Colaboraciones

 

El concepto de «corrupción», concibe inseguridad jurídica

 

 

 

13 julio, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

 

«Corrupción». Su significado etimológico dice: del latín «corruptio», acción y efecto de destruir o alterar globalmente por putrefacción, también acción de dañar, sobornar o pervertir a alguien. Según el diccionario de la Real Academia Española: corrupción es la práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de las organizaciones, especialmente las públicas, en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores. Además, la definición científica de la corrupción, según el profesor Petrus C. van Duyne (1946), quien es reconocido por sus trabajos sobre corrupción, lavado de dinero y crimen organizado, es: «…una improbidad o deterioro en el proceso de toma de decisiones en el que un tomador de decisiones se desvía o exige desviación del criterio que debe regir su toma de decisiones, a cambio de una recompensa o por la promesa o expectativa de una recompensa. Si bien estos motivos influyen en su toma de decisiones no pueden ser parte (legítima) de la justificación de la decisión». Finalmente, palabras similares son: descomposición, putrefacción, depravación, perversión e inmoralidad.

Sintetizando un poco lo anterior, podemos decir a grandes rasgos que la «corrupción» es una perversión o corrupción de personas, en el ámbito público o privado, que deriva en actos que van contra la moral. Por moral debemos entender la ciencia, que estudia los actos humanos en vistas a su fin último, es decir, la Verdad, Bondad y Felicidad. También es importante entender qué significa el «acto humano». Se diferencia, por ejemplo, de los actos del hombre, porque el «acto humano» implica, fundamentalmente, la inteligencia y voluntad.

Gran parte de los «prejuicios políticos» se alimentan y consolidan ante el fenómeno de la corrupción política.

Está claro que la corrupción no es un problema nuevo, pero actualmente se ha convertido en un fenómeno relevante a nivel mundial a causa del proceso de globalización.

El subdesarrollo y la pobreza extrema de países ricos en recursos naturales, los escándalos de enriquecimientos ilícitos, los paraísos fiscales, el desvío de fondos públicos para usos ilegítimos, las malas gestiones en las políticas sociales y las injusticias, son algunas de las manifestaciones que confirman el problema de la corrupción política.

En consecuencia, el fenómeno de la corrupción política produce graves daños materiales e imposibilita el crecimiento económico de un país. Por otro lado, la corrupción impide la promoción de la persona humana ya que la instrumentaliza para conseguir intereses egoístas y disminuye los bienes básicos para su desarrollo. También paraliza la realización del bien común porque se le opone con criterios individualistas e intereses ilícitos.

El fenómeno de la corrupción política es un problema que atañe directamente a la formación de la conciencia moral de la persona humana en su comportamiento personal y colectivo.

Atacar la raíz de la corrupción política significa apostar por la educación, por los rasgos virtuosos del hombre y la formación moral de los ciudadanos. Desde esta perspectiva, si la familia no cumple con su tarea educativa, si las leyes van en contra de la misma dignidad humana «como aquellas contra la vida», si se debilita la moral básica, si se degradan las condiciones de vida y si en la escuela no se educa a los ciudadanos sobre el bien, no se puede garantizar una auténtica lucha contra la corrupción.

En conclusión, los grandes principios que están en la base de la educación ciudadana en la lucha contra corrupción política son la dignidad de la persona humana, el bien común, la solidaridad, la opción preferencial por los pobres y el destino universal de los bienes.

Si miramos profundamente el fenómeno de la corrupción, nos daremos cuenta que este mal contrasta radicalmente con los principios del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (2004). ¿Por qué afirmamos esto? Porque la corrupción:

- «Instrumentaliza a la persona humana utilizándola con desprecio para conseguir intereses egoístas.

- Impide la consecución del bien común porque se le opone con criterios individualistas, de cinismo egoísta y de ilícitos intereses de parte.

- Contradice la solidaridad, porque produce injusticia y pobreza, y la subsidiaridad porque no respeta los diversos roles sociales e institucionales, sino que más bien los corrompe.

- Va también contra la opción preferencial por los pobres porque impide que los recursos destinados a ellos lleguen correctamente.

- En fin, la corrupción es contraria al destino universal de los bienes» (Pontificio Consejo Justicia y Paz, 2016: 8).

La corrupción realiza un «grave daño» económico al desarrollo social, y que sin duda alguna es una de las causas del subdesarrollo y la pobreza. Pero, al mismo tiempo, no hay que olvidar que sus efectos son más negativos sobre los bienes inmateriales.

«No se trata sólo de un proceso que debilita el sistema económico: la corrupción impide la promoción de la persona y hace que las sociedades sean menos justas y menos abiertas» (Pontificio Consejo Justicia y Paz, 2016: 4).

