Colaboraciones
Cristo es la Verdad y no la opinión (y III)
16 mayo, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez
Mosaico de estilo bizantino de Cristo Pantokrator
en la
Catedral de Cefalú, erigido por Roger II en 1131.
Papa Benedicto XVI
Joseph Alois Ratzinger, Papa Benedicto XVI, uno de los teólogos más brillantes de la segunda mitad del siglo XX.
Para Joseph Ratzinger: «Sólo si la fe cristiana es verdad, afecta a todos los hombres; si es sólo una variante cultural de las experiencias religiosas del hombre, cifradas en símbolos y nunca descifradas, entonces tiene que permanecer en su cultura y dejar a las otras en la suya.
»Nunca es anacrónica la confianza en buscar la verdad y en encontrarla. Es justamente ella la que mantiene al hombre en su dignidad, rompe los particularismos y unifica a los hombres, más allá de los límites culturales, por su dignidad común».
Unos párrafos sobre la verdad, dichos por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, Papa Benedicto XVI, que hizo de la verdad su lema episcopal: «Cooperador de la verdad», que resumen todas las exigencias y obligaciones de la verdad:
«Llegué a comprender y a percibir con claridad que renunciar a la verdad no sólo no solucionaba nada, sino que además se corría el peligro de acabar en una dictadura de la voluntad. Porque lo que queda después de suprimir la verdad sólo es simple decisión nuestra y, por tanto, arbitrario. Si el hombre no reconoce la verdad, se degrada; si las cosas sólo son resultado de una decisión, particular o colectiva, el hombre se envilece. De este modo comprendí la importancia que tenía que el concepto de verdad —con las obligaciones y exigencias que, indudablemente, conlleva— no desapareciera y fuera para nosotros una de las categorías más importantes. La verdad tiene que ser como un requisito que no nos otorga derechos, sino que —por el contrario— requiere humildad y obediencia, y, además, nos conduce a un camino colectivo…».
Un cardenal español expresó: «Era un hombre de la verdad, no en balde su lema episcopal era: Cooperador de la verdad… La imagen que ofrecían los medios de comunicación o algunos teólogos no se correspondía en absoluto con la realidad… No he conocido a un hombre más sabio, más inteligente que él y sin embargo más humilde».
Papa Francisco
El Papa Francisco subrayó que «la verdad es la revelación maravillosa de Dios, de su rostro de Padre, y de su amor sin límites. Esta verdad corresponde a la razón humana, pero la supera infinitamente porque es un don derramado sobre la tierra y encarnado en Cristo crucificado y resucitado.
»No decir falso testimonio significa vivir como hijos de Dios, dejando emerger siempre que Dios es Padre y que nos podemos fiar de Él. Yo me fío de Dios. Nuestra confianza con Dios, y de esta confianza con Dios que es Padre y me ama, te ama, nace mi verdad, el ser sincero y no mentiroso.
»La verdad encuentra su realización plena en la persona misma de Jesús, en su modo de vivir y de morir, fruto de su relación con el Padre».
«La verdad es suave, la verdad es silenciosa», «con las personas que buscan solamente el escándalo, que buscan solamente la división, el único camino a seguir es el del “silencio” y la “oración”», en palabras del Papa Francisco.
Dice el Papa Francisco: «Su Reino es liberador, no tiene nada de opresivo. Él trata a cada discípulo como amigo, no como súbdito. Siguiéndolo no se pierde, sino que se adquiere dignidad. Porque Cristo no quiere en torno a sí servilismo, sino gente libre».
Los cristianos, creyendo en la Palabra de Dios, tenemos la Verdad absoluta
Hay que rendir culto a la verdad de nuestras palabras haciendo de ellas vehículo de lo que pensamos. Verdad del comportamiento y de la vida, vivir como se cree; coherencia de la vida con la fe que se predica y con la vocación que se ha elegido.
Hay un mundo en donde la verdad es única, y lo que cambia es la aceptación, negación o duda personal sobre la misma. La «verdad» sobre la existencia de Dios, por ejemplo, lo es, y es «única y absoluta», les guste o no a las personas. Quienes niegan la existencia de la Divinidad creadora, no tienen otra verdad; no, tienen otra opinión, que es diferente. Porque la verdad no es cuestión de opiniones, o es o no es.
Cuando Tomás preguntó a Jesús sobre «el camino» que debían seguir, Él respondió: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn., 14 :6). Como Dios que era, podía afirmarlo y nosotros repetirlo como la verdad absoluta.
En materia de religión, de cuestiones de Fe, siempre, pero siempre debemos partir de la convicción de que los cristianos, creyendo en la Palabra de Dios, tenemos la «verdad absoluta». Sin duda alguna. No nos dejemos amedrentar con la pantomima de que «nadie tiene la verdad absoluta». Sí, ella existe, y es nuestra, y hay que defenderla, sin aceptar duda alguna que nos quieran imponer.
Volvamos sobre el dicho de Jesús ante sus discípulos, y es que Él, además de ser el camino y la vida, es la Verdad… y lo es absoluta.
