Colaboraciones
Antonio Gramsci y su contribución a la teoría marxista (y II)
12 junio, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez
Antonio Gramsci, como Marx y Lenin, buscó la toma del poder total. Sustituyó el ataque por «el asedio».
Gramsci pensaba que la tradición judeocristiana había hecho irrecuperable para el comunismo el alma occidental. Con la propiedad privada como pilar de la economía, la familia como célula de la sociedad y los diez mandamientos como ordenador moral, el camino sería inabordable. Este detalle es fundamental para comprender la esencia de la revolución cultural gramsciana. Habría por lo tanto que buscar otro camino: cambiar la forma de pensar de Occidente. Su forma de vivir, de relacionarse, hasta de divertirse. La reforma sería, por lo tanto, intelectual y moral.
Las ideas a imponer serían contrarias a una concepción trascendente de la vida. Habría que cerrarse a toda concepción religiosa que nos recuerde el Juicio Final y hablar solamente de «aquí abajo», en una postura de inmanentismo total. La inmanencia es la actitud del hombre que vive en la Tierra como si fuera su patria definitiva. Es lo contrario de la visión trascendente de la vida.
Habría entonces que corromper, disolver, erosionar, destruir sin ruido y sin descanso, subvirtiendo todos y cada uno de los valores enseñados por la cultura judeocristiana. Burlarse, mofarse, ridiculizar, menospreciar, corroer, erosionar todas las virtudes y los valores que la Iglesia como madre y maestra había tendido a sus hijos para ponerlos de pie como personas.
Gramsci pensaba que nadie como la Iglesia había contribuido a formar el «sentido común» de los pueblos, unificando las mentes y los corazones del campesino y del rey, de los analfabetos y de los intelectuales. Había que apuntar los cañones otra vez hacia Ella, la principal responsable de unificar las mentes y los corazones del occidente cristiano.
La destrucción de las instituciones (Iglesia, Fuerzas armadas, Policía, Justicia, educación) demolería a la sociedad (masificándola y atomizándola) porque son quienes la encuadran y la mantienen de pie. La destrucción se haría descabezándolas y desprestigiándolas, para que los ciudadanos llegaran a pensar que las instituciones no eran necesarias. Sería como quebrar los huesos del esqueleto humano que arma y sostiene el cuerpo de la persona. Para Gramsci, nada mejor que un intelectual traidor, un militar manejable o traidor, un clérigo aguado o traidor, o hasta un obispo cobarde y traidor. No haría falta que se declarasen marxistas, bastaría que ya no fuesen enemigos.
Mediante su revolución, que Gramsci diseñó hacerla a través de la cultura y los medios de comunicación, se iría volcando el contenido marxista en las cabezas (ya vacías) de las nuevas generaciones. Nacerían nuevas generaciones amorfas, sin sentido trascendente de la vida, sin Dios, sin Patria, sin raíces y ahora (con la «perspectiva de género» que niega el sexo impuesto por la naturaleza) hasta sin sexo definido. Jóvenes reprogramados por el sistema, ya sin lazos afectivos que los ligasen a nada ni a nadie y por lo tanto manejables.
Sin Dios para adorar, sin Patria que defender, sin padres que amar y respetar, sin familia que defender serán el producto terminado de más de un siglo de educación atea y obligatoria en nuestra patria. Autónomos e independientes, irrespetuosos y anárquicos, repletos de críticas e insatisfechos, resentidos, violentos (contra los demás y contra sí mismos) con odio y sentimientos de lucha de clases, despreciando no sólo el enorme tesoro de la civilización cristiana sino el de la vida misma en todos los ámbitos (desde el aborto, la vida del compañero de clase, de la universidad o la eutanasia).
Una batalla tan profunda, tan perfecta y tan bien organizada que su director no puede ser un hombre, sino el propio Satanás.
Esta guerra tan hábilmente y diabólicamente concebida en la mente de Satán, este ataque al entendimiento y al sentido común (esa facultad interior natural que Dios nos dio a las personas para juzgar razonablemente las cosas conforme al buen juicio natural para discernir lo bueno de lo malo), es el arma a utilizar para tomar Occidente.
