Colaboraciones

 

Ateísmo (I)

 

 

 

31 mayo, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez


Símbolo de ateísmo avalado por AAI

 

 

 

 

 

a» privativo, y «theos»: Dios. O sea, «sin Dios»).

 

El ateísmo es ese sistema de pensamiento que formalmente se opone al teísmo. Desde que apareció, el término ateísmo ha sido utilizado en forma muy vaga, generalmente como epíteto de acusación contra cualquier sistema que dudara de las deidades populares del momento. De ese modo, así como Sócrates fue acusado de ateísmo (Platón, Apología, 26, c.) y Diágoras fue llamado ateo por Cicerón (Nat. Deor, I, 23), Demócrito y Epicuro fueron llamados «impíos», con el mismo sentido (irrespetuosos con los dioses) a causa de la tendencia de su nueva filosofía atomista. En ese sentido también los cristianos fueron tildados de ateos por los paganos porque rechazaban a los dioses paganos. Y de tiempo en tiempo algunos sistemas religiosos y filosóficos han sido considerados ateos por semejantes razones.

Si bien el ateísmo, visto en su aspecto histórico, no ha significado nada más en la antigua negación crítica o escéptica de la teología de quienes han usado el término como reproche, y consecuentemente no tiene ningún significado estrictamente filosófico; si bien, no tiene un lugar definido dentro de la exposición de algún sistema consistente, sin embargo, considerado en su significado más amplio, como simple término opuesto al teísmo, podremos enmarcar todas las clasificaciones de sistemas que sean necesarias dentro de ese concepto. Al hacerlo así estaremos adoptando simultáneamente tanto la perspectiva filosófica como la histórica. Esto, debido a que el común denominador de todos los sistemas teístas y que el punto central de toda religión popular hoy día es sin duda la creencia en la existencia de un dios personal. Negar este fundamento es suscitar el reproche popular del ateísmo.

William Ewart Gladstone (Liverpool, 1809-Hawarden, 1898) se dio cuenta de tal definición cuando escribió (Contemporary review, junio 1876):

«Por ateo yo entiendo a quien no solamente se mantiene sin afirmar, como el escéptico, sino a quien decide por sí mismo, o es llevado a decidir, a negar todo lo que no se ve, o la existencia de Dios».

Lord Acton escribió en 1880 que consideraba a Gladstone uno «de los tres más grandes liberales», junto con Edmund Burke y Lord Macaulay (Herbert Paul, ed., Letters of Lord Acton to Mary Gladstone, George Allen, 1904, p. 57).

La amplitud de todo lo que queda comprendido en ese uso del término ateísmo, admite divisiones y subdivisiones. Sin embargo, al mismo tiempo limita el número de sistemas de pensamiento a las que, con alguna propiedad, se les podría aplicar. Por otro lado, si el término se utiliza de esa manera, como la contradistinción estricta del teísmo, y se planean los distintos modos en que puede ser aceptado, estos sistemas de pensamiento aparecerán naturalmente en una proporción y una relación más claras.

El ateísmo, entonces, definido como una doctrina, o teoría, o filosofía formalmente opuesta al teísmo, sólo puede referirse a la enseñanza de esas escuelas, cosmológicas o morales, que excluyen a Dios como principio o conclusión de su racionamiento.

La forma más radical que puede adoptar el ateísmo es la negación dogmática y positiva de la existencia de cualquier causa primera espiritual y extramundana.

En términos generales ateo es aquel que, ante el enunciado, lo niega o bien lo ignora para no dar como verdadero ese enunciado. Todo ateo en la medida que no asienta como verdadero el enunciado, termina negando la validez de la religión, pues resulta absurdo adorar a un Dios que no existe realmente.

El ateo no sólo no puede demostrar que no hay Dios, sino que desde el ateísmo no se pueden resolver los grandes interrogantes de la vida.

«El ateísmo podrá esforzarse en querer demostrar que la religión es falsa, pero nunca podrá demostrar que él es verdadero» (Revista Ecclesia, 1295, 11-VI-1966, 4).

El ateísmo (del griego α = sin, y Θεóς = Dios) significa en filosofía la negación de la existencia de Dios o de su cognoscibilidad. La simple negación de la cognoscibilidad de Dios, que puede distinguirse del ateísmo, es conocida con el nombre de agnosticismo.

El ateísmo ha adquirido tales proporciones, que X. Zubiri, aludiendo en esto a la teoría del espíritu objetivo o histórico de Hegel, no duda en llamarlo el pecado histórico de nuestro tiempo: «Es el “poder del pecado”, como factor teológico de la historia, y creo esencial sugerir que este poder recibe formas concretas, históricas, según los tiempos. El mundo está, en cada época, dotado de peculiares gracias y pecados. No es forzoso que una persona tenga sobre sí el pecado de los tiempos, ni, si lo tiene, es lícito que se le impute, por ello, personalmente. Pues bien: yo creo sinceramente que hay un ateísmo de la historia. El tiempo actual es tiempo de ateísmo, es una época soberbia de su propio éxito. El ateísmo afecta hoy, primo et per se, a nuestro tiempo y a nuestro mundo».