Existen diversas definiciones de la mentira, pues no siempre es fácil fijar su sentido exacto. El Catecismo de la Iglesia católica, en la edición típica, la matizó en estos términos: «Mentir es hablar u obrar contra la verdad para inducir a error» (CEC 2483). Y esta otra: «Mentir consiste en decir algo falso con intención de engañar al prójimo" (CEC 2508). En consecuencia, la mentira entraña el deseo de engañar.
Pero, a aparte de ese «engaño» que persigue la mentira, es importante destacar el aspecto positivo de este mandamiento, el cual implica la obligación de decir la verdad. En efecto, el hombre y la mujer deben amar la verdad, expresarla, defenderla y comunicarla, pues la «verdad» es propia del ser inteligente. Y ello porque la racionalidad —característica esencial del ser humano— busca espontáneamente la verdad. Como escribe Aristóteles al inicio de la Metafísica, «todo hombre, por naturaleza, desea conocer la verdad» (Aristóteles, Metafísica I, 1, 980b. 1).
Obligación del cristiano
El cristiano no sólo debe expresar la verdad y proclamarla, sino que también tiene la obligación de defenderla, en ocasiones, hasta la muerte. San Juan recoge las palabras de Jesús en las que señala su misión en orden a la verdad: «Yo he venido al mundo para dar testimonio de la verdad» (Jn., 18, 37). Y san Pablo encarece a su discípulo Timoneo que cumpla este mismo encargo, aunque le sea costoso: «No te avergüences jamás del testimonio de nuestro Señor Jesucristo» (2 Tim., 1, 8).
Se puede faltar a la veracidad
Además de los pecados de mentira (veracidad «por defecto») y de faltas cometidas por revelación indebida del secreto (veracidad «por exceso»), también se puede faltar a la veracidad si se cometen otras acciones, cuales son, por ejemplo, la calumnia, el juicio temerario, la sospecha, la maledicencia, el falso testimonio y el perjurio.
«¡Dios es mi Padre!» ¡Qué don tan grande!
«¡Dios es mi Padre!» ¡Qué don tan grande! Hace falta sólo dejar que estas palabras penetren hondamente en nuestra alma en medio del silencio y de la dicha de ser su hijo.
Para encontrar la vida —la vida en plenitud— Cristo nos muestra el camino. Él es el Camino. Él nos dio ejemplo de obediencia heroica: obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz. Él confió hasta el extremo en Aquél que nos ha dado tantos beneficios. Quien sigue sus huellas se acerca a la fuente inagotable de vida: el Padre.
El mismo Pilato, estando delante de Jesús, delante de la Verdad, hizo la pregunta: «¿Qué es la Verdad?»
Pilato le preguntó: «Entonces, ¿tú eres rey?». Jesús respondió: «Tú lo has dicho: Yo soy Rey. Yo doy testimonio de la Verdad, y para esto he nacido y he venido al mundo. Todo el que está del lado de la Verdad escucha mi voz» Pilato dijo: «¿Y qué es la Verdad?» (San Juan 18, 37-38).
La verdad se mantiene constante, siempre igual, siempre. Podemos pretender ser los más relativistas del mundo, pero no es más que una mentira retroalimentada por nuestros propios engaños. Todos sabemos que la verdad existe y que no tiene por qué coincidir con nuestras particulares preferencias, aunque a veces no queramos reconocerlo.
El mismo Pilato, estando delante de Jesús, delante de la Verdad, hizo la pregunta: «¿Qué es la verdad?» Él bien lo sabía. Eso no lo podemos negar. Él sabía que estaba ante alguien inocente. Pero prefirió disfrazar su miedo de prudencia. Puede que ignorara que estaba ante el mismo Dios, ante la Verdad con mayúscula. Pero él sabía que esa persona que tenía delante no debía ser condenada. Y se ocultó tras un gesto tan pobre como lavarse las manos. Como si pudiera transferir la responsabilidad de sus actos a otros.
Nos parecemos mucho a Pilato. Tampoco queremos, muchas veces, reconocer nuestras culpas, reconocer la verdad de lo que somos y a lo que eso lleva. Y es una pena, porque darse cuenta de nuestras miserias es el primer paso hacia la verdad que nos hace plenos, porque sólo la verdad nos hace plenos, no es algo que puedan lograr los sucedáneos. Y la verdad es que, incluso siendo miserables, fracasados, tristes, torpes, somos amados hasta el punto de que el mismo Dios decidiera sacrificarse por nosotros.
Nos reconocemos pecadores, pero queridos y amados por Dios.
Nuestra debilidad no es el final de lo que podemos ver en el espejo. En absoluto. Es el principio. Detrás de esa debilidad se esconde algo más complejo, más valioso que todo el universo material. Se esconde la imagen de Dios. Sin eso, no valdríamos nada. No tendría ningún sentido nuestra existencia, no tendría ningún sentido que seamos capaces de admirar la belleza, que queramos desentrañar los misterios del universo.
Pero somos la imagen del que creó el universo. Eso lo cambia todo. Somos algo más que pobres criaturas que rondan por este planeta intentando satisfacer necesidades mientras procuran esconder la enorme lista de miedos que no queremos reconocer, pero están ahí. Somos mucho más. Muchísimo más.
Y ahí está la diferencia. Esa es la verdad del ser humano. La que esconde la débil imagen del espejo.