Oído Cocina

 

Tensionar hasta el límite la libertad de expresión

 

 

Miguel del Río | 26.03.2019


 

 

La libertad de expresión no pasa por su mejor momento. No es precisamente por prohibiciones, y sí por los excesos que cometemos nosotros mismos. Cada vez son más las personas que se comunican solo por redes sociales. No hay más: ni libros, ni autores, ni debates, ni reflexiones. ¡Pena de comunicación!

Dónde empieza y acaba la libertad de expresión es un gran debate para esta época, en la que a diario nos desayunamos con alguna afrenta. Desde luego, si es verdad esa idea de que mi libertad de expresión acaba donde empieza la de otro, lo estamos haciendo directamente con el culo en vez de con cabeza.

La mayoría de nosotros no está educado en lo que es y supone la libertad de expresión y, claro está, sus límites. Cuando en el año 1997 apareció la primera red social, Six Degrees se llamaba, ofrecía ya lo que hoy es el boom total de crear perfiles de usuarios, muchos falsos, y listas de amigos. Desde entonces, millones de jóvenes en todo el mundo han crecido ya directamente con Twitter, Facebook, Instagram, y nada más. La lectura, y los libros donde están muchas de las ideas que mejor nos enseñan, parece ser ya una gran desconocida por la falta de exigencia de contar con textos obligatorios dentro de la formación que recibimos a lo largo de toda una vida. Nada se salva: ni la escuela, ni los institutos, ni las universidades.

A la conclusión que trato de llegar es que la mayor o menor capacidad para lograr un buen uso de la libertad de expresión está ligada a todos los autores que hayamos leído, y las buenas enseñanzas que gracias a ellos llegamos a adquirir. Si desconocemos a Aristóteles o Platón, ¿qué ética personal podemos exigir a nadie dentro de lo que ha de ser su comportamiento en aquello que haga, y pongamos como ejemplo la política o la empresa?

Hoy estamos inmersos en otra cosa bien distinta a la libertad de expresión, que se llama bronca. Se premia la polémica, el insulto, la confrontación, la riña y la disputa, y los medios de comunicación y sus programas estrellas son las plataformas donde se pone en práctica forma tan pobre de ver la vida. Los más jóvenes no hacen otra cosa que seguir el mal ejemplo de lo que ven, aunque mucho me temo que se quedan solo con ese lado en plan “Gran Hermano” que nos hemos esforzado, unos más que otros, en imponer. El “Sálvame” está ahora en demasiados terrenos donde antes hubiera sido impensable situarlo, casos de la política, el deporte o el interior de los medios de comunicación que siempre tuvimos como serios.

Últimamente abundan las reflexiones de famosos acerca de que vivimos el peor momento conocido para la libertad de expresión. No lo creo en absoluto. Somos diferentes nosotros, y lo que somos capaces de llegar a hacer en busca de metas chuscas, que en la mayoría de las ocasiones tienen casi todo que ver con la rápida fama. Antes los profesionales se dedicaban a hacer su trabajo lo mejor que podían. Hoy nos metemos en todos los fregados posibles, sin tener en cuenta para nada que detrás hay cientos de personas a las que ciertamente se puede agradar, pero también agraviar. Aquí es donde entra de lleno la libertad de expresión y lo que es correcto manifestar en cada momento. Si lleno este articulo de exabruptos, nombres concretos de personas a las que pongo a caer de un burro, unido a tacos e insultos por doquier, puede que mis afirmaciones recalen en las redes sociales, pero desde luego no me llenarían en absoluto por el respeto que me debo a mi mismo. Muchos de los que se ponen delante de los medios de comunicación deberían de buscar la sencillez de ideas y palabras, en vez de grandilocuentes declaraciones que no se ajustan a la verdad. Ni todo es blanco, ni todo negro. Ni el mundo está para tirar cohetes, pero tampoco para el apocalipsis. Aunque, ya ven, es lo que tenemos a diario dentro de una libertad de expresión, que unos, mediante el uso de la educación, manejan mejor que otros.

 

Miguel del Río