, sino que, es lo que da una suma pena y temor, se esconden en el mismo seno de la Iglesia».

Catolicismo y liberalismo, como catolicismo y socialismo, son, pues, incompatibles. Si es ilegítima una «teología de la liberación» de inspiración marxista, también lo es una doctrina de la laicidad, la democracia, el capitalismo y la modernidad de carácter liberal o neoliberal.