Colaboraciones
La ordenación sacerdotal desde el principio ha sido reservada siempre en la Iglesia católica exclusivamente a los hombres
24 octubre, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez
Las teólogas feministas siempre vuelven a la carga no sólo para demandar el diaconado femenino, sino para que se le reconozca como verdadera ordenación sacerdotal, en un primer paso hacia el sacerdocio femenino al que cerró definitivamente la puerta Juan Pablo II.
Servir por amor vale más, en orden a la vida eterna, que cualquier ministerio jerárquico. Como dijo san Juan Pablo II, en la Iglesia los más importantes no son los ministros, sino los santos.
La legislación actual de la Iglesia contempla varios servicios que puede desempeñar la mujer, sin ser diaconisa u otra cosa. Puede ser Canciller de una Curia Diocesana, ocupar cargos importantes en el Tribunal Diocesano, en el Consejo Diocesano de Pastoral y de Economía, en otras áreas parroquiales, diocesanas e internacionales. Puede dar clases de Teología en un Seminario o en una Universidad. Puede ser responsable de una parroquia en aquello que no implique la potestad de orden. Puede bautizar, presidir matrimonios, dar la Comunión, con los debidos permisos del obispo, así como presidir celebraciones de la Palabra y oraciones por los difuntos, además de muchos otros servicios. En la práctica, muchas mujeres son pilares fundamentales en la vida y en la pastoral de la Iglesia. En algunos lugares, habría que promover más en estos servicios a los varones.
El Papa Francisco dijo: Las mujeres en la Iglesia deben ser valoradas, no clericalizadas.
Algunos medios extrapolaron y exageraron conclusiones y la oficina de prensa del Vaticano, a través de Lombardi, se vio obligado a aclarar: El Papa no ha dicho que pretende introducir la ordenación diaconal de las mujeres.
El Papa Francisco resaltó en muchas ocasiones el peligro de la «clericalización» de los laicos. Para servir bien a la Iglesia no es necesario ser clérigo.
Hace falta la influencia de las mujeres en el matrimonio, la familia, la maternidad, la enseñanza, el mundo de la moda, la comunicación, el arte, la política, la humanización de las prácticas empresariales, en la conciliación entre trabajo y familia, en las relaciones entre hombre y mujer, y en tantos otros ámbitos donde la mujer puede llevar esa visión más elevada que aporta la fe y el punto de vista femenino.
La gran mayoría de las mujeres católicas son laicas y están en el lugar idóneo para servir la Iglesia, de la misma manera que ya lo hacían las mujeres de la Iglesia primitiva.
Conocemos mujeres que han influido mucho en la historia de los pueblos y en la pastoral, sin ser sacerdotisas o diaconisas. Cada quien podría dar ejemplos. La Virgen María, Santa Teresa de Ávila, la Madre Teresa, y tantas otras, son casos preclaros.
Juan Pablo II trató de cerrar esa puerta definitivamente en su carta apostólica Ordinatio sacerdotalis de 1994, donde dejó escrito que «la ordenación sacerdotal, mediante la cual se transmite la función confiada por Cristo a sus Apóstoles, de enseñar, santificar y regir a los fieles, desde el principio ha sido reservada siempre en la Iglesia católica exclusivamente a los hombres». Y añadió que «con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos, declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia».
El Papa Francisco reafirmó la imposibilidad de que las mujeres se conviertan en sacerdotes, o incluso en diáconos de la Iglesia moderna, afirmando que «las órdenes sagradas están reservadas para los hombres».