Colaboraciones
Consideraciones (y III)
22 noviembre, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez
La negación de Dios priva de su fundamento a la persona y, consiguientemente, la induce a organizar el orden social prescindiendo de la dignidad y responsabilidad de la persona.
El ateísmo tiene estrecha relación con el racionalismo iluminista, que concibe la realidad humana y social del hombre de manera mecanicista. Se niega de este modo la intuición última acerca de la verdadera grandeza del hombre, su trascendencia respecto al mundo material, la contradicción que él siente en su corazón entre el deseo de una plenitud de bien y la propia incapacidad para conseguirlo y, sobre todo, la necesidad de salvación que de ahí se deriva.
El socialismo rechaza lo espiritual, afirmando que sólo existe la materia. Dios, el alma, y la otra vida son ilusiones, de acuerdo con el socialismo.
Para el socialismo no hay verdades absolutas o moral revelada, que establecen las normas de conducta que se aplican a todos en todo lugar y en todo tiempo. Todo evoluciona, incluyendo la verdad y el error, el bien y el mal. No hay lugar para los Diez Mandamientos, ni en la vida privada ni en la esfera pública.
La persona humana está dotada de un alma espiritual y mediante su entendimiento y voluntad es capaz de conocer la verdad y de amar el bien. «Por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero» (Catecismo 1704). Puede conocer la ley natural —incluida en «el orden de las cosas establecido por el Creador»— y amar el bien conocido. Esto no sólo en abstracto sino también cuando se refiere a su propio bien conocido por el juicio de conciencia: en esto reside la libertad. «Mediante su razón, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa “a hacer el bien y a evitar el mal” (Gs 16). Todo hombre debe seguir esta ley que resuena en la conciencia y que se realiza en el amor de Dios y del prójimo. El ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona humana» (Catecismo 1706).
El aborto es un problema político. Los constantes ataques a la familia son un problema político. La ofensiva laicista contra los símbolos religiosos es un problema político. Los insultos constantes a la Iglesia y a la moral cristiana son un problema político. Las amenazas a la libertad religiosa constituyen un problema político. La crisis moral, el nihilismo rampante, la corrupción política, el hedonismo asqueroso, la crisis económica… Todos son problemas políticos. Y los cristianos debemos reconquistar el espacio político. No debemos tener miedo a pringarnos.
Donde haya nihilismo, pongamos esperanza. Donde haya hedonismo, pongamos sacrificio desinteresado. Donde haya laicismo agresivo y propaganda atea, pongamos fe. Donde haya corrupción, pongamos honradez. Donde haya aborto y eutanasia, pongamos nuestro amor a la vida y nuestra defensa y apoyo a las mujeres, a los ancianos y a los enfermos. Donde haya violencia contra las mujeres o contra los niños, propugnemos legislaciones adecuadas para proteger a la dignidad y la seguridad de los más débiles. Donde haya insultos, pongamos perdón. Donde haya una educación vulgar, propongamos una política educativa que premie el esfuerzo y la fuerza de voluntad de los niños.
Ser santos en la política es un reto ineludible para los cristianos laicos.
Algunos opinan que en la escuela pública no debe haber ninguna enseñanza confesional porque nuestro Estado es laico y no cabe en la escuela pública confesión religiosa alguna. Pero conviene advertir que no es lo mismo laico que laicista. El laicismo es excluyente de toda confesión religiosa. Todas las posturas negativas hacia la enseñanza de la religión, y de la religión católica en particular, se olvidan de que la formación religiosa y moral de los alumnos es un derecho de los padres y no del Estado; no es competencia de este decidir qué tipo de formación religiosa o moral deba darse a los estudiantes. Tampoco ciertos grupos minoritarios, por mucha fuerza mediática que reciban, tienen derecho a exigir la imposición de sus posturas contra la opinión y derecho de los padres.
Unos consideran que la enseñanza de la religión debe ser reducida a los ámbitos propios de las distintas confesiones religiosas. Otros piensan que lo que se debe dar en la escuela pública son solo los elementos culturales de la religión: costumbres, fiestas, lenguaje, objetos religiosos, pintura y escultura religiosa, etc. Otros entienden que la enseñanza religiosa es un saber como los demás que forman parte de la cultura y que fomenta las capacidades del individuo que debe desarrollar la escuela. Todas las capacidades, es decir, la capacidad intelectual, afectiva, de relación, de interacción social, la capacidad espiritual y la trascendente. Si no se desarrolla esta última como cualquier otra capacidad del alumno, entonces no se puede dar una formación plena o integral.
