Colaboraciones

 

Ateísmo (II)

 

 

 

31 mayo, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez


Símbolo de ateísmo avalado por AAI

 

 

 

 

 

El ateísmo científico consiste en negar a Dios en razón de la ciencia o del avance científico. Para este ateísmo, la ciencia ha demostrado contundentemente que Dios no existe realmente, de este modo, el aceptar la existencia de Dios ya sea por la fe, ya sea por la razón filosófica, se vuelve una postura anticientífica, y como la ciencia se basa en la razón, entonces creer en Dios es antiracional. A los anteriores razonamientos, se suma una visión evolutiva y progresista de la cultura, en donde el hombre que cree en Dios es juzgado como un ignorante o como retrógrada, en contraposición, el hombre ateo es el sabio que encarna el avance de la Humanidad. En este ateísmo científico se piensa que para que un hombre o mujer puedan hacerse científicos, primero tienen que hacerse ateos, o bien el mismo avance científico los hace ateos.

El ateísmo moral es aquel que protesta contra Dios en nombre de la libertad humana. Dios es juzgado como «alguien» que, aunque es ficticio, su idea presente en el hombre impide la realización de la vida humana porque condiciona la libertad. De ahí que, para el ateísmo moral, la idea de Dios se hace insoportable como una mirada que cosifica al ser humano, por ello asume el siguiente razonamiento: «Si hay Dios, el hombre no es libre; el hombre es y debe ser libre, por tanto, no hay lugar para Dios en el hombre». Así entonces, la negación de Dios es la afirmación de la libertad humana. Dicho ateísmo se vuelve antiteísmo.

El ateísmo práctico es aquél que, asumiendo una raíz deísta en donde se habla de la existencia de un Dios creador del Mundo, pero no ocupado del él ni del hombre, afirma, entonces, que tanto Dios como la religión son carentes de sentido para la vida humana. Todo lo cual se resume en la frase: «Hay que vivir como si Dios no existiera». Ya que Dios no se ocupa ni del bien ni del mal humanos, tampoco Dios se inquieta por el hecho de que algunos viven en la felicidad y otros en la miseria. La consecuencia inmediata de un ateísmo práctico es el indiferentismo religioso.

El ateísmo secular es aquél que plantea que la vida pública se organice prescindiendo de la existencia de Dios, de este modo, la religión se volvería un asunto estrictamente privado e íntimo reservado al templo y/o la vida familiar.

Es importante señalar que no puede existir ninguna demostración de la no existencia de Dios, ya sea de tipo filosófico o científico. Si toda demostración consiste en hacer evidente algo que es, entonces resulta un contrasentido querer demostrar la no existencia de algo que no es, más bien, en el plano filosófico lo que se puede hacer con rigor crítico es demoler las pruebas de la existencia de Dios indicando su inconsistencia, los supuestos falsos que asumen, o bien sus contradicciones internas que pudiesen tener, pero aun así no se estaría demostrando la no existencia de Dios, sino más bien que tales pruebas de la existencia de Dios no son concluyentes, con lo cual quedaría la posibilidad de que se pudiera encontrar una demostración convincente. En el plano científico es verdad que la ciencia ha demostrado que los elementos naturales como el sol, la luna, la lluvia y demás, no son dioses, es decir las ciencias naturales han refutado al politeísmo cosmológico y las ciencias humanísticas refutan al politeísmo antropomórfico, pero lo anterior no significa que Dios o lo divino no exista, más bien lo que se prueba es que tanto el politeísmo cosmológico como el antropomórfico son planteamientos falsos con relación a Dios o a lo divino.

Ángel Santos Ruiz, catedrático de Bioquímica de la Universidad Complutense de Madrid, dice: «Ningún hecho científico, plenamente confirmado, ha tenido que rechazarse por estar enfrentado con la doctrina revelada» (Ángel Santos Ruiz, Vida y espíritu ante la ciencia de hoy, XX. Ed. Rialp. Madrid. 1970).

«De hecho, ningún físico, químico, biólogo, etc., ha tenido que renunciar nunca a sus convicciones sobre Dios, el alma, la Ley Moral y lo sobrenatural, porque fueran incompatibles con su ciencia» (Mariano Artigas, Ciencia, Razón y Fe, VI, 6. Libros M. C. Madrid. 1985).

Heisenberg (considerado como el físico más grande de todos los tiempos) le dijo a Vintilă Horia (Segarcea, Rumanía, 1915-Collado Villalba, Madrid, España, 1992): «La teoría de un mundo creado, es más probable que la contraria, desde el punto de vista de las ciencias naturales. La mayor parte de los hombres de ciencia que yo conozco han logrado llegar a Dios» (Vintilă Horia, Viaje a los centros de la Tierra, 2ª, I, 3. Ed. Plaza y Janés, Barcelona, 1971).

Para Pío XII, «la ciencia moderna descubre a Dios detrás de cada nueva puerta que abre» (Acta Apostolicae Sedis, 44, 1952, 31).

Juan Pablo II, dijo en la Universidad de Madrid: «La ciencia y la fe no son opuestas, sino convergentes en el descubrimiento de la realidad integral que tiene su origen en Dios». «Las realidades profanas y las de fe tienen su origen en un mismo Dios» (Ángel Santos Ruiz, Vida y espíritu ante la Ciencia de hoy, XX. Ed. Rialp. Madrid. 1970). Añadimos el texto de la audiencia general del Papa Juan Pablo II, de 14 de abril de 1999.

