Colaboraciones
Existencialismo. Jean-Paul Sartre. Ensayo L'être et le néant
06 junio, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez
El existencialismo es una corriente filosófica de finales del XIX y principios del XX, cuyas influencias van más allá de la Segunda Guerra Mundial. El existencialismo es sucesor de la filosofía de Nietzsche; no existe como teoría filosófica propiamente dicha, más bien es un conjunto de autores que piensan y viven existencialmente. La más clara influencia de Nietzsche es la negación a considerar el hombre en abstracto, o sujeto de categorías metafísicas. No les interesa qué es el hombre (su esencia) sino profundizar en su existencia real y completa.
La respuesta existencialista es una protesta contra la despersonalización, considerando al hombre como actor de su propia historia. Quieren abandonar la actitud distante de la filosofía tradicional que analiza al hombre como espectador de los acontecimientos. El existencialismo no quiere ser objetivo ni académico; se declara apasionadamente comprometido con el individuo. En síntesis, otorga prioridad a lo siguiente:
1.- A la existencia sobre la esencia;
2.- A la vida sobre la razón (rechaza la abstracción);
3.- A la praxis sobre la teoría; y
4.- A la libertad sobre la determinación.
Muchos autores han hecho clasificaciones diferentes, que sólo permiten concluir que no existe el existencialismo sino, en plural, existencialismos.
El término «existencialismo» abarca una gran variedad de visiones del mundo, muchas de ellas en conflicto violento entre sí. Hay existencialistas declaradamente cristianos como Kierkegaard (1813-1855), Gabriel Marcel (1889-1973), Niccolá Abbagnano (1901-1990), Nicolaj Berdyayev (1874-1948); otros explícitamente ateos, como Jean-Paul Sartre (1905-80), Albert Camus (1913-60), Maurice Merleau-Ponty (1908-61). Entre los máximos representantes de esta corriente, además de los autores citados, se encuentran Martin Heidegger (1889-1976) y Karl Jaspers (1883-1969). Otros movimientos que reinterpretan el pensamiento existencialista a su modo son: el vitalismo de Henri Bergson (1859-1941), la filosofía de la vida de Miguel de Unamuno (1864-1936), el raciovitalismo de José Ortega y Gassett (1883-1955), la hermenéutica histórica de Wilhelm Dilthey (1833-1911), la fenomenología de Edmund Husserl (1859-1938), Max Scheler (1874-1928), Edith Stein (1891-1942) y Dietrich von Hildebrand (1889-1977), entre otros.
El existencialismo sospecha de todos los universales idealísticos. Quiere contrapesar la superconceptualización y supersistematización que caracteriza buena parte de la filosofía y de la sociedad modernas con una atenta meditación acerca de todo lo que no puede ser categorizable ni sistematizable: el individuo, el ente concreto, la acción irrepetible, la experiencia singular..., que se dan en un tiempo y un espacio particulares.
El existencialismo pone al hombre como punto de partida y de referencia de su interés y pensamiento. Busca el significado de las cosas en relación con el hombre. Enfatiza el carácter inalienable e inobjetivable de la subjetividad humana. Desarrolla, por eso, profundos e interesantes análisis de los estados psicológicos y de las reacciones del hombre en la diversidad de sus situaciones y estados de vida. Advierte sobre los peligros de la despersonalización del hombre implícitos en los totalitarismos, en la tecnocracia, en la masificación social, en la falta de vida interior y de libertad que promueve la sociedad contemporánea.
Normalmente el existencialismo pone énfasis en los valores y realidades espirituales en contraposición al materialismo filosófico y social. Muchos autores reconocen que hay algo trascendente que explica el misterio de la persona humana. Para algunos de ellos la fe (cristiana) es lo más importante.
Dado que sólo el individuo cuenta, se corre el peligro de convertir la subjetividad en subjetivismo, es decir, en un modo de explicar la vida en términos exclusivamente personales, individuales, sin ninguna relación con criterios y valores objetivos, universales, y sin referencia a la comunidad humana y al mundo.
El existencialista no está interesado por el hombre en general, sino por el existir cotidiano individual de cada hombre, el que existe de verdad y está en el mundo.
El existencialista pretende ser un humanismo (filosofía del hombre) como persona individual, y ser social en consonancia con sus circunstancias históricas.
Para el existencialismo no es lo importante en el hombre concreto ser animal racional, sino precisamente lo que le individualiza o le distingue de cualquier otro. Lo que distingue a una persona de otra son sus decisiones individuales, su ejercicio de la libertad de elección.
