Colaboraciones

 

El Padrenuestro, oración cristiana fundamental

 

 

 

04 mayo, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez


Mosaico de estilo bizantino de Cristo Pantokrator
en la Catedral de Cefalú, erigido por Roger II en 1131.

 

 

 

 

 

Uno de sus discípulos le pidió a Jesús que los enseñara a orar y Él lo hizo, enseñándoles la oración del Padrenuestro. Es así como Jesús nos regaló esta oración siendo la oración cristiana fundamental, la que todos nos sabemos, grandes y chicos, la que rezamos en casa, en el colegio, en la Misa. A esta oración también se le llama «Oración del Señor» porque nos la dejó Cristo y en esta oración pedimos las cosas en el orden que nos convienen. Dios sabe qué es lo mejor para nosotros. A través del Padrenuestro vamos a hablar con nuestro Padre Dios. Se trata de vivir las palabras de esta oración, no sólo de repetirlas sin fijarnos en lo que estamos diciendo. El Padrenuestro está formado por un saludo y siete peticiones.

Al rezar el Padrenuestro, le pedimos mucha ayuda a Dios que seguramente Él nos va a dar y al mismo tiempo nos comprometemos a vivir como hijos de Dios.

El Padre Nuestro es la oración por excelencia, el resumen y modelo de toda oración cristiana y una fuente abundante de reflexiones, enseñanzas y consejos.

Rezar el Padre Nuestro no es cualquier cosa, como no lo es decirle a nuestra madre «te amo», «te quiero», «te extraño». Cuando rezamos esta oración y la rezamos con el corazón conviene tener ciertas actitudes: adoptar la posición de niños necesitados y cariñosos con un Padre que nos quiere, con humildad, disposición de alabarlo y sabiendo que unimos nuestra oración a la de Cristo y a la de todos nuestros hermanos.

Rezar el Padre Nuestro es pensar en el cielo, en el lugar que nos aguarda donde estaremos al lado de la persona que más nos ama; rezar el Padrenuestro es detenerse de vez en cuando para gustar por un momento las palabras «que estás en el cielo», para imaginar a Dios Padre esperándonos allá arriba; es mirar hacia abajo otra vez y ver que el camino hacia el cielo es largo y escabroso y reemprender la marcha.

Rezar el Padre Nuestro es reflexionar un segundo en la frase «santificado sea tu nombre» para recordar lo que esto significa: ¿cuándo santifico tu nombre, Señor? Santifico tu nombre cuando reconozco tu bondad y tu poder, cuando me maravillo al ver tus obras, cuando te alabo, te canto y celebro tus dones. Es saber que no soy yo el que santifico a Dios, sino que Dios es santificado en mí cuando lo reconozco, lo bendigo y obro según su voluntad.

Cuando pedimos que venga su Reino estamos pidiendo que venga Cristo y todo su Reino, su vida, sus intereses, sus amores a mí. Que se realice el Reino en cada uno de nosotros, como expresaba Orígenes. En otras palabras, estamos pidiendo ver, pensar, actuar y ser como Cristo y así hacer realidad sus palabras: «El Reino de Dios está entre ustedes» (Lc 17, 21).

Cuando pedimos que se haga su voluntad pedimos, en definitiva, que seamos santos porque sólo sus creaturas libres, nosotros, podremos hacer la voluntad de Dios con perfección y amor, como la hizo María Santísima con su hágase. En realidad, pedimos ser fuertes. «Hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo», una bella forma de meditar y rezar que se cumpla siempre su voluntad.

Cuando pedimos el pan lo hacemos como necesitados, como un mendigo extendiendo la mano y que pide lo indispensable para vivir: techo, alimento y vestido. También pedimos como mendigos en el espíritu: pedimos la gracia, la Eucaristía, la Palabra de Dios y el Espíritu Santo.

Cuando pedimos perdón pedimos libertad, liberación y paz; pedimos misericordia y comprensión y pedimos una verdadera capacidad para perdonar y olvidar: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos». Esta breve oración nos puede ayudar también a alcanzar y pedir perdón.

Y finalmente «no nos dejes caer en tentación» sino «líbranos del mal» que nos regresa a esa actitud filial y humilde. Nos recuerda que tenemos tentaciones, que caemos a veces en ellas pero que tenemos a un Padre fuerte que nos puede proteger y cuidar.

El Catecismo de la Iglesia católica explica a fondo esta maravillosa oración nacida de los labios de Jesucristo. Le dedica los números 2777 a 2865 y ofrece un contenido muy rico que nos puede ser muy útil si queremos profundizar en lo que decimos cuando hacemos esta oración que comienza con una interpelación a la caridad: «Padre nuestro». Padre nuestro quiere decir padre de todos; quiere decir que todos somos hermanos y que nuestro destino en la vida no es indiferente a los demás como tampoco tiene que serlo a nosotros el de ellos. El Padrenuestro comienza con la afirmación de la comunión de los hijos y el reconocimiento de la insondable grandeza de un Padre amoroso que no podemos ver porque mora más allá del alcance de nuestros sentidos («en el Cielo»).

