Preguntas interiores que no salen a la superficie, por el hastío

 

 

Miguel del Río | 04.09.2022


 

 

 

 

 

Está claro que nos quieren imponer un mundo nuevo, una sociedad diferente, una economía a gusto de los poderosos. ¡Todo bajo control! No hace falta que pensemos. ¿Para qué? Lo hacen ya por nosotros los Gobiernos. Pero va a ser que no; aunque hace falta sacar a la superficie las muchas preguntas que nos hacemos de manera interior. Y este es también el problema. La falsa verdad emite solo desde un solo canal, ante una sociedad inmóvil y adormecida frente a la guerra, sus consecuencias, y los nuevos acontecimientos, ninguno bueno, que se suman cada día a esta tragedia silenciosa que vivimos.

 

A lo largo de su existencia, Aristóteles se hizo cinco grandes preguntas: ¿Qué es el ser?, y también el ser humano, sobre Dios, ¿dónde está la felicidad?, y qué hay más allá de la muerte. De haber nacido el filósofo griego en esta época, seguramente asumiría sin rechistar la frase de Julios Henry Marx (Groucho Mark), dicha de manera absolutamente nítida: «Paren el mundo que me bajo». Pandemia, manipulación y mentiras a trisca, guerra incomprensible, crisis económica, Rusia corta el gas a Europa, inflación desbocada, y precios al alza en todo lo imaginable. ¡Alguien da más!

En ocasiones, he llegado a pensar que el Covid ha quebrado tanto la resistencia humana, que ruptura tan abrupta de la cotidianidad diaria había generado en paralelo una especie de abulia hacia los problemas que han surgido como consecuencia del virus mortal. Nada más lejos de la realidad. Cada día estamos más preocupados por todo lo que sucede a nuestro alrededor. Lo que ocurre es que las preguntas son más interiores que dirigidas en voz alta a los responsables del desaguisado general que vivimos. Nadie nos explica si tendremos electricidad, gas, gasolina; si nos veremos obligados a pasar de largo por las estanterías de supermercados que exhiben los productos alimenticios que nos gusta comprar, cuyo precio se ha puesto por las nubes.

Las cinco preguntas de Aristóteles trasladadas a hoy serían otras: ¿Acabará la guerra de Ucrania o irá a más?, ¿vamos a entrar en una recesión de aúpa, en la que pagarán los de siempre?, ¿Rusia y Putin saldrán de rositas de la que han armado?, ¿los ciudadanos haremos pagar a los malos dirigentes el nefasto papel que están protagonizando en todo esto? Creo que, formuladas de una manera u otra, no son cuestiones ajenas al pensamiento general, que no tiene edades a la hora de mostrar un hastío silencioso ante tanto despropósito, que ha apeado al mundo de la paz y el progreso que vivió, sobre todo, en la última parte del siglo XX.

A estas alturas de reflexión, más de uno se preguntará lo que puede hacer una persona cualquiera ante lo que nos están imponiendo, que pinta como una sociedad nueva en la que, sin demagogia alguna que valga, apuesta por los fuertes en detrimento de los débiles. Y los gobiernos no tienen en su agenda a medio plazo seguir siendo los mayores contribuyentes al equilibrio social, a ese estado de bienestar que tanto costó levantar y asentar a nuestros abuelos y padres.

La democracia, tal y como la conocemos y disfrutamos, tampoco sale bien parada del envite. Sólo hay que ver la actitud déspota de Putin, la actuación de China, país del que partió el Covid. No solo no paga el desastre mundial que ha causado, sino que financia la guerra al Maquiavelo ruso que es Vladimir. Este es también el problema, que los presidentes ruso y chino, pese a representar sistemas políticos tan coercitivos con la libertad, son líderes auténticos. Tampoco son de fiar las viejas alianzas, ni siquiera militares, pese a la reciente escenificación bochornosa de la OTAN en su cumbre en España. Estados Unidos tiene graves problemas internos, lo mismo Reino Unido (desnortado tras el Brexit), y de la Unión Europea es mejor no hablar: ¡decepcionante!

¿Y en todo esto piensa la gente de a pie? El poder, en su papel de potenciar rebaño, cree que no, y de ahí cómo actúa. Nada de explicaciones, una mentira sustituye a la verdad, medios que propagan lo que interesa, y ni siquiera hay que justificar la pifia, porque los que mandan están por encima del bien y del mal. ¿Hasta cuándo? Esta, que tampoco se la hizo Aristóteles, es la gran pregunta en cuestión. Se está jugando con fuego: belicismo, energías, pactos, trabajo, alimentos y progreso general bajo el paraguas de democracias justas y sometidas al imperio de la ley. Estamos en un todo vale, inaceptable. Desde luego, si hablo de que habrá reacción, es porque yo mismo (nada de yoísmo, es tan solo un ejemplo), no comparto en absoluto nada de lo que los actuales dirigentes mundiales están haciendo, porque asumir sus criterios es tanto como abrir la puerta al caos.

Desde el compromiso con la paz y un futuro para nuestros hijos, cada uno debe aportar lo que mejor sepa hacer, pero sin quedarse parado, encogido de hombros. Así no se consigue nada. La crítica constructiva es una de estas señas de identidad que siempre se ha exigido a las sociedades avanzadas. Saber decir no cuando sea menester. Protestar a Putin, a la compra masiva de armas por parte de todos, como si eso fuera a solucionar algo. ¿Cuándo las guerras han solucionado nada? Y nos llevan por ahí, con intereses espurios, mientras los medios afines a los Gobiernos nos manipulan, incluso ya sin disimulo alguno, ¡a cañón! Y no. No, porque el pensamiento debe ser libre. Han de tener preferencia siempre la cultura, el arte, la diversidad de ideas, religiones y opiniones; siempre ha estado en nuestra forma elegida de ser. Eran las dos primeras preguntas de Aristóteles: ¿Qué es el ser?, ¿qué es el ser humano? Va siendo hora de que cada uno de nosotros, frente al panorama que nos quieren imponer, nos lo planteemos también.

 

 

Miguel del Río