Colaboraciones
Los influencers
26 mayo, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez
Aunque parece un término moderno con apenas unos años de recorrido, el fenómeno de la influencia cuenta con siglos de historia.
Según el «Observatorio de palabras» del «Portal lingüístico» de la RAE, «la voz influencer es un anglicismo usado en referencia a una persona con capacidad para influir sobre otras, principalmente a través de las redes sociales. Como alternativa en español, se recomienda el uso de influyente: Cómo ser un influyente en redes sociales. También serían alternativas válidas influidor e influenciador».
El Día Mundial del Influencer se celebra el 30 de noviembre desde 2016. Es una propuesta que partió de Fluvip, una plataforma creada en Colombia en 2013 con el fin de conectar a las marcas con los influencers (quizás a muchos les sea familiar el término; hablamos de influencers para referirnos a aquellas personas que destacan en canales digitales. Estas son seguidas por miles o millones de suscriptores, quienes se basan en sus consejos o recomendaciones). Actualmente, Fluvip es líder del llamado marketing de influencers en Latinoamérica y Estados Unidos. El objetivo de esta celebración es reconocer el trabajo de los creadores de contenido que, a través de sus redes sociales, influyen en las decisiones —ya sean de consumo o hábitos de vida— de otros usuarios.
¿Y quiénes son ellos? Si hiciéramos la pregunta a los chicos, inmediatamente nos responderían sin vacilar, ya que para ellos son como sus familiares, porque los hay de todos tipos, edades y nacionalidades, unos dedicados a manualidades, a cocinar, a dar consejos de finanzas, de belleza y maquillaje, a viajar o simplemente a compartir vídeos insulsos, pero todos con un objetivo común: ser reconocidos, incrementar sus seguidores y, por supuesto, ganar dinero.
Lo cierto es que es muy fácil embaucar a cualquiera con una aplicación bien utilizada.
Apropiarse de la mente y del corazón de las personas para ejercer un dominio como si se fuera su dueño, es un riesgo que se da y frecuentemente no se pone en evidencia. Se pierde el don precioso de la libertad, don de Dios a toda persona humana.
Así podemos notarlo hoy en los youtubers, o aquellos que a través de la plataforma digital de youtube ejercen cierta influencia, que incluso se les da el término de influencers. Crean opinión o la manipulan según sus propios intereses o según sus supuestos ideales.
Esto acontece en el amplio marco del fenómeno humano contemporáneo.
Lo religioso, no está al margen. Hay influencers que atacan a la fe cristiana y católica, incluso eclesiásticos o laicos que se sienten los paladines de la ortodoxia y propician la división y el enfrentamiento. Atacan el magisterio del Papa, o la validez del Concilio Vaticano II y similares. Propician el desprecio y la sospecha.
Por supuesto que no entienden que lo constitutivo de la Iglesia, además de otros elementos, es la jerarquía y sus implicaciones.
Quizá los mayores no seamos presas tan fáciles, pero los jóvenes, adolescentes y hasta los niños, no corren la misma suerte. Para ellos un personaje de las redes sociales es un modelo a seguir, por eso no es extraño escuchar que los chicos, en vez de estudiar, quieran abrir un canal de vídeos o dedicarse a imitar a esos influencers, como si se tratara de escoger una carrera de provecho para ellos.
Y lo peor, es que admiran comportamientos nada recomendables como retos peligrosos que pueden perjudicar su salud física o mental. Es importante estar atentos a todo lo que ven nuestros hijos y procurar platicar con ellos cada vez más de los contenidos que se encuentran en Internet, pues abundan las falsedades y exageraciones que solamente pueden confundirlos. Y nosotros, adultos, tampoco caigamos en el juego, seamos críticos y busquemos información veraz, no porque lo diga alguien famoso necesariamente se trata de la verdad. Cuidemos nuestra mente y espíritu.
Si bien los influencers logran destacarse, ser reconocidos y tener la aprobación de sus seguidores, no pretendamos que nosotros (comunes influencers del bien) logremos tener alguna repercusión mediática. Como dice en el Evangelio, obremos en lo secreto, dejemos que el que aplauda sea Dios. Si pretendemos que nos vean, eso es lo que buscamos y, por obtenerlo, tenemos nuestra recompensa. En cambio, si buscamos hacer la Voluntad de Dios, y la hacemos sólo para eso, aunque no recibamos aplausos humanos, Dios nos lo tendrá en cuenta.
Pensamos que un influencer católico sería una persona coherente y, por ende, alguien que lleve su fe en obras, incluso anónimamente, quizás sin sobresalir.