Numerosas personas creen que la ciencia y la fe no son compatibles, que las ideas religiosas constituyen un lastre para el progreso científico. Sin embargo, personalidades de prestigio, como el norteamericano Rodney William Stark (sociólogo escéptico que defendió al cristianismo y su virtud, 1934-2022), desmiente tal afirmación y por el contrario demuestra que la revolución científica que ha acontecido en los últimos siglos en Europa ha sido fruto del cristianismo.
No sólo existe lo que conocemos físicamente.
Si buscamos la existencia de Dios en el materialismo no lograremos nunca tocarlo físicamente, pero él está presente en toda la naturaleza: la ciencia humana nunca descifrará la energía espiritual, lo sobrenatural, ni los misterios de la fe.
Dios no es un ser común. Él se sitúa fuera de este orden, está por encima de lo físico material, siendo una voluntad divina, es una causa que se eleva por todo el ser.
Sabemos imperfectamente lo que Dios es. Sin poder aprehender su esencia en sí misma.
Dios es la esencia de la vida, misterio inaccesible a la simple razón, posee propiedad absoluta, tarde o temprano lo llegamos a conocer en su esencia misma, como Él es.
La fe, que es el conocer a Dios sin verlo, es el inicio de la vida eterna, una virtud sobrenatural.
La metafísica o «teología natural», es una ciencia que ordena lo racional o natural, parte de las cosas visibles, investigando la razón última, llega así al reconocimiento de la existencia de Dios por analogía, partiendo de la naturaleza.
La teología es la ciencia que nos conduce a los misterios revelados, arraigada en la fe, acompañada de la razón, es la ciencia de Dios: es la luz de la razón acompañada de la fe.
Los antiguos definían la ciencia como el conocimiento de las cosas por sus causas (cognitio rerum per causas).
El tema de la existencia de Dios y la ciencia sigue siendo permanente, Dios seguirá para toda la eternidad… él es y mueve la naturaleza.
Para Albert Einstein, «ciencia sin religión está coja, religión sin ciencia está ciega».
Los más grandes científicos han reconocido la ciencia no sólo como una herramienta sino también como un don de Dios; para de igual forma observar y admirar su creación.
«La Santa Madre Iglesia, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas» (CIC 36).
Es por esto que reconocemos que la fe en Dios nos lleva a querer conocer más de Él y una de las muchas formas es observando y admirando con el don de la ciencia su perfecta creación.
La ciencia y la fe se complementan muchísimo y una lleva a la otra. Al contrario de lo que se cree popularmente, no son enemigas sino más bien, ¡son perfectamente compatibles! Como dijo el Papa san Juan Pablo II en una de sus cartas encíclicas más famosas:
«La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad» (Fides et ratio, 1998).
El gran centro de la creencia en Dios está en dos cosas básicamente: el origen del universo y el del espíritu humano, con toda su superioridad inmensa sobre otros seres vivientes. La ciencia enseña la realidad, pero no su origen, no puede, está fuera de sus fronteras; la teología sí, porque es su campo de conocimiento: Dios.
La ciencia no explica el espíritu humano, su inteligencia, su conciencia que distingue el bien del mal. Con la tecnología actual las ciencias: la anatomía, la fisiología, y otras, nos informan qué sucede en el cerebro humano cuando piensa, o tiene emociones, pero no nos dicen nada sobre la actividad inmaterial de la mente, sólo la del cerebro, la del sistema nervioso, es decir de las manifestaciones físicas de los procesos del sentir afectivo o del pensar, pero no sobre estos en sí.
El ingenio humano, su creatividad, hacer poesía o música, y el arte en general, están fuera del ámbito científico; no son actos materiales, aunque para llevarlos a cabo el hombre utilice su cuerpo, son mentales. La afectividad humana no se comparte con los animales, cuyos «afectos» son instintivos; pero el hombre sobrepasa con creces sus instintos, como los de protección a la descendencia.
Las ciencias de la conducta intentan conocer las funciones de la mente humana, pero no explican el porqué de su existencia, sólo investigan su realidad, es todo. La mente humana, el espíritu del hombre, que están por encima del resto de los seres vivos, solamente tienen explicación cuando se deduce que fueron creados por «alguien», con ese poder y esa voluntad.
La ciencia es limitada, pero creer en Dios supera y resuelve muchas preguntas del hombre. Así, creer en Él no es resultado ni del miedo, ni de debilidades, sino de la razón. Ciencia y religión no se oponen, se complementan en el ser humano, y por eso las gentes de diversos tiempos y culturas encuentran en la existencia de la deidad todopoderosa la respuesta a sus preguntas; la respuesta: Dios existe.