Colaboraciones
Convertir nuestras familias en bastiones inexpugnables
29 diciembre, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez
La familia, en estos tiempos modernos, ha sufrido como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones de la sociedad y de la cultura. Algunas han permanecido fieles a los valores que fundamentan la familia; otras se han dejado ganar por la incertidumbre y el desánimo; otras caminan en la duda y en la ignorancia de su naturaleza y misión. La función de la Iglesia, Madre no sólo de los individuos sino de las familias cristianas, a unos debe sostener, a otros iluminar y a los demás ayudar en su camino a tientas por este mundo, para conducirlos a la Luz de la Vida Eterna.
Se ha podido notar un particular empeño en buscar destruir la FAMILIA, célula de la sociedad e Iglesia doméstica, con la loca pretensión de arrastrar en su caída a la sociedad y a la Iglesia, ya que, ciertamente, es en el santuario familiar donde se aprende a amar a Dios, a la Patria y al prójimo.
Son múltiples los ATAQUES que soporta actualmente la institución familiar: desde los que pretenden liquidarla, lisa y llanamente, hasta los que la insidian con miles de sofismas para disolverla y ablandarla o, incluso, para negarle el rol primigenio que le corresponde, cosa que hacen algunos, sosteniendo: «... Por indispensable que sea, ya no es (la familia) la célula base de la sociedad...».
Dios mismo es el Autor de la familia y Él mismo es su Restaurador, ya que la elevó a la categoría y dignidad de sacramento. Esto quiere decir que la familia no es de institución humana, sino de institución divina, no pudiendo, por lo tanto, estar sujeta al capricho subjetivo y cambiante de los hombres, en razón de participar, en su medida, de la misma inmutabilidad de Dios, con respecto a su naturaleza, fines y leyes, que no pueden ser otros que los dados por el mismo Dios.
Nos ha tocado vivir en un mundo especialmente corrupto y corruptor de la familia, y puede ser que, al paso que vamos, todavía aumente más su poder destructor de la misma.
Debemos luchar a brazo partido para que la degeneración, el pansexualismo, la inmoralidad, la pornografía… dejen de tener carta de ciudadanía en nuestra patria.
Podemos y debemos comprometer todas nuestras energías para que los enemigos tradicionales de la familia católica (laicismo, comunismo, socialismo, indiferentismo religioso, estatismo, naturalismo económico, liberalismo…) no destruyan la nuestra. Y ello está en nuestras manos, con la gracia de Dios, que no nos ha de faltar.
Debemos decidirnos, sin ningún temor, a convertir nuestras familias en bastiones inexpugnables. Depende de nosotros el defender a «capa y espada», contra todos los embates, esa trinchera vital, que son cada uno de nuestros hogares católicos.