Colaboraciones
La política es una forma importante de caridad (y II)
18 abril, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez
En las Encíclicas sociales Mater et Magistra y Pacem in terris, de Juan XXIII, aparece la dimensión mundial, el carácter universal de la justicia social. Por caridad, el cristiano está llamado a buscar dentro de las instituciones «el Reino de Dios y su justicia» y se siente «vinculado a los demás para sentir como propias sus necesidades, alegrías, sufrimientos (…) con una actitud siempre cuidadosa con el interés ajeno» (MM 257).
Posteriormente, viendo la creciente socialización e interdependencia, afirmará Juan XXIII que el amor como servicio al prójimo se expresa, de la mejor manera, en la participación en las instituciones con el fin de ponerlas al servicio de todas y cada una de las personas en todos los campos de la vida humana (PT 146). Junto con la verdad, la libertad y la justicia, la caridad actúa como la gran norma reguladora de la convivencia (PT 149).
El Concilio Vaticano II, sintetiza sobre todo en Gaudium et spes, en Dignitatis humanae y en Apostolicam actuositatem las relaciones entre la caridad política y la ética para construir un mundo más acorde con el designio divino y una sociedad que cada vez más esté al servicio del desarrollo pleno de las personas. Nombra la «caridad y la fortaleza política» como actitudes del compromiso político de los cristianos (citando en nota el discurso mencionado de Pío XI).
Pablo VI en la Populorum progressio extiende su mirada al conjunto del planeta y propugna una caridad universal que tenga la intención política de construir un nuevo mundo, para lo que no bastan las ayudas urgentes. Y para llegar a este cambio, exhorta al compromiso de los laicos y a la conversión de «mentalidad, costumbres, leyes y estructuras» (PP 81). En la Octogesima adveniens (OA 81) reflexiona sobre la acción política de los católicos; haciendo una llamada explícita a la participación política (a pesar de las dificultades), pues es ahí donde se deciden los modelos organizativos de las sociedades. Afirmará que este compromiso político es «un camino serio para ejercer el deber de todo cristiano de servir a los demás, lo cual exige: —discernimiento de la realidad a la luz del Evangelio y del pensamiento social de la Iglesia» (OA 1).
Juan Pablo II en su exhortación Apostólica Ecclesia in Europa, expresa que el testimonio de la caridad ha de extenderse más allá de los confines de la comunidad eclesial, contribuyendo a la construcción de una ciudad digna del hombre, a humanizar la sociedad y a promover una cultura de la solidaridad (EiE 85, 97, 111, 117).
Benedicto XVI sitúa la encíclica Deus caritas est en la larga tradición de otras encíclicas sociales, no solamente por lo que representa la virtud de la caridad, sino también porque atribuye una importancia primordial a la virtud de la justicia. Los fieles laicos tienen el deber inmediato de actuar a favor de un orden justo en la sociedad, por eso están llamados a participar en la vida pública, según sus posibilidades y limitaciones, en alguna acción socio política, desde lo más pequeño o cotidiano hasta lo más alto; de esta manera, la variada actividad del laico es considerada por el Papa como «caridad social» (DCE 15, 19, 29). En Caritas in veritate hace una llamada constante al desarrollo integral de la persona que a su vez incide en la sociedad, para lo cual es necesario vivir la «caridad en la verdad» en todas las relaciones, tanto las más cercanas como las que se desenvuelven en las estructuras sociales, económicas, políticas… (nn. 11,34,52,53 ss.).
Para Benedicto XVI, «la política es una forma importante de caridad».
«Retomando la expresión de mis Predecesores, puedo afirmar yo también —en palabras de Benedicto XVI— que la política es un ámbito muy importante del ejercicio de la caridad. Esta pide a los cristianos un fuerte compromiso para la ciudadanía, para la construcción de una vida buena en las naciones, como también para una presencia eficaz en las sedes y en los programas de la comunidad internacional. Se necesitan políticos auténticamente cristianos, pero aún más fieles laicos que sean testigos de Cristo y del Evangelio en la comunidad civil y política. Esta exigencia debe estar bien presente en los itinerarios educativos de las comunidades eclesiales y requiere nuevas formas de acompañamiento y de apoyo por parte de los Pastores. La pertenencia de los cristianos a las asociaciones de los fieles, a los movimientos eclesiales y a las nuevas comunidades puede ser una buena escuela para estos discípulos y testigos, apoyados por la riqueza carismática, comunitaria, educativa y misionera propia de estas realidades.
»Hay que recuperar y revigorizar una auténtica sabiduría política; ser exigentes en lo que se refiere a la propia competencia; servirse críticamente de las investigaciones de las ciencias humanas; afrontar la realidad en todos sus aspectos, yendo más allá de todo reduccionismo ideológico o pretensión utópica; mostrarse abiertos a todo verdadero diálogo y colaboración, teniendo presente que la política es también un complejo arte de equilibrio entre ideales e intereses, pero sin olvidar nunca que la contribución de los cristianos es decisiva sólo si la inteligencia de la fe se convierte en inteligencia de la realidad, clave de juicio y de transformación. Es necesaria una verdadera “revolución del amor”.
»Sabemos que el cristianismo genera ciudadanía, una ciudadanía responsable, solidaria y con un sentido claro de la primacía del bien común. Es la doctrina social de la Iglesia.
»Que la política sea eso, servicio, caridad; pero para ello hace falta formar a la población en la utilidad de la política como instrumento para forjar naciones donde quepan todos. Y donde el político se deba a la comunidad y respete a los ciudadanos».
Los Obispos españoles, en el Documento Los católicos en la vida pública, acuñaron el término «caridad política». La caridad política es presentada como consecuencia directa de la vida teologal, es decir, de una visión contemplativa que entiende el mundo y la historia dentro de la dinámica divina de la Creación y de la Redención y, por tanto, sin divisiones espiritualistas entre el campo de la fe y el de la política: «Con lo que entendemos por “caridad política”, no se trata sólo ni principalmente de suplir las deficiencias de la justicia (…). Mucho menos se trata de encubrir con una supuesta caridad las injusticias de un orden establecido (…). Se trata más bien de un compromiso activo y operante, fruto del amor cristiano a los demás hombres, considerados como hermanos, en favor de un mundo más justo y más fraterno, con especial atención a las necesidades de los más pobres (nn. 60-61). Ese amor eficaz a las personas se actualiza en la prosecución del bien común de la sociedad y haciendo todo lo posible “para que las instituciones y estructuras que encarnan nuestra convivencia se acerquen cuanto sea posible a los planes de Dios, en favor de la fraternidad y de la justicia” (CVP 59). Se alienta a “la existencia de asociaciones civiles encaminadas a fortalecer el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de las responsabilidades de los ciudadanos en el campo de las realidades sociales y políticas” (CVP 127), reconociendo que “en una sociedad libre y democrática es muy importante la participación de los cristianos en las asociaciones civiles de diversa índole que actúan en el seno de la vida socialˮ» (CVP 128).
Para el Papa Francisco, «la política también es caridad». Frente a un mundo tan lleno de violencia y egoísmo, el Papa invita a los jóvenes a no «encerrarse en pequeños grupos», olvidando que «la vocación laical es ante todo la caridad en la familia, la caridad social y la caridad política» (exhortación apostólica postsinodal Cristo vive, 168).
«Hacer caridad sin buscar la propaganda. Debido a que la política “es una de las formas más preciosas de la caridad”, porque busca el bien común e ilumina las “relaciones sociales, económicas y políticas”, además de superar el proselitismo y la propaganda» (Papa Francisco, Evangelii gaudium, 205).