Colaboraciones

 

El santuario de Mariazell, la abadía vienesa de la Santa Cruz y Benedicto XVI

 

 

 

08 enero, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

El santuario mariano de Mariazell (la «Magna Mater Austriae, Magna hungarorum Domina et Mater gentium slavorum, Magna Mater Europae» («Gran Madre de Austria, Gran Señora de Hungría y Madre de los pueblos eslavos, Gran Madre de Europa»), tan querido por el Papa bávaro. Antes de su elección papal, Joseph Ratzinger, peregrino con anterioridad en numerosas ocasiones hasta Mariazell, había expresado su deseo de asistir a la clausura del 850 aniversario de la fundación de este santuario mariano, compromiso que ratificó, de nuevo, en sus primeros meses como Papa. De hecho, Benedicto XVI aludió a este viaje como una peregrinación.

El santuario de Mariazell se asienta en las últimas estribaciones de los Alpes orientales, en la verde y céntrica región de la Estiria, entre hermosos y fértiles valles y montañas. En 1157 los monjes benedictinos —tan benéficamente presente a lo largo de los siglos y en la actualidad en Austria— fundaron este santuario mariano para acoger una milagrosa imagen de la Virgen encontrada en las montañas entre rejas por su monje, que había ido a predicar a la región. En Mariazell le construyó su casa, su celda. De ahí el nombre de Mariazell, que, en español, se podría traducir como Santa María de la Celda.

En el siglo XIV se levantó sobre esta Celda de María, entonces románica en su primera factura, una iglesia gótica, que, entre 1644 y 1653, pasó a coexistir con las reformas barrocas llevadas a cabo en el santuario por el arquitecto Domenico Sciassia, quien además añadió en la fachada del templo una tercera torre barroca, junto a las dos torres góticas ya existentes.

Benedicto XVI volvió a mirar y mostrar a Cristo como nuestro pasado, nuestro presente, nuestro futuro, nuestra vida y nuestra esperanza. «La mirada a Cristo —afirmaba el Santo Padre en la abadía vienesa de la Santa Cruz— es la del Dios que ama. Nuestra luz, nuestra verdad, nuestra meta, nuestro sosiego, nuestra vida, todo ello, no es una doctrina religiosa, sino una persona: Jesucristo. Más allá de anhelar y de buscar a Dios, hemos sido anhelados, buscados y encontrados por Él. La mirada vagante de los hombres de todo tiempo y pueblo, de todas las filosofías, religiones y culturas, encuentra siempre los ojos abiertos sin límites del Hijo de Dios crucificado y resucitado. Su corazón abierto es la plenitud del amor. El Señor mira a todo hombre y al corazón de cada uno de nosotros».

El futuro del hombre está, sí, en el Dios de Jesucristo. Tenemos necesidad apremiante de Dios. El mundo no puede vivir como si Dios no existiese. Necesitamos mirar a Cristo. Este fue el sentido y la apretada síntesis del viaje papal a Austria, un viaje guiado por la estela de su Madre y nuestra Madre, a quien hemos de implorar «Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre», plenitud y medida del hombre, clave y futuro de la humanidad.