Colaboraciones

 

Ciencia y fe (y III)

 

 

 

11 julio, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

 

Vamos al autor de todo. Y decimos: este primer ser tiene que ser eterno. ¿Por qué? Porque si debiera su existencia a otro ya no sería el primero. Sería el segundo. El primero tiene que ser eterno. No ha comenzado nunca. Ha existido desde siempre. No puede deber su existencia a nadie. Él es el primero. No puede tener principio, porque si tuviera principio, ¿cómo comienza? Antes de existir no puede darse la existencia a sí mismo. A otro no le debe la existencia porque es el primero. A sí mismo no se la puede dar antes de existir. Porque antes de existir, ¿qué va a hacer? No puede hacer nada. Todos para actuar, primero tenemos que existir. Después actuamos. Pero actuar antes de existir es un absurdo.

Luego todo lo que comienza debe la existencia a otro. Y el primero, que no tiene otro, tiene que existir desde siempre. No puede comenzar a existir. Tiene que ser eterno. A ese ser que no tiene comienzo y que es eterno, a ese llamamos Dios.

Se impone a nuestra razón la necesidad de un Ser Eterno. Si consideramos un momento en que no hay ningún ser, ni Dios, nada: la nada absoluta, ¿cómo comienza en primero? No hay manera de que comience el primero. No puede comenzar. Entonces nunca hubiera existido nada. Si vemos un mundo, vemos un universo, vemos unos seres que proceden unos de otros, necesariamente se nos impone a la razón la existencia de un Ser Eterno que ha existido desde siempre, que nunca ha comenzado a existir, y que es la causa de todos los seres que han comenzado a existir después: ese es Dios. La Metafísica nos lleva a creer en Dios.

Nuestros abuelos creían. Pero sólo por la fe. Nosotros creemos, primero por la fe, que es el camino lógico de creer; pero también por la ciencia. Porque la ciencia nos lleva a Dios. Demos gracias a Dios de que el estudio y el progreso científico nos lleve a Dios. Pero no olvidemos nunca que nosotros no creemos por lo que dice la ciencia. Creemos por lo que dice Dios, que es más importante. Creemos por la fe, pero nos alegramos de que la ciencia moderna venga a confirmarnos nuestra fe.

Nunca la verdadera ciencia descubrirá nada que vaya contra la fe. Porque ciencia y fe, las dos vienen de Dios. Y si alguna vez alguien nos dice alguna cosa que parece ciencia y va contra la fe, eso que parece ciencia es hipótesis pasajera, algo que pasará de moda. Porque la verdadera ciencia no puede ir nunca contra la fe.

El camino lógico para ir a Dios es la fe. Pero vamos a ver cómo también la ciencia lleva a Dios. La ciencia confirma la fe. No es que creamos sólo por lo que dice la ciencia. Creemos porque Dios nos ha hablado. Pero nos alegramos de que la ciencia moderna nos confirme las cosas que ya sabíamos por fe.

El hombre progresa, el hombre investiga, el hombre va descubriendo más verdades, va profundizando en la ciencia; y según el hombre va profundizando en la ciencia va encontrando a Dios. La ciencia nos proporciona datos que confirman la fe. Antes de seguir adelante hemos de advertir que cuando hablamos de ciencia, hablamos de verdadera ciencia.

Así lo explica el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica (28): «El acto de fe es un acto humano, es decir un acto de la inteligencia del hombre, el cual, bajo el impulso de la voluntad movida por Dios, asiente libremente a la verdad divina. Además, la fe es cierta porque se fundamenta sobre la Palabra de Dios; “actúa por medio de la caridad” (Ga 5, 6); y está en continuo crecimiento, gracias, particularmente, a la escucha de la Palabra de Dios y a la oración».

Es común escuchar tanto en los jóvenes como en los adultos decir que la ciencia y la fe no son compatibles. Inclusive, es más común oír que se oponen. Incluso muchos afirman que la ciencia puede ser «nublada» por la religión o hasta que los «mejores científicos» son ateos. Pero esto realmente no es así y un vistazo a la historia nos lo demuestra.