Los aspectos humanos y cualitativos son los más afectados por la corrupción, como lo vemos en el caso de la corrupción política ya que esta, «traiciona al mismo tiempo los principios de la moral y las normas de la justicia social; compromete el correcto funcionamiento del Estado, influyendo negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados; introduce una creciente desconfianza respecto a las instituciones públicas, causando un progresivo menosprecio de los ciudadanos por la política y sus representantes, con el consiguiente debilitamiento de las instituciones» (Pontificio Consejo Justicia y Paz, 2005: 411).

Cerrar los ojos ante la corrupción que nos invade no sirve de nada. Si queremos acabar con ella, con esa corrupción que causa tanto daño en el mundo, mirémosle a la cara y hablemos claro.

Una de las amenazas contra la esperanza es la corrupción, a la que llamó un «virus social», un flagelo que tanto daño hace a los pueblos y a las democracias; la corrupción es «un fenómeno que lo infecta todo, siendo los pobres y la madre tierra los más perjudicados. Lo que se haga para luchar contra este flagelo social merece la mayor de las ponderaciones y ayudas… y esta lucha nos compromete a todos» (Discurso en el Patio de Honor del Palacio de Gobierno en Lima, el día 19 de enero de 2018). El Papa señaló que la corrupción es algo evitable y su erradicación exige el compromiso de todos.

El Papa hizo alusión a un pequeño libro que había leído hace varios años, con el título Pecado y corrupción, de cuya lectura se podría concluir como este lema: «Pecador sí, corrupto no». El fenómeno de la corrupción reviste una especial gravedad, en cuando que quienes entran en ella les resulta mucho más difícil salir.

El Papa Francisco dijo, en la entrevista: «Yo al pecado no le tengo miedo, le tengo miedo a la corrupción, porque la corrupción ya te va viciando el alma y el cuerpo, y un corrupto está tan seguro de sí mismo que no puede volver atrás. O sea, la corrupción es como uno de esos pantanos chupadizos que una vez que lo pisas y si intentas salir dando un paso, te vas más adentro, y más adentro y te chupa. Es una ciénaga. Sí, es la destrucción de la persona humana».

En el ámbito eclesial, la corrupción cobra un carácter particular, por cuanto es de esperar que los ministros de la Iglesia prediquen no sólo con la palabra sino sobre todo con el ejemplo de vida; de lo contrario se les aplicará esas duras palabras de Jesús contra los escribas y fariseos: «Hagan lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen» (Mt 23, 3). Los actos de corrupción en la Iglesia son motivo de un mayor escándalo para los fieles, pues esperan que sus pastores sean modelos a seguir. Sigue siendo válido aquel adagio latino: «La corrupción de los mejores es la peor».

El Papa nos dice que es mejor ser un pecador que se arrepiente que una persona de corazón débil que niega su complicidad con el mal. «Si no nos oponemos al mal, lo alimentamos de modo tácito. Es necesario intervenir donde el mal se difunde; porque el mal se difunde donde faltan cristianos audaces que se opongan con el bien». La corrupción nos impide gradualmente reconocer la presencia del mal y oponernos a este con el bien.

La corrupción nos roba paulatinamente el valor y la fortaleza que necesitamos para amar a Dios y al prójimo con todo el corazón. Debilita nuestra determinación y nos ciega ante la verdad de nosotros mismos y del mundo.

¿Cuál es la solución, cómo podemos proteger nuestras almas contra la corrupción?: «Vigilancia», dice el Papa Francisco. «Vigilar sobre tu corazón. Todos los días, estar atento a lo que sucede en tu corazón. ¿Cómo está mi corazón, mi relación con el Señor? Y gustar la belleza y la alegría de la fidelidad».

La corrupción es un fenómeno multidimensional presente en la vida cotidiana que tiene una dimensión personal o individual, una institucional y una cultural; las tres están vinculadas; constituye un problema sistémico, de consecuencias perniciosas y de difícil solución. La corrupción alcanza el nivel de norma social por ser un comportamiento generalizado, esperado y tolerado de una conducta individual (Casar, 2015). No existe un consenso unánime sobre su definición, ni a nivel doctrinario ni a nivel normativo, lo cual concibe inseguridad jurídica porque la generalidad y ambigüedad del concepto genera impunidad y favorece la formación de estructuras de corrupción que carcomen la sociedad; a nivel académico también se genera problemas por la incertidumbre de no contar con una definición referente, adecuada y comparativa lo cual dificulta aún más la investigación (Cárdenas, et al, 2016).

Terminamos con una sencilla frase de Kamal Haasan (1954) que pensamos resume muy bien la postura que el Papa quiere que tengamos ante la corrupción: «Cuando no tomas una postura en contra de la corrupción, tácitamente la apoyas».