Colaboraciones

 

La política es una forma importante de caridad (I)

 

 

 

18 abril, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

El prudente es quién nos debe gobernar, el sabio enseñar y el santo edificar nos señala santo Tomás. Por esa misma razón, la virtud por excelencia del hombre de gobierno es la prudencia, la virtud de conducir a una sociedad humana perfectamente organizada hacia el bien común tanto temporal como sobrenatural.

«La vida política de cada nación —dice el R.P. Santiago Ramírez O.P.— y la del mundo entero será próspera, estable y ordenada cuando los gobernantes y gobernados de todas y cada una estén dotados de sus virtudes respectivas, ajustando escrupulosamente a ellas su conducta; la verdadera vida política no debe ser un nido de intrigas, sino un semillero de virtudes».

Escribe el santo Padre Pío XI: «…Si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia» (QP, 17).

Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que, para los cristianos, la política tiene que ser extensión de nuestra fe porque tanto en nuestra vida privada como pública debemos regirnos por los principios evangélicos. Nuestra misión evangelizadora se encuentra en los problemas cotidianos de la Patria porque el señorío de la política se contempla en todos los intereses de la sociedad terrena y bajo este aspecto podemos decir que ninguna otra ciencia humana la supera, salvo la teología. La política es el campo de misión y evangelización de los laicos para ser testigos de la verdad porque es un desbordamiento de la más perfecta expresión de caridad, que es la caridad política como nos enseñaba Pío XI, repetida por Pío XII, y de esta forma debemos considerarla los católicos.

Pío XI proclamará que la política, en cuanto atiende al interés de la entera sociedad constituye «el campo de la más amplia caridad, la caridad política».

Pero la política verdadera es un desbordamiento de la Caridad. Pío XI, en su discurso de 1927 a la Federación Universitaria italiana, decía: «El dominio de la política... mira los intereses de la sociedad entera, y bajo este aspecto es el campo de la más vasta caridad, de la caridad política, de la que podemos decir que ninguna otra supera, salvo la de la religión. Y así —concluye Pío XI— deben considerar la política los católicos».

La política «es una de las formas más preciosas de la caridad», porque busca el bien común.

La política, ciencia arquitectónica, según Aristóteles, es para Santo Tomás «la principal de todas las ciencias prácticas y la que dirige a todas, en cuanto considere el fin perfecto y último de las cosas humanas (pues) se ocupa del bien común, que es mejor y más divino que el bien de los particulares».

Por ello la política: «Arte difícil y noble» (Gaudium et spes, 75).

Si la política es gobernar, y gobernar es prever y proveer, previsión y provisión; si la política supone autoridad en la comunidad, y la comunidad y la autoridad pertenecen al orden querido por Dios, la política ha de comportarse como participación humana —al modo de causa segunda— en el plan divino para el gobierno de la humanidad; como agente activo y promotor de la historia de cada pueblo; como adivinación programada o intuida en el momento preciso, de aquello que hace de lo futurible futuro y del futuro presente dominado, con aquella dominación o soberanía que al hombre le fue concedido, conforme al relato del Génesis.

El quehacer político bueno descarta la ideología marxista y el «status quo» del liberalismo.

El quehacer político es una participación del hombre que lo asume, en el plan divino o esquema providencial de la historia.

Tal es la predicación, que no la propaganda, que se precisa para cumplir el deseo de la Gaudium et spes, 75: «Educar políticamente al pueblo y, sobre todo, a la juventud».

Pensamos que la respuesta esta en una palabra: servicio. El Papa san Pablo VI decía que quienes ejercen el poder público deben considerarse «servidores de sus compatriotas, con el desinterés y la integridad propios de su alta función».

Para el cristiano, grandeza es sinónimo de servicio. Nos gusta decir que «quien no vive para servir, no vive para vivir».

Servir crea alegría y hace bien ante todo a quien sirve. En palabras de Manzoni: «Uno debería pensar más en hacer el bien, que en hacerlo bien: y así también acabaría haciéndolo mejor» (cap. XXVIII).

Pero el servicio corre el riesgo de seguir siendo un ideal bastante abstracto sin una segunda palabra que nunca puede separarse de él: responsabilidad.

Sí, el sentido de la responsabilidad y el espíritu de servicio fueron para San Pablo VI la base de la construcción de la vida social.