El poder del influencer en una sociedad hiperconectada a través de las redes sociales es un hecho. Pero, como dijo Franklin D. Roosevelt —aunque se lo escucháramos después a Spider-Man—, un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Poner el foco en esta responsabilidad es el objetivo del Libro Blanco de la influencia responsable.
El Libro Blanco se detiene en señalar algunos riesgos que pueden tener niños y adolescentes a la hora de valorar los contenidos de sus influencers favoritos.
Por ejemplo, pueden tener dificultad para diferenciar información y opinión, ficción o realidad o contenido orgánico o publicitario. También puede costarles más identificar una noticia falsa. Los menores, además, son más vulnerables a la adicción a contenidos creados por los influencers o a juegos que promocionan, más crédulos por la admiración que sienten. Esta admiración les puede llevar en algunos casos a tener una visión idealizada de sus ídolos o a imitar patrones de consumo o belleza muy alejados de la vida real y que pueden originar o impulsar trastornos en la alimentación. En otros casos, pueden sentirse impelidos a algunas conductas nocivas, desde pruebas virales a rechazar cualquier autoridad.
Estos factores, unidos al fácil acceso a contenidos no adecuados para menores y el desconocimiento por parte de los padres de lo que hacen, siguen o ven sus hijos en redes sociales y del tiempo real que pasan en ellas, hacen necesaria una mayor concienciación hacia el fenómeno de la influencia digital.
Dice María de León (con acento sevillano y eco universal lleva trece años comunicando en Internet y una década prodigiosa de conocimiento, experiencias, aprendizajes, baches y crecimiento en Instagram. Su maratón digital le ha abierto el apetito por hincarle el diente a la ética en las redes sociales, como avala su iniciativa Think2bu): «Ser influencer no es vender la moto, sino ayudar a crecer a las personas»; «creo en la necesidad de despertar la conciencia de las personas que desarrollan su actividad en las redes sociales para que enfoquen su tarea a la verdad, el bien y la belleza»; «me empeño en practicar la mirada profunda y en estimular esta manera de ver la vida. Lo esencial es invisible a los ojos, como aprendimos en El Principito»; «tengo necesidad de alimentar mi esfera espiritual, que es la que me mantiene plena».
Las redes sociales han normalizado el compartir nuestro desayuno, en qué proyecto estamos trabajando en nuestra empresa y el último viaje en el que nos hemos embarcado.
La vida familiar no ha quedado fuera de ese ámbito de exhibición de la vida personal. Muchas veces esta exposición se queda en el ámbito reducido de una cuenta privada. Otras, se realiza desde cuentas públicas que exponen a los niños a los ojos indiscretos de cualquiera que pase por ahí.
Esto ya representa en sí mismo un problema de seguridad, puesto que una chaqueta de uniforme puede desvelar a qué colegio van tus hijos, o un breve vídeo de cómo tus pequeños vuelven a casa puede exponer tu dirección exacta.
A esto se le añade la pesadilla de todos los padres: la presencia de pederastas en Internet. Y hay más amenazas: diversas campañas contra el sharenting —como la que lanzó hace un año Deutsche Telekom— hacen hincapié en los riesgos para la seguridad que supone la publicación de los menores: suplantación de identidad, copia de la voz para cometer fraudes o la creación de imágenes pornográficas mediante inteligencia artificial.
Pero más allá de las conductas criminales, hay quien se rebela contra el mismo concepto de sharenting —anglicismo que proviene de share (compartir) y parenting (paternidad)— sólo por la pérdida de la intimidad que supone y la violación de los derechos de imagen de los menores.
El sharenting puede ser el paso previo a convertir la publicación de contenido familiar en un negocio que las redes sociales han vuelto muy lucrativo. Principalmente en YouTube e Instagram, el contenido familiar triunfa entre los usuarios y atrae la atención de marcas que desean patrocinarlo.
Las redes sociales han vuelto muy lucrativa la exposición de los hijos en Internet.
Grant Khanbalinov, creador de contenido familiar en TikTok, también se dio cuenta de que estaba arruinando la infancia de sus pequeños: «Dejamos de publicar a nuestros hijos. Perdimos de golpe medio millón de seguidores y cada día perdíamos más».
Y es que, aunque hay quien quiera negarlo, el secreto del éxito del contenido familiar son los niños. Son los menores los que atraen a las marcas, los que enamoran a los usuarios y los que posibilitan que un vídeo se convierta en un negocio.
Y esto es lo que convierte la creación de contenido familiar en una cuestión tan delicada. Porque los hijos no están pensados para convertirse en la gallina de los huevos de oro de la familia. Y porque la familia no está pensada para convertirse en un negocio.