Algunos autores, y el mismo Concilio Vaticano II, dividen el ateísmo moderno en tres grupos o formas de humanismo: científico (puede ser definido como la supresión total de la religión, de la fe, en aras de la ciencia de la naturaleza), político (es el ateísmo marxista) y moral (propio de un sector existencialista. La filosofía existencialista se caracteriza por ser una filosofía de la existencia personal del hombre, sintetizada en la libre elección del propio destino. Entre sus varias direcciones, hay una que se niega a admitir toda trascendencia, y sus representantes más notables son: J. P. Sartre, Simone de Beauvoir, R. Polin, M. Merleau-Ponty, y, en parte, A. Camus. Para Sartre, el hombre es un ser que «está ahí de más», condenado a la libertad, es decir, a elegir su propio destino, sabiendo ya de antemano que esto no le conducirá a nada, porque su fin es la muerte absoluta. El hombre sartriano es un ser incurable y profundamente frustrado, de ahí que, para él, el sentimiento que mejor revela la existencia humana es la náusea, el tedio y la angustia). Sus características comunes son: a) un ateísmo de desarraigo, que no quiere plantearse siquiera el problema de Dios; prescinde sencillamente de Él, y de ahí parte para construir sus sistemas; b) un humanismo cerrado a toda trascendencia, que pone al hombre como principio y fin de todo.

Algunos filósofos cristianos se niegan en absoluto a admitir la posibilidad de un verdadero ateísmo teórico, puesto que, dicen, la misma negación de Dios para constituirse el hombre a sí mismo en una deidad o absoluto implicaría ya de rechazo la afirmación del Absoluto.

Son múltiples las causas que pueden influir en la génesis del ateísmo, además del medio ambiente social y cultural en que transcurre la vida de cada individuo. Estas pueden ser: un sentido falso de la subjetividad, de la libertad y dignidad personales, que se creen amenazadas ante la admisión de un Creador Absoluto; una desenfocada conciencia provocada por el sentido de autosuficiencia que experimenta al lograr dominar a la naturaleza mediante los éxitos de la técnica; la inmediatez de su afectividad humana, que tiende a rechazar toda limitación o imposición extrínseca; la oscuridad del conocimiento que el hombre tiene de Dios y, a veces, la deficiencia de las representaciones divinas propuestas por muchos creyentes; el problema del mal en el mundo que, si se prescinde del pecado, lleva al maniqueísmo, admitiendo un principio eterno del mal distinto y en eterna lucha con el principio eterno del bien, o a la negación de Dios; entre estos males del mundo, algunos hombres sienten con intensidad especial la sinrazón del mal físico y moral de los individuos (ateísmo moral), y otros la del mal social y económico, o la miseria y la lucha de clases (ateísmo político). Pero, en realidad, todas las formas del ateísmo implican siempre un endiosamiento de la propia vida, aunque no siempre sea culpable en el orden moral. Es la soberbia de la vida de que habla san Juan y que hace exclamar a X. Zubiri: el ateísmo... «es más bien la divinización o el endiosamiento de la vida. En realidad, más que negar a Dios, el soberbio afirma que él es Dios, que se basta totalmente a sí mismo».

Dentro de las modalidades de ateísmo tenemos a quiénes «niegan a Dios expresamente», «afirman que nada puede decirse acerca de Dios», «imaginan un Dios por ellos rechazado, que nada tiene que ver con el Dios del evangelio», y finalmente otros, que «ni siquiera se plantean la cuestión de Dios, porque al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso».

No considerar a Dios digno de ser conocido y aceptado es la verdadera fuente de las perversiones morales.

El Concilio Vaticano II, ha dicho: «Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios es conocida, se asocien a este misterio pascual».

El existencialista ateo Jean Paul Sartre afirmó que «aun en el caso de que Dios existiera, seguiría todo igual»; pero confesaba sin reparos que su conclusión procedía de premisas ya ateas, que es tanto como decir condicionadas por una determinada actitud acrítica previa.

Reconoció Sartre que todo está permitido si Dios no existe, y por consiguiente el hombre se encuentra abandonado porque no encuentra en él ni fuera de él, dónde aferrarse.

Es claro que, si Dios no existiese y, por hipótesis absurda, existiéramos nosotros, no habría nada absoluto: ni cosas absolutas, ni principios absolutos, ni valores absolutos, ni derechos absolutos; todo sería relativo, y el bien y el mal no serían más que palabras huecas. ¿No plantea esto ningún problema al ser humano inteligente? ¿«Da igual» que haya o no haya bien ni mal moral?

«Puesto que yo he eliminado a Dios Padre, explica Sartre, alguien ha de haber que fije los valores. Pero al ser nosotros quienes fijamos los valores, esto quiere decir llanamente que la vida no tiene sentido a priori». En rigor, añade el existencialista ateo, para el ateísmo «no tiene sentido que hayamos nacido, ni tiene sentido que hayamos de morir. Que uno se embriague o que llegue a acaudillar pueblos, viene a ser lo mismo; el hombre es una pasión inútil»; y el niño «un ser vomitado al mundo», «la libertad es una condena» y «el infierno son los otros». Estas son conclusiones del ateísmo de Sartre.

Otro premio Nobel, Albert Camus, agnóstico como Severo Ochoa, no ateo como Sartre, a mediados de este siglo, escribía en un artículo titulado «La crisis del hombre», que causó gran impacto: «Si no se cree en nada, si nada tiene sentido y si en ninguna parte se puede descubrir valor alguno, entonces todo está permitido y nada tiene importancia. Entonces no hay nada bueno ni malo, y Hitler no tenía razón ni sinrazón. Lo mismo da arrastrar al horno crematorio a millones de inocentes que consagrarse al cuidado de enfermos. A los muertos se les puede hacer honores o se les puede tratar como basura. Todo tiene entonces el mismo valor... Si nada es verdadero o falso, nada bueno o malo, si el único valor es la habilidad, sólo puede adoptarse una norma: la de llegar a ser el más hábil, es decir, el más fuerte. En este caso, ya no se divide el mundo en justos e injustos, sino en señores y esclavos. El que domina tiene razón». Es la ley de la selva.