«La caridad política es, en otras palabras —señala Monseñor Edgar Peña Parra— la ayuda al hermano conjugada en plural. Unir la política con la más alta virtud cristiana, la caridad, no es una novedad del Papa Francisco, ni de los últimos Pontífices. La política como “forma más alta de caridad” es una expresión que se remonta al Papa Pío XI, que habló de ella en un discurso pronunciado hace casi un siglo, el 23 de diciembre de 1927».

«Francisco —señala el prelado— en Fratelli tutti se sitúa en esta línea, con una acentuación particular: la de querer volver a concretar la “caridad política”». Se trata de redescubrir la razón de ser de la política en la polis, en el conjunto, al servicio del otro y de los más necesitados:

«La caridad política, que en su vertiente negativa se traduce en la lucha contra la injusticia y la desigualdad y, en su vertiente positiva, en la construcción de una sociedad más justa e inclusiva a partir de los derechos de los más pobres, aparece así como la categoría clave de la acción política no sólo “cristiana”, sino más simplemente humana».

Podemos definir la caridad política como la entrega de la propia vida al servicio del prójimo, a través de las instituciones que deben estar orientadas al bien común, con una preocupación especial por la defensa de los pobres.

 

Esta vertiente «política» de la caridad dirige el comportamiento cristiano hacia horizontes de compromiso preferentemente social.

«El amor al prójimo y la justicia son inseparables. El amor es ante todo exigencia absoluta de la justicia, es decir, reconocimiento de la dignidad y de los derechos del prójimo. La justicia, por su parte, no alcanza su plenitud interior sino en el amor» (Sínodo de 1971).

«Para que ese ejercicio de la caridad sea verdaderamente extraordinario y aparezca como tal, es necesario… que se satisfaga ante todo a las exigencias de la justicia, y no se brinde como ofrenda de caridad lo que ya se debe por título de justicia» (AA 8 e).

«La caridad que ama y sirve a la persona no puede jamás ser separada de la justicia: una y otra, cada una a su modo, exigen el efectivo reconocimiento pleno de los derechos de la persona, a la que está ordenada la sociedad con todas sus estructuras e instituciones» (CL 42).

Aunque la caridad exige la realización de la justicia, es preciso poner de manifiesto que aquélla va mucho más allá (cf. DCE 28; DV 12 c). Si la justicia considera el prójimo como otro, la caridad lo percibe como otro yo, se identifica con él, con sus problemas y esperanzas.

León XIII alienta a los católicos al compromiso evangélico en lo público, sin privatizar la fe. Se refiere a la caridad cristiana y a la solidaridad como «amistad», la que se entrega toda entera a sí misma para utilidad de los demás y reconoce la potencialidad transformadora de la fe para cambiar la sociedad desde sus cimientos (RN 20-21, 41; 114-116).

Benedicto XV, considera la caridad como fuerza motriz que obliga a practicar la justicia y a eliminar las desigualdades. «El Evangelio no presenta una ley de la caridad para las personas particulares y otra ley distinta para los Estados y las naciones, que en definitiva están compuestas por hombres particulares» (Pacem Dei 11).

Pío XI, ante el fracaso del capitalismo y del comunismo fruto de la desmoralización de la sociedad por el apego a las riquezas, el individualismo y el egoísmo, la alternativa propuesta por el Papa se apoya en la «reforma de las costumbres», tanto privadas como públicas, y la búsqueda de un orden basado en los «principios más elevados y más nobles: la justicia social y la caridad social», virtudes que no son sólo personales, sino que explícitamente tienen una pretensión política «construyendo un orden social y jurídico, cuyo alma sea la «caridad social» como forma de regular y frenar la dictadura económica imperialista que somete al mundo (QA 88). La caridad «no sea nunca un sucedáneo de la justicia que previamente se ha negado» (QA 137). Para este proyecto el Papa pide el protagonismo de los católicos en la vida social, con un compromiso militante de los miembros de la Acción Católica (QA 96). Pío XI fue el primer Papa en utilizar literalmente la expresión «caridad política» (cuando Mussolini le acusó de exceder los límites del apostolado al incidir en la política): «El campo político abarca los intereses de la sociedad entera; y en este sentido, es el campo de la más vasta caridad, de la caridad política, de la caridad de la sociedad» (Discurso a los dirigentes de la Federazione Universitari Cattolici Italiani, 18 de diciembre de 1927).