ACOSOS Y TOLERANCIA CERO DESDE LA EDUCACIÓN

 

 

Miguel del Río | 21.12.2021


 

 

 

 

 

Muchos de los graves sucesos que de habitual nos perturban tienen que ver con ejercer la intolerancia. La violencia lo es, al igual que el racismo, también la xenofobia o el machismo y el acoso escolar. Si las enseñanzas en casa y en las aulas fallan en el mensaje correcto, mal vamos. Así que la situación actual no pinta nada bien. Porque, efectivamente, hemos hecho dejación de una formación que sobrevalore el respeto, y todo lo hacemos en formato digital, que viene a ser que aquí quien manda es el móvil y las redes sociales, que bien poco tienen que enseñar sobre aquello que más interesa robustecer de cara a la convivencia cotidiana.

El principio de todo, seguir un buen o mal camino, a mí no me cabe duda que está en recibir una buena educación, en casa, y en la escuela. Pudiera parecer un pensamiento común a toda forma de ser y de pensar, pero no es así en absoluto, de ahí que sea fácil llegar a los laberintos de debates y polémicas estériles que parecen consustanciales a esta época de nuestra historia. Toda voz que se pronuncie sobre la necesidad de poner en valor el trabajo, el esfuerzo y la superación, dejando las aulas al margen de la política, se topa con intereses de lo más diverso, que no debieran de tener influencia dentro de la mejor calidad de nuestro sistema educativo.

Sin un consenso adecuado sobre lo que debe ser la educación y las materias comunes a impartir, la tolerancia cero en muchas de las lacras sociales que perseguimos exterminar, no es posible, si desde la base esencial que es la formación personal perdemos fuerza en la defensa de los valores fundamentales, de cara a la mejor convivencia posible. Seamos sinceros: la educación que se imparte hoy en día en España deja mucho que desear, y si veíamos en ella una fortaleza desde la que luchar, en general, contra las intolerancias, nos encontramos con que las aulas son gérmenes de nuevos problemas que tienen como denominador común el acoso.

Nos preocupa, y hacemos bien, el racismo, sexismo, la violencia de género o cualquier tipo de discriminación, en razón de igualdad de oportunidades para todos, sin que nada, como una discapacidad, sea obstáculo para perseguir los sueños. La escuela y la formación que recibes dentro de ella (cuanto más amplia, mejor) es el impulso ideal para moldear el respeto en general a los demás, a sus ideas, a sus opiniones, y a sus posibilidades de vida, que desgraciadamente es la intolerancia madre en el mundo, ejercida a través de la riqueza para unos y la pobreza para otros. Es un hecho que crecen las injusticias, las diferencias, en paralelo a que la educación resta cada vez más importancia a los libros, los debates y los trabajos en casa, porque ya se cuestionan hasta los deberes, y lo hacen precisamente los padres que debieran ser los primeros en querer para sus hijos la mejor educación posible, como antes la recibieron ellos.

Los niños de ahora parecen esclavos del móvil. De Internet. De las redes sociales. De Youtube y demás instrumentos de una mal gestionada digitalización, que no supone enseñanzas nuevas y sí un control absoluto por parte de las grandes multinacionales en este sector sobre todo lo que hablamos, opinamos, y aquello que nos gusta de cara a que lo consumamos. Quien no se maneja, porque es su opción, con un ordenador, una tablet, un teléfono móvil o una televisión grande e inteligente, es considerado como un bicho raro, que no se entera de nada. Algún caso conozco, gran lector en cambio de libros, que es donde ha estado toda la vida el conocimiento y la sabiduría, ahora abandonados para preguntar lo que sea a través de las redes sociales, que también han dado la estocada a los medios de comunicación tradicionales como son periódicos y radios.

En España, un país acostumbrado a dilatarlo todo sin solucionar nada, hace no menos de quince años que se viene avisando de la necesidad de fortalecer la figura del profesorado, ante la posibilidad de llegar a la situación actual que es pésima. Ni siquiera nuestra pertenencia a la Unión Europea nos produce gusanillo de imitar a Francia, Alemania, Suecia o incluso Grecia, clasificados como algunos de los países europeos con mejor funcionamiento y resultados en su educación pública. El colmo aquí es que cada año ofrezcamos la peor cara de nuestro sistema educativo dentro de los malos resultados que sacamos en el Informe PISA, que es un programa internacional llevado a cabo por la OCDE, y que mide el rendimiento académico de los alumnos en matemáticas, ciencia y lectura. No, aquí no estamos para rendimientos. Estamos a que en diferentes comunidades autónomas se estudia una diferente historia de España, o que en esas mismas regiones no se permita la enseñanza en la lengua común de todos los españoles.

Con el Covid, y los obstáculos a la vacunación, que se da ampliamente en un sector de la juventud, nos acabamos de topar también con las dificultades de muchos a la hora de entender lo que supone convivir en democracia. El hacer lo que a uno le dé la gana, cuando estamos viviendo el peor momento de nuestra historia reciente, no es ninguna opción. Estudiar en las aulas a aquellos que más nos legaron y tratar de ser un ejemplo como ellos y ellas, sí lo es. Baste como colofón final aquello que esgrimió el filósofo Jean-Paul Sartre: “Mi libertad se termina donde empieza la de los demás”. Creo que, ahora, es lo que más haría falta asumir, con tanta intolerancia como hay.

 

 

Miguel del Río