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Autoridad. Formas de autoridad

 

 

 

19 enero, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

«Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país (CIC 1897).

»Se llama «autoridad» la cualidad en virtud de la cual personas o instituciones dan leyes y órdenes a los hombres y esperan la correspondiente obediencia» (Catecismo de la Iglesia Católica, CIC, 1897).

«Toda comunidad humana necesita una autoridad que la rija (cfr. León XIII, carta enc. Inmortale Dei; carta enc. Diuturnum illud). Esta tiene su fundamento en la naturaleza humana. Es necesaria para la unidad de la sociedad. Su misión consiste en asegurar en cuanto sea posible el bien común de la sociedad» (CIC 1898).

«La autoridad exigida por el orden moral emana de Dios» (CIC 1899).

«No hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas» (CIC 1899).

«Toda comunidad humana necesita una autoridad para mantenerse y desarrollarse» (CIC 1919).

«La comunidad política y la autoridad pública se fundan en la naturaleza humana y por ello pertenecen al orden querido por Dios» (CIC 1920).

«La autoridad se ejerce de manera legítima si se aplica a la prosecución del bien común de la sociedad. Para alcanzarlo debe emplear medios moralmente aceptables» (CIC 1921).

«La autoridad política debe actuar dentro de los límites del orden moral y debe garantizar las condiciones del ejercicio de la libertad» (Catecismo de la Iglesia Católica 1923).

La diversidad de regímenes políticos es legítima, con tal que promuevan el bien de la comunidad.

El bien común comporta tres elementos esenciales: el respeto y la promoción de los derechos fundamentales de la persona; la prosperidad o el desarrollo de los bienes espirituales y temporales de la sociedad; la paz y la seguridad del grupo y de sus miembros.

La dignidad de la persona humana implica la búsqueda del bien común. Cada cual debe preocuparse por suscitar y sostener instituciones que mejoren las condiciones de la vida humana.

Corresponde al Estado defender y promover el bien común de la sociedad civil. El bien común de toda la familia humana requiere una organización de la sociedad internacional.

Autoridad es aquello en nombre de lo cual puede ejercerse el poder con justicia. Autor, es quien da algo, porque posee dominio sobre lo que da. Autoridad es la capacidad de una persona de conducir a otras hacia un fin determinado, así como el pastor conduce el rebaño hacia el prado.

Dios ha dispuesto las cosas de tal suerte que la autoridad forma parte esencial de su plan providencial y, en tal medida, ha de afirmarse que Dios es el origen de toda autoridad humana.

Otra cosa diferente es determinar cuál es el modo más adecuado para la designación de los hombres que han de ejercer la autoridad.

Si la autoridad viene de Dios, nada más evidente que la obligación de obedecer a los poderes legítimos, siempre que legislen y ordenen dentro de la esfera de sus atribuciones. No obsta a la obediencia el que estos poderes desconozcan que imperan en virtud de la autoridad que Dios les confiere, ni el que sean indignos moralmente sus poseedores; mientras estén constituidos legítimamente en el poder y no prescriban cosa injusta o perversa, la obediencia es obligatoria, aún en el foro de la conciencia.

Ejercer el poder injustamente, en violación al derecho, en contra del bien de la comunidad, etc., hace decaer esa legitimidad. Si tal ilegitimidad se torna permanente, grave y dañina para la comunidad, este tiene derecho a defenderse, resistiendo al gobernante que ha desviado el ejercicio del poder, y, eventualmente, deponerlo.

Como la política persigue el bien común, que no es un bien físico, y la principal actividad del político es mandar o liderar a otros, no cabe duda que pertenece al campo del obrar humano, no al del hacer. Por consiguiente, si es una actividad agible, debe estar regida por la prudencia, no por el arte, como se ha entendido generalmente, desde Maquiavelo. No es, entonces, «el arte de lo posible».

Para muchos la autoridad es simplemente un privilegio. Se tiene autoridad para provecho propio. Eso hace que muchos hagan todo lo posible por llegar al poder, porque a través de él pueden dominar a los demás y llenarse de bienes. Antes de llegar a él se puede prometer cualquier cosa; después se muestra el verdadero rostro olvidando las promesas.

Me inclino no ante la autoridad de un hombre, sino ante la autoridad de Dios que se manifiesta en él. Por eso, obediencia por amor a Dios.

Autoritario es aquel que ejerce su poder para obtener la obediencia de otro.

La autoridad se funda en el saber reconocido de alguien y en la necesidad que ese conocimiento genera. El filósofo Hans Gadamer (1900-2002) escribió: «La autoridad correctamente entendida tiene que ver no con la obediencia, sino con el conocimiento».

El hombre desde el momento en que reconoce a otro como autoridad confía en que lo que dice es cierto, es verdadero. Es por ello que la autoridad presupone el conocimiento o saber de aquel que la ejerce, mientras que la obediencia manifiesta el poder, nos está indicando el ejercido concreto de la autoridad de aquel que la ejerce.

La naturaleza o esencia de la autoridad se nos muestra a dos puntas: por un lado, en el reconocimiento del superior por el inferior y por otro el servicio del superior al inferior para el logro de una práctica bien hecha.

 

Formas o estilos de autoridad

Hay personas que logran ganarse una posición de gran respeto por la vía de la fuerza o el miedo: tienden a utilizar un poder coercitivo para lograr lo que se proponen. Su eficacia a corto plazo suele ser alta, pero no es fácil de mantener por mucho tiempo, pues produce una sumisión tensa y provoca actitudes de resistencia que pueden llegar a ser enormemente activas e ingeniosas.

Este tipo de poder es el que ejercen algunas personas con resultados a largo plazo generalmente deplorables, pues entran con facilidad en una dinámica que alienta la simulación, la sospecha, la mentira y la inmoralidad.

Cuando se lleva al límite esa tensión, produce conflictos personales más graves, pues, como escribió el pensador ruso Alexander Solzhenitsyn, «sólo se tiene poder sobre las personas mientras no se les oprima demasiado; porque si a una persona se le priva de lo que considera fundamental, considerará que ya nada tiene que perder y se liberará de esa sujeción a cualquier precio».

El poder coercitivo suele desaparecer cuando desaparece la capacidad de ejercer las amenazas o el miedo, y entonces surgen con facilidad, como reacción, sentimientos de rechazo, oposición o revanchismo.

Hay otros estilos de autoridad menos despóticos, que consiguen mantener una posición de dominio de una manera más utilitaria, por la vía de la contraprestación y el equilibrio de poderes, y la gente les obedece y les sigue en puntos concretos a cambio de unas ventajas determinadas. La relación que se establece suele ser de simple funcionalidad, y ese equilibrio de fuerzas se mantiene mientras beneficie a ambos, o al menos, mientras continuar así les perjudique menos que romperlo. Es cierto que ofrece una cierta sensación de equidad y justicia, pero es el tipo de situación propia de relaciones laborales o familiares precarias y enrarecidas.

Otra forma de ejercer la autoridad más acorde con la dignidad del hombre es la autoridad moral que poseen aquellas personas en las que se confía y a las que se respeta porque se cree en ellas y en la tarea que están llevando a cabo. No es una fe ni una servidumbre ciegas, ni consecuencia del arrastre de un gran carisma personal, sino una reacción consciente y libre que esas personas producen en los demás gracias a su honestidad, su valía y su actitud hacia los otros.