Colaboraciones
Autoritarismo
21 enero, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez
El autoritarismo busca obsesivamente la forma de dominar a los demás, de lograr un sometimiento absoluto de las personas; la humillación incondicional a la autoridad ha sido siempre la ambición de todo ser humano sin valores. Es un acto irreflexivo, insensato y precipitado. Es arbitrariedad, ineptitud y absoluto egoísmo. No es lo mismo imponer por conveniencias personales, que dialogar para tomar una decisión que beneficie a los demás. Muchas veces cuesta trabajo dialogar, y por no saber cómo, por eso se prefiere imponer. Y cuando sabe que no tiene la razón, se convierte en víctima, culpa a todos de su incapacidad y al victimizarse busca obsesivamente quien le dé la razón.
El autoritarismo no soporta la «ineptitud» ni «la deshonestidad», todo lo considera inmoral y busca afanosamente no «caer en esas actitudes», viendo estas en los demás. Para la persona autoritaria, todo lo que hacen los demás está mal.
Las personas autoritarias luchan extremadamente por imponer a todos una «moral» que ellos mismos no practican. Pero algo importante, no son capaces de reconocer su propia incapacidad y deshonestidad. La falta de valor para aceptar las consecuencias de sus propios actos los lleva a «ver la paja en el ojo ajeno, pero no ven la viga en el propio». Son los campeones de la «verdad»; creen tener «toda» la verdad en exclusiva (su verdad).
El autoritarismo es ignorancia porque desconoce el respeto y el valor de la dignidad humana, esto se manifiesta cuando las personas son sumisas con los poderosos y autoritarios con los débiles.
La persona autoritaria sobrevalora las relaciones con sus superiores. Los autoritarios «confunden» convenencieramente (convenenciero: que sólo atiende a sus conveniencias, sin otras miras ni preocupaciones) el servicio con el servilismo; viven llenos de prepotencia, menosprecian y abusan de su autoridad con los que dependen de ellos, familiar, económica, política o laboralmente.
El autoritario busca obsesivamente la forma de manipular para beneficio personal, sin considerar los derechos de los demás; el arma del autoritarismo es la defensiva para evitar ser usado como ellos lo hacen. Se asegura en Psicología que el autoritario tiene ciertas tendencias a disfrutar en ver y hacer sufrir a los demás, física, sentimental y moralmente.
Esto ha corrompido a muchos gobernantes y políticos, profesionistas y profesores, a algunos ministros religiosos, y la familia no podía quedar exenta. El autoritarismo no mide niveles culturales busca dominar más que convencer, busca ser reconocido por el despotismo. Es sinónimo de abuso, de maltrato, de atropello e injusticias; es el uso indebido, injusto y excesivo de los derechos.
Esto es origen y fruto de un ambiente familiar excesivamente inflexible, en el que se le da una importancia exagerada a las leyes y normas familiares, se exige una sumisión degradante, tradicionalista e inconsciente, intolerante y donde todo se «forma» y «educa» a base de castigos contra toda razón. O Bien en forma contraria, sólo se le enseña a la persona a tener derechos, se le enseña a ser egoísta y exclusiva. Esto da pie a personas prepotentes o a personas con una baja autoestima.
La persona autoritaria, por lo general, es una persona resentida y frustrada por causa de una inflexibilidad, severidad y exigencia extrema en su niñez, adolescencia y juventud. Busca ser servido, pero sin el menor sentido de servicio.
Para los hijos hay dos extremos igualmente peligrosos: el autoritarismo o el abandono, la apatía y el egoísmo. Lo primero: aleja y cierra toda posibilidad de entendimiento y colaboración para el desarrollo de la personalidad. Surgen barreras insalvables; las grietas se ahondan, la comunicación se rompe, el aislamiento lleva con toda seguridad al fracaso. En lo segundo: el renunciar al ejercicio responsable de la autoridad, demuestra inmadurez e irresponsabilidad, camino seguro para que entren en la familia todo género de desórdenes. El arte está en lograr la cooperación de todos, padres e hijos. No ver adversarios ni formar ningún bando, sino aliados por amor, ese es el camino de un hogar verdaderamente unido. Es necesario que todos los integrantes estén conscientes que donde hay derechos debe haber deberes.