Dice el Concilio Vaticano I: «Ninguna verdadera disensión puede darse jamás entre la fe y la razón porque el mismo Dios que revela los misterios e infunde la fe puso dentro del alma humana la luz de la razón; y Dios no puede negarse a sí mismo, y la verdad no puede contradecir jamás a la verdad» (Denzinger, Magisterio de la Iglesia, nº 1797. Ed. Herder. Barcelona).

Los caminos que llevan al ateísmo pueden ser:

a) La rebelión contra el mal en el mundo.

b) La ignorancia religiosa.

c) Una formación religiosa infantil.

d) Un apego desordenado a los goces de este mundo.

e) El mal ejemplo de algunos creyentes.

f) Un ambiente hostil a la religión.

g) Un equivocado temor de Dios que no conoce la misericordia y bondad divinas.

La fe es aceptar lo que no entendemos porque nos fiamos del que nos lo dice. Pero la fe es razonable. Si no lo fuera, los creyentes seríamos unos necios. Y nadie, con cultura, puede decir que fueron necios unas lumbreras de la humanidad como un san Agustín o un santo Tomás de Aquino.

Por eso la fe no es un salto en el vacío, a lo loco. Es muy razonable aceptar lo que no entiendo, si puedo fiarme del que entiende y me lo dice.

La fe en Dios es perfectamente razonable. Hay muchas más razones para creer que Dios existe que para dudar de su existencia.

Pero hay que rechazar, tanto el racionalismo que sólo acepta lo que se puede demostrar (los misterios son indemostrables), como el fideísmo que desprecia la razón, y pretende que la fe sea «un salto en el vacío», sin ningún motivo de credibilidad. El fideísmo es absurdo pues pretende que creamos en Dios sin tener fundamento racional de la fe.

Si la fe no tuviera ninguna motivación de tipo racional no sería responsable ni humana. Por eso la teología católica ha defendido siempre la capacidad natural que tiene el hombre para llegar con la luz de la razón a conocer la existencia de Dios-Creador. Así lo define el Concilio Vaticano I, 62:

«La misma Santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, Principio y Fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas».

Dijo san Pablo: «Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras».

No podemos olvidar que Dios sólo se manifiesta a los humildes.

El acto de fe constituye esencialmente un asentimiento a estas verdades porque Dios las ha revelado. Y por supuesto que no basta asentir a las verdades reveladas por Dios; es preciso vivir de acuerdo con ellas.

La fe es razonable, pero las razones no bastan para creer.

Hace falta un acto de voluntad. Y la voluntad no se decide por razones lógicas, sino por motivos y valores.

No es lo mismo estar convencido que convertido.

Las razones van al entendimiento, pero son los valores los que mueven la voluntad. Un hombre puede saber que el tabaco produce cáncer; pero mientras para él el valor del tabaco sea superior al de la salud, seguirá fumando.

No basta saber el valor de una cosa, es necesario sentir lo que esa cosa vale, para que ese valor mueva nuestra voluntad.

El hombre, además de la razón, tiene un corazón, y con frecuencia manda sobre la razón. Las obras salen más del corazón que de la razón. Ya lo dijo Jesucristo: «Del corazón sale todo lo que mancha al hombre».

El ateo es como el que está en su cuarto con la ventana cerrada, y sólo ve lo poco que alumbra la bombilla de su mesa de trabajo. Si abriera la ventana, entraría la espléndida luz del Sol, que lo ilumina todo. Es la diferencia entre el ateo y el creyente.

Dijo Ortega y Gasset: «La barbarie del especialista es que una persona muy sabia en una materia se permite opinar en cuestiones que ignora, con la misma autoridad con que se pronuncia en su campo de especialidad».

No hay que deslumbrarse, con estas afirmaciones que a veces se oyen de labios poco documentados: «La ciencia moderna contradice a la fe». Porque se puede tener la seguridad de que la verdadera ciencia no ha contradicho nunca, ni contradirá jamás a los dogmas de fe, porque Dios, la misma Verdad, es el Autor de la ciencia y de la fe; y no puede contradecirse. Efectivamente, la ciencia es el conocimiento de las leyes que Dios ha puesto en la naturaleza que son la base de la ciencia; y fe es el conocimiento de las verdades que Dios ha revelado.

Dios, Sabiduría infinita, es Autor tanto de las verdades científicas como de las verdades religiosas, luego estos principios jamás pueden ser incompatibles entre sí.

Cuando parezca que hay incompatibilidad, se debe a los hombres que han rebasado o mal interpretado las verdades de la ciencia o de la fe. Dice el Concilio Vaticano II: «Las realidades profanas y las realidades de la fe tienen su origen en el mismo Dios».

Muchas de las dificultades que algunos creen encontrar en aparentes contradicciones entre la fe y la ciencia, o bien provienen de haber tomado como verdades reveladas afirmaciones que bien examinadas no gozan de tal garantía, o bien provienen de mirar como verdades científicas adquiridas definitivamente cosas que más tarde se verá no pasan de simples hipótesis o teorías, que, con el tiempo, se han de ir retocando.

No sólo no hay contradicción entre ciencia y fe, sino que mutuamente se ayudan y complementan.

Dice el Concilio Vaticano I: «La razón y la fe, no sólo no se contradicen, sino que se ayudan mutuamente».

Max Planck, Premio Nobel de Física dijo: «No se da contradicción alguna entre la religión y las Ciencias Naturales; ambas son perfectamente compatibles entre sí».

Como dice el profesor de la Universidad de Navarra, doctor en Ciencias Físicas, Mariano Artigas: «la ciencia nunca se ha opuesto a la religión, y nunca se podrá oponer, porque no hay oposición real». Es más, añadió: «Hoy se puede afirmar como un hecho patente que los grandes científicos, prácticamente sin excepción, están de acuerdo en que no hay oposición real entre ciencia y religión».