Según Gramsci, al intelectual compete conseguir que las masas obreras cobren conciencia de su misión histórica y no ha de ser un mero investigador, sino un dirigente del partido, el que ha de comprender la interrelación entre sociedad política y sociedad civil. El partido, a su vez, es el organismo que representa vitalmente los verdaderos intereses de la clase obrera y hay que considerarlo como el «moderno príncipe», con todas las atribuciones que Maquiavelo otorga al suyo.
Diez frases de Gramsci:
- «El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos».
- «La abolición de la lucha de clases no significa la abolición de la necesidad de luchar como un principio de desarrollo».
- «La conquista del poder cultural es previa a la del poder político y esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados orgánicos infiltrados en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios».
- «El incendio revolucionario se propaga, quema corazones y cerebros nuevos, hace brasas ardientes de luz nueva, de nuevas llamas, devoradoras de perezas y de cansancios. La revolución prosigue, hasta su completa realización. Y la vida es siempre revolución».
- «Decir la verdad es siempre revolucionario».
- «Tomen la educación y la cultura, y el resto se dará por añadidura».
- «Condenamos el pasado en todo cuando no nos diferenciamos de este».
- «En la devaluación del pasado, hay implícita una justificación de la nulidad del presente».
- «La autoridad del partido comunista, o del partido que lidera el proceso, será omnipresente e invisible como un decreto divino. La mayoría obedecerá sin saber que obedecen».
- «El paso de la utopía a la ciencia y de la ciencia a la acción. La fundación de una clase dirigente equivale a la creación de una concepción del mundo».
Algunos libros de Gramsci:
- Horizontes de emancipación.
- Sobre el fascismo.
- Masas y partido.
- El fascismo.
- Antología.
- Cuadernos de la cárcel I y II.
- Para la reforma moral e intelectual.
- La cuestión meridional.
- Cartas precarcelarias.
- Materialismo histórico, filosofía y política moderna.
El Prefecto Emérito de la Penitenciaría Apostólica, Mons. Luigi De Magistris, dio a conocer que el fundador del partido comunista italiano, Antonio Gramsci, el autor de uno de los más completos y sofisticados métodos de hegemonía ideológica —utilizado aún hoy por los principales enemigos de la Iglesia— retornó a la fe católica de su infancia y recibió los sacramentos antes de morir en abril de 1937.
Para Gramsci, que desarrolló una versión más sofisticada de marxismo, que dio lugar al llamado «Eurocomunismo», la Iglesia católica y la familia cristiana eran los enemigos principales para lograr el control de las mentes y la cultura, algo que consideraba indispensable para que la toma del poder político no fracasara con el paso del tiempo.
Entre las medidas para lograr lo que denominaba «hegemonía cultural», Gramsci proponía acabar con las creencias, tradiciones y costumbres que hablen de la trascendencia del hombre, ridiculizándolas; silenciar con la calumnia todo lo que hable de algo trascendente; crear una nueva cultura en donde la trascendencia no tenga lugar, infiltrando la Iglesia para conseguir, por cualquier medio, que obispos y sacerdotes disidentes hablen en contra de ella. Este plan básicamente proponía destruir la Iglesia «desde dentro».
En declaraciones recogidas por el diario La Stampa, el teólogo Gianni Baget Bozzo considera que la imagen de Santa Teresa es la clave para explicar la conversión del fundador del Partido Comunista Italiano.
Gramsci murió en 1937. Su obra no adquirió verdadera importancia hasta los años 60. «Es la principal inspiración —afirma José Carlos Rodríguez (“La teoría de la 'hegemonía' de Gramsci”, Inst. Juan de Mariana, 14/04/2017)— de la nueva izquierda y de movimientos como el de Podemos. ¿Por qué se ha vestido la izquierda de apoyo a los 'movimientos sociales'? ¿Por qué hablan de la importancia de estar en la calle además de llegar a las instituciones? Porque la política consiste en tomar, una por una, la miríada de organismos sociales, desde las asociaciones de vecinos a los clubs de lectura, desde las asociaciones estudiantiles a las científicas, y politizarlas para someterlas a la disciplina del 'príncipe moderno'. Comprender a Gramsci es esencial para entender los movimientos de izquierda actuales».
Giuseppe Vacca, director del Instituto Internacional Gramsci señaló por su parte que la conversión del intelectual «no sería ningún escándalo y no cambiaría nada», porque en efecto su método de hegemonía cultural sigue siendo empleado por grupos feministas, abortistas y de presión prohomosexual.