En contraposición a los totalitarismos ideológicos, el existencialismo defiende el carácter irreductible, inefable, de la persona humana, que se realiza a sí mismo por medio de su libertad. Reacciona por eso contra toda tendencia a la despersonalización y se focaliza en lo concreto y en la dignidad de cada ser humano con atención preferencial por las grandes cuestiones de la vida, por lo espiritual y trascendente. Tiende, sin embargo, al subjetivismo (a considerar todo en función exclusiva del individuo) y al irracionalismo (incapacidad de la razón humana de conocer lo universal y objetivo).
Sartre se caracterizó por ser el principal representante y difusor del pensamiento existencialista. Es el que más ha contribuido a su formación y desarrollo, no sólo con obras de carácter filosófico, sino también con su obra literaria, con la que logró mayor influencia y difusión.
Lo que más destaca de su pensamiento es su ontología fenomenológica: parte de la afirmación de que lo que existe es lo que aparece, lo que se manifiesta, el fenómeno; lo que es lo mismo, la apariencia no se esconde, sino que revela su esencia; la esencia misma que se manifiesta se revela tal como es.
Esta descripción fenomenológica le lleva a distinguir entre el ser en sí y el ser para sí. En realidad, el ser en conjunto consiste en una relación dialéctica entre estos dos polos: el ser y la nada.
Sartre identifica la nada con la libertad: el hombre tiene que existir en una actividad, en una serie de actos que él mismo elige para llegar a ser él mismo. La nada puede llegar a ser, porque tiene en ella la posibilidad, la capacidad de realizarse a sí misma. La nada es el hombre. El hombre es angustia, la angustia de la libertad de elección: «Estamos condenados a la libertad». En el verso de Machado se reconoce el concepto de libertad existencialista: «Se hace camino al andar».
No existe, desde este punto de vista, más ética que la de la situación, una ética concreta en la que la conciencia de libertad es el fundamento de los valores. La vida no tiene sentido antes de ser vivida, no se justifican por tanto las morales materiales teleológicas.
La ontología de Sartre se reduce a antropología. No cabe entender al hombre, existencialmente, más que como subjetividad. No es una subjetividad abstracta (el «yo pienso» cartesiano), sino una subjetividad en la que la existencia concreta es anterior a la esencia. Una subjetividad caracterizada por el compromiso de la realización del proyecto propio.
Además, se entiende como intersubjetividad. Es imposible concebir el «yo» sin el «tú». La libertad es en realidad dialéctica de libertades. Mi libertad de elección se enfrenta con la libertad de elección de los otros. En este contexto se entiende la frase: «El infierno son los otros».
El humanismo existencialista de Sartre no toma como fin al hombre, sino que lo considera siempre fuera de sí mismo, trascendiéndose en la subjetividad (intencionalidad). El hombre, ser para sí, es el legislador y creador de valores, que sustituye a Dios. «El humanismo existencialista es un esfuerzo por sacar todas las consecuencias de una posición atea coherente» que no hunde al hombre en la desesperación.
El autor (Sartre) de L'être et le néant (El ser y la nada) da pruebas de una asombrosa ignorancia en lo que se refiere a la realidad cristiana; escribe, sin pestañear, que «la experiencia mística no es una experiencia privilegiada», como si ignorase la suma de ascesis y de renunciamiento que supone de hecho: ¿se puede pensar que una experiencia que se funda sobre tales renunciamientos no tenga nada original que enseñarnos, que sea exactamente del mismo orden que la de un hombre sensual, por ejemplo? Hay que decirlo: Sartre borra de un plumazo veinte siglos de historia cristiana, sin una investigación seria, y sí sólo en virtud de una opción previa en favor del «racionalismo materialista»[1] o, si se prefiere según Gilbert Varet (autor de L'ontologie de Sartre, Presses Universitaires de France 1948, Gallimard 2009), del «empirismo dialéctico»[2].
L’être et le néant consta de una introducción, 4 partes y una conclusión. Está dedicado a Simone de Beauvoir (quien era llamada Castor). En L’être et le néant, Sartre se ve influido por Hegel, Husserl y Heidegger. Sartre escribe sobre el ser, el no-ser, la nada, la existencia, la conciencia, la «mala fe» (la mauvais fois), las relaciones con «el otro», el cuerpo, el psicoanálisis, la acción y, sobre todo, la libertad.
Sartre presenta L’être et le néant como un ensayo de ontología fenomenológica.
«El ser sólo puede engendrar ser, y si el hombre está envuelto en este proceso de generación, sólo saldrá de él de ser. Si va a ser capaz de cuestionar este proceso, es decir, para cuestionarlo, debe ser capaz de sostenerlo a su vista en su conjunto, es decir, salir del ser y, al mismo tiempo, debilitar la estructura de ser. Sin embargo, la «realidad humana» no se da a aniquilar, incluso temporalmente, la masa de ser que se pone delante de ella. Lo que puede cambiar es su relación con este ser. Para ella, poner una existente existente existente está saliendo del circuito con respecto a este existente. En este caso se le escapa, está fuera de su alcance, no puede actuar en consecuencia, se ha retirado más allá de la nada. Esta posibilidad de que la realidad humana segrege una nada que la aísle, Descartes, después de los estoicos, le ha dado un nombre: es la libertad (liberté)».
(Jean-Paul Sartre, Gallimard 1943).El existencialista ateo Jean Paul Sartre afirmó que «aun en el caso de que Dios existiera, seguiría todo igual»; pero confesaba sin reparos que su conclusión procedía de premisas ya ateas, que es tanto como decir condicionadas por una determinada actitud acrítica previa.
«Puesto que yo he eliminado a Dios Padre, explica Sartre, alguien ha de haber que fije los valores. Pero al ser nosotros quienes fijamos los valores, esto quiere decir llanamente que la vida no tiene sentido a priori». En rigor, añade el existencialista ateo, para el ateísmo «no tiene sentido que hayamos nacido, ni tiene sentido que hayamos de morir. Que uno se embriague o que llegue a acaudillar pueblos, viene a ser lo mismo; el hombre es una pasión inútil»; y el niño «un ser vomitado al mundo», «la libertad es una condena» y «el infierno son los otros». Estas son conclusiones del ateísmo de Sartre.
Algunos otros libros de Sartre: Situations, tome I (Janvier 1970-Juillet 1975); L'enfance d'un chef; Plaidoyer pour les intellectuels; Huis clos; Typhus, etc.
[1] El racionalismo es una corriente de pensamiento que acentúa de tal modo el papel de la razón que llega a ser usurpadora, erigiéndose incluso en el juez último en materia de fe. Pero, la razón no es juez de la fe, sino que hay armonía entre ambas. La fe, como la conciencia moral, es racional sin necesidad de ser demostrada por la razón. Es una cerrazón dictatorial pensar que no ha de aceptarse otra cosa que lo que diga la razón. Es mucho más sensato afirmar que hay algo más que lo que ve la razón. La fe católica es enseñanza verdadera. La fe es la verdad. La razón no es juez de la Verdad, sino que la verdadera razón es la que se somete a la verdad, la verdadera razón es razón verdadera, pero Cristo es la Verdad. La razón verdadera es la que se somete a la Verdad, la que se subordina a Dios, la que está rendida a los pies de Cristo Dios. Más es la Palabra que el hombre, más es la palabra divina e infalible que la palabra humana. En otras palabras, el fulgor y el esplendor de Cristo, brilla inmensamente por encima de la tenue luz encendida en la diminuta caña pensante.
[2] El empirismo reacciona contra el racionalismo, proponiendo que el conocimiento deriva de la experiencia y que la mente puede actuar solamente bajo el estímulo del mundo exterior. El empirismo se basa en la idea central del nominalismo, cuya figura de mayor relieve fue el franciscano Guillermo de Ockham, William of Ockham, 1280 ca. - 1348 ca.: sólo existe el ente individual, singular, aislado; por tanto, todo lo que podemos conocer y de lo cual podemos formar conceptos son las cosas individuales. No existen, pues, los universales en la realidad; sólo en la mente. El conocimiento es, esencialmente, intuitivo, ya que capta inmediatamente las cosas individuales. Los nombres sirven para designar muchos individuos, por ejemplo, «libro», pero carecen de contenido universal en la realidad, no se refieren a una esencia. Desarrollando esta línea de pensamiento, el empirismo pone como origen y fundamento del conocimiento la experiencia sensible. Niega, por eso, la presencia de las ideas innatas en la mente humana. Presupone que la única cosa inmediatamente cognoscible es una idea. No tenemos, por tanto, un contacto inmediato con las cosas exteriores. Las ideas las forman las facultades del alma que combinan impresiones o ideas simples. Ahora bien, esas asociaciones, por ejemplo, las que forman la idea de «árbol», son nuestras. No parece que ellas representen las cosas como son. Al final, los objetos del conocimiento no son las cosas mismas, sino las ideas combinadas por nosotros mismos. Empirismo, doctrina filosófica que reconoce a la experiencia como la única fuente de conocimiento, sin justificar la contradicción de que dicha teoría no proviene de la experiencia. Los empiristas rechazan la vana pretensión de construir sistemas filosóficos a priori, que están bien lejos de explicar la experiencia del conocimiento.