Cuando ves a una persona que está realmente conectada con Dios, en comunión de amor con Él, su testimonio nos atrae y decimos: yo quiero rezar como él.

Es una buena práctica rezar el Padre Nuestro varias veces al día y rezarlo bien, como Cristo y con Cristo. Las primeras comunidades del cristianismo rezaban el Padre Nuestro tres veces al día (Didaché 8, 3).

Los discípulos veían rezar a Jesús, escuchaban las palabras con que se dirigía a Su Padre y el tono de voz con que lo hacía. Percibían el amor, la ternura, la confianza, la inmediatez, la reverencia, la sumisión filial con que le hablaba. Observaban sus gestos corporales y su mirada. Cautivados por esa forma de rezar, un día le dijeron: «Maestro, enséñanos a orar» (Lc 11, 1).

En Cristo tenemos nuestro Modelo de cómo debemos rezar. Con el «Padre Nuestro» Jesús nos enseñó, por medio de su oración, lo que debemos desear y pedir y el orden en que conviene hacerlo, pero sobre todo nos enseñó la actitud y la carga afectiva con que debemos dirigirnos a Dios.

En la oración, más importantes que las palabras, son las actitudes. De Jesucristo aprendemos estas actitudes:

1. Rezar con la certeza de ser amado. La verdad de Dios que Jesucristo nos ha revelado es que es un Padre generoso, bondadoso, rico en misericordia, paciente, compasivo, interesado en el bien de cada uno de sus hijos. Dios es amor, es un Padre amoroso que me crea por amor y que quiere compartir su vida conmigo en un clima de intimidad familiar. Cuando rezo, es a ese Dios al que tengo delante. No es lo mismo tener una cita con una persona déspota, autoritaria, humillante, hiriente, impaciente, ofensiva… que estar con Alguien que es todo amor, bondad, ternura y compasión.

«Es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar de ella nuestra alma» (San Gregorio de Nisa, Homiliae in Orationem dominicam, 2).

En este sentido, el Catecismo afronta con mucho realismo que nuestro concepto y experiencia de la paternidad terrena podría viciar nuestra relación con Dios Padre: «La purificación del corazón concierne a imágenes paternales o maternales, correspondientes a nuestra historia personal y cultural, y que impregnan nuestra relación con Dios. Dios nuestro Padre transciende las categorías del mundo creado» (CIC 2779).

2. Rezar con actitud de hijo, con una conciencia filial. Cristo nos revela no sólo que Dios es Padre, sino que somos sus hijos. Por el bautismo hemos sido incorporados y adoptados como hijos de Dios. «El hombre nuevo, que ha renacido y vuelto a su Dios por la gracia, dice primero: “¡Padre!”, porque ha sido hecho hijo» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 9).

«Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios “Padre nuestro”, de que debemos comportarnos como hijos de Dios» (San Cipriano de Cartago, De Dominica oratione, 11).

3. Rezar acompañado, junto a Cristo y nuestros hermanos. Jesús nos enseñó a decir «Padre Nuestro». «El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque Él no dice “Padre mío” que estás en el cielo, sino “Padre nuestro”, a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia» (San Juan Crisóstomo, In Matthaeum, homilia 19, 4).

Al rezarlo, hemos de tomar conciencia de que no estamos solos, sino que estamos junto a Cristo y junto a toda la comunidad eclesial y con ellos rezamos juntamente a nuestro Padre del cielo.

4. Rezar con actitud de bendición y alabanza. Antes de dirigirnos a Dios para pedirle, hemos de alabarle simplemente porque merece ser alabado. Es lo que corresponde a una creatura en relación con su Creador. Al iniciar el «Padre Nuestro» lo primero que hacemos es dar gracias a Dios «por habernos revelado su Nombre, por habernos concedido creer en Él y por haber sido habitados por su presencia» (Catecismo 2781).

5. Rezar con audacia humilde. Conscientes de nuestra pequeñez y miseria, se requiere audacia para dirigirnos a Dios Todopoderoso. Audacia, sí, pero una audacia humilde. La audacia del hijo que reconoce su indigencia y se dirige a su padre con plena confianza y con la certeza de saberse amado y protegido.

«La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito: “Abbá, Padre” (Rm 8, 15). ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto?» (San Pedro Crisólogo, Sermón 71, 3).

La audacia humilde y confiada en nuestras relaciones con Dios va creciendo a medida que rezamos el Padre Nuestro con mayor fe«Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el gusto en la oración [...] y también la esperanza de obtener lo que vamos a pedir [...] ¿Qué puede Él, en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando ya previamente les ha permitido ser sus hijos?» (San Agustín, De sermone Domini in monte, 2, 4, 16).

«Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación» (Lc 